Con la llegada de septiembre, la secuencia de anuncios televisivos se convierte en el catalizador de todos los temores, distribuidos por franjas de edad y ... etapas vitales. Para los más pequeños, el tormento llega en forma de alusiones a «la vuelta al cole», festiva denominación bajo la que se agazapan en el mejor de los casos las implacables rutinas, el vértigo de los exámenes y el culto a los viernes. En el peor, el aislamiento, la rivalidad de la belleza perfecta en IG y varias formas de humillación, a una edad en la que uno aspira a ser admirado y si tal cosa no es posible, al menos sí aceptado, tolerado o admitido.
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En el otro extremo de la cuerda, los padres pasan sus minutos en el sofá, sitiados por los anuncios que les invitan a suscribir un seguro médico privado. Es este género quizás el más terrorífico a base de mensajes del pelo de «... y le realizaremos nuevas pruebas para descartar que sea algo grave». O para confirmarlo, omiten decir. A la vez que deslizan sutilmente la falsa idea de que ese protocolo es una práctica inusual en la Sanidad Pública, te anticipan que será precisamente ahí donde acabarás si las cosas se complican y los costes se disparan.
Igual subestimamos el influjo de la publicidad en nuestras decisiones, pero los mejores CEO del mundo no invertirían en ella si no estragara nuestras vidas. Ya habrá gente devolviendo el préstamo con el que se fue de vacaciones de verano, a propuesta de su entidad bancaria.
Y pronto empezarán los anuncios de colonias cuyo perfume enmascara el aroma a ese fin de año hacia el que ya nos dirigimos como un tren de larga distancia, pero sin paradas intermedias ni conexión con otros destinos. Brindemos.
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