Donde nace el viento

Suerte

La suerte extraña y favorable impulsa nuestro propio destino y éste se extiende hasta límites insospechados

Muchas veces me pregunto por qué unas cosas suceden y otras no, por qué algunas cosas suceden tal como suceden y no de otra manera, ... por qué estamos seguros de que algo vaya o no a suceder. Podría seguir con la lista de preguntas hasta el infinito, pero eso no implicaría una respuesta infinita ni un infinito de respuestas a una serie de interrogantes que, de por sí, son difíciles ya de responder. La suerte, creo yo, también participa de forma activa, no sólo en el juego, sino en nuestra propia existencia.

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Supongamos que día tras día tengamos que coger uno o dos autobuses para llegar al centro de trabajo, al colegio o al lugar que sea de la ciudad en la que habitamos. El recorrido del autobús es conocido, por ser público, pero nunca se sabe si el trayecto va a ser siempre el mismo, claro. En la ciudad se realizan obras, y todo habitante sabe, por experiencia, que desde hace tiempo llevan ejecutándose un sinfín de obras. Así que han puesto algunas plazas patas arriba, si es que las plazas tienen patas y cabeza, y han agujereado algunas calles, como si fueran calcetines, incluso a algunas les han dado la vuelta y las han puesto del revés, para que se admire la magnitud del trabajo. Por eso, los recorridos de algunos autobuses cambian, inevitablemente, y eso, para algunos, es motivo de satisfacción, una señal de que la suerte suele mirar con ojos compasivos, incluso amables y llenos de ternura. Para otros, no; como tiene que ser. Porque hay de todo en este mundo, y más entre todos los pequeños submundos que conforman la capital.

Si el autobús, debido a las obras, escoge el recorrido que no es el habitual, la gente se pone nerviosa al principio, se enfada después, y comienza a gritar, por último. Tiene que ver más con la relación que cada cual haya establecido consigo en su modo de vida que con la que se sostiene con la ciudad. Cualquier cambio, por nimio que sea, altera visiblemente el ánimo, porque obliga a adaptarse a él. Y ese trabajo no gusta. Si hubiera que elegir, sería preferible dejarse llevar, como los niños. Somos seres de costumbres, somos predecibles. Nos atraen las tareas fáciles y agradables; las dificultades, abruman y, al final, cansan.

Pero el cambio inesperado en el recorrido del autobús puede resultar afortunado. Al pararse donde no se esperaba, obliga, en consecuencia, a hacer lo que no se pensaba hacer. La suerte extraña y favorable impulsa nuestro propio destino y éste se extiende hasta límites insospechados.

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