Quién nos iba a decir hace unos años que el primer ministro húngaro se iba a convertir en una de las figuras más relevantes de ... la Unión Europea. Líder de un país pequeño del centro del continente, sin salida al mar y sin grandes recursos naturales, Orbán, sin embargo, ha sabido moverse en la esfera internacional con la habilidad suficiente como para destacar en el panorama europeo actual, eclipsando en buena medida a dirigentes de potencias mucho mayores que la magiar, como Emmanuel Macron, cuya posición en Francia es harto comprometida debido a los numerosos cambios de gobierno de su segunda presidencia, o el canciller alemán Friedrich Merz, un político oscuro y muy poco carismático. Actualmente, en la derecha, sólo Giorgia Meloni parecería estar a la altura de Orbán y, por la izquierda, Pedro Sánchez, hipotecado, no obstante, por los graves problemas que tiene para gobernar. En consecuencia, aunque durante bastantes años el premier húngaro ha ocupado una posición marginal en el concierto de naciones europeas, desde el triunfo de Donald Trump en noviembre de 2024 su influencia ha aumentado sensiblemente. Basta recordar la marginación que padeció por parte de muchos de sus socios europeos a raíz de la crisis migratoria derivada del fracaso de las mal llamadas 'primaveras árabes' y por la invasión de Ucrania y, sobre todo, de Joe Biden. El hecho de que Orbán mantuviera una posición próxima al Kremlin, oponiéndose a la entrada de Ucrania en la OTAN y al envío masivo de armas a Kiev le valieron el reproche de Bruselas y de Washington.
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En el fondo, él siempre se ha posicionado a favor de buscar una solución pacífica entre ambos contendientes y de evitar la escalada del conflicto. Por eso ha mantenido la interlocución directa con Vladímir Putin. De hecho, su primer viaje al extranjero, luego de asumir Hungría la presidencia rotatoria de la Unión Europea, fue a Moscú, lo que le valió duras críticas. La verdad es que los países comunitarios, pasados casi cuatro años de guerra, no han presentado ni una sola iniciativa de paz. Los mandatarios europeos, hasta la fecha, sólo hablan de sanciones y envío de armamento. Por eso yo me pregunto si no convendría tener en consideración a esas voces críticas con la postura oficial de la Comisión y del Consejo Europeo que ansían buscar el camino hacia el final de las hostilidades. Con independencia de su adscripción ideológica, creo que escuchar opiniones discrepantes en el seno de la UE podría llevar a una reflexión de mayor calado sobre una conflagración que está llamando a nuestra puerta. Porque quizás el problema no está tanto en la pertenencia de Orbán a la extrema derecha, puesto que en Bruselas tampoco se quiso aprovechar la sintonía y las excelentes relaciones con Putin del ex canciller alemán socialista Gerhard Schröder para abrir una vía de diálogo con las autoridades rusas. Al contrario, a pesar de no haber sido expulsado del SPD, se le quitaron algunos privilegios que le correspondían por haber desempañado tan alta magistratura, en un intento de aislarlo.
Con Orbán eso no es posible, por estar en ejercicio. Por ahora goza del favor de Trump y de Putin. Al fin y al cabo, los tres se mueven en la misma onda conservadora que hace que se haya generado una clara sintonía entre ellos. Y está la prueba evidente del frustrado encuentro en Budapest entre Trump y Putin, cancelado finalmente por el multimillonario por entender que Rusia no estaba dispuesta aún a decretar el alto el fuego en Ucrania. Tras la cita de ambos dignatarios en Alaska, la siguiente reunión debía haber sido en la capital húngara, algo que no es casualidad. Sólo los buenos oficios de Orbán lo hubiera hecho posible, además, en la medida en que había prometido seguridad plena a Putin, contra quien pesa una orden de detención por parte de la Corte Penal Internacional. Hungría solicitó su baja hace unos meses para evitar la captura de Netanyahu. En este caso actuaría igual con el presidente ruso. Lo cierto es que la entrevista se ha postergado sine die, si bien sospecho que Orbán sigue albergando en su fuero interno el deseo de que se celebre. Su estrella debe seguir brillando hasta entonces para continuar manteniéndose en el poder. En su último viaje a la Casa Blanca ha obtenido de Trump el beneplácito para seguir comprando gas ruso, salvando las sanciones existentes. Queda así congraciado con Trump y Putin. Al tiempo que se presenta como el único jerarca europeo que aspira a la paz. De momento, las conversaciones están paralizadas y las bombas siguen cayendo sobre Ucrania (y Rusia). Y si Orbán tuviera una hoja de ruta, ¿no valdría la pena estudiarla? ¿Porque cuántos gobernantes europeos han elaborado una propuesta de este estilo? Ninguno.
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