Santi, no te olvidamos

Una placa junto al lugar en el que fue asesinado por ETA en San Sebastián hace 23 años recordará desde hoy al exdirector financiero de DV. Será un ejercicio necesario de memoria

Sábado, 23 de noviembre 2024, 01:00

Desde hoy una placa recordará en San Sebastián a Santiago Oleaga, directivo financiero de El DIARIO VASCO, asesinado por ETA hace 23 años. Un sencillo ... homenaje reivindicará su nombre en el mismo sitio en el que fue asesinado, junto al centro Matía. Este acto del Ayuntamiento donostiarra será un símbolo que recordará aquella barbarie que rompió tantas vidas y tantos sueños en aquella Euskadi que vivía aún sumida en el túnel. Ese pasado dramático nos debe servir como acicate para esforzarnos en construir un futuro mejor basado en la empatía con las víctimas del horror. Su familia, sus amigos y sus compañeros fueron 'condenados' desde entonces a portar de por vida una fatídica 'mochila', un duelo para siempre. ETA quebró una vida y destrozó a una familia. Quería trasladar la amenaza a los medios de comunicación en un premeditado ataque a la libertad de expresión. La organización terrorista quiso imponer su proyecto totalitario al conjunto de la sociedad vasca y negar el pluralismo de un país complejo y plural. DV sobraba en su 'modelo', como lo prueba el acoso del que fue objeto este periódico, sus directivos, sus periodistas y sus instalaciones. Pero este periódico resistió con dignidad. No fue un ejercicio deliberado de heroísmo, fue un compromiso sincero con la sociedad en la que estamos insertos, de donde venimos y en la que cumplimos 90 años como testigos de la realidad cotidiana. Fue una demostración cívica. Fue decir 'basta' al miedo. Fue una rebeldía natural contra la injusticia cometida por quienes querían acallar las voces.

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ETA cesó su actividad terrorista en 2011 y, afortunadamente, todos sentimos un gran alivio tras dejar atrás esa negra etapa de nuestra historia, una losa fanática que impedía consolidarnos como una sociedad europea, madura, dinámica y próspera, con unos estándares elevados de calidad de vida pese a sufrir también sus problemas y afrontar las incertidumbres. Pese al fin de la violencia, algunos lastres siguen siendo pesados y la tóxica miseria moral que supuso el terrorismo requiere una activa cultura de regeneración y catarsis. Queda el dolor heredado de la tragedia y la necesidad de mantener viva la memoria de quienes, como Santi, integran ya un imaginario que debemos preservar. Es un deber ético si queremos transmitir a las próximas generaciones un legado decente. Y es una exigencia democrática. El terrorismo de ETA fue derrotado, entre otros factores, por el hartazgo social. Contribuyó además una batalla cultural en la que la opinión pública vasca, convulsa durante los años de la Transición, se convirtió en una punta de lanza para ganar la paz frente a la intransigencia. El mayor peligro es que ese pasado oscuro se diluya en aras de la ansiedad para pasar la página a toda velocidad, sin cerrar bien las heridas. La sociedad vasca quiere mirar al porvenir, pero no debe hacerlo sin observar antes el retrovisor traumático de la intolerancia. La convivencia por la que todos aspiramos, la que el mismo Santi quería trabajar cada día de su vida, es un plebiscito diario que exige transacciones. Y, por encima de todo, es un compromiso común de respeto a la vida, a la dignidad humana, de renuncia a cualquier coacción y de defensa íntegra de todos los derechos humanos. De aceptar al adversario sin demonizarlo, de encauzar las diferencias desde la civilidad. El acto de hoy nos servirá para pedir, como hacía el poeta Blas de Otero, la paz y la palabra. Y para reiterar una vez más que nunca olvidaremos a Santi.

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