En algún momento de su trayectoria política, a la pregunta de si seguía sintiéndose de izquierdas, Felipe González acostumbraba a responder que «razonablemente de izquierdas» ... y ahí ya se vio que se había ido. «Razonablemente» casa mal con algunos estados ideológicos y anímicos. De igual modo, si alguien se te declara bajo la fórmula «estoy razonablemente enamorado de ti», huye sin mirar atrás.
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El estado de euforia que Bizkaia venía larvando desde el pasado sábado eclosionó el jueves en un espectáculo que, por ir terminando el artículo, fue ni más, ni menos que el que cualquier afición futbolera quisiera para sí misma. Puestos a perder la cabeza, lo hicieron a lo grande, por tendencia natural y porque cuarenta años dan para mucha retención de líquidos. Los seguidores del Athletic se expandían más allá de sus propios límites. La celebración incorporó a los tibios primero y a los desafectos después, y de paso, resignificaron por apropiación expresiones como «se han vuelto locos» o «están enfermos». Se reivindicaron como lo uno y como lo otro, para horror de los que están 'cuerdos' por llevar tal vez alguna copa de menos.
Se podrá objetar que estas explosiones de alegría colectiva vienen ricas en astracanadas, pero eso es algo inherente a cualquier celebración futbolera. Lo del jueves fue lo que el ser humano lleva buscando desde que empezó a practicar la percusión con dos huesos: el éxtasis colectivo y eso es incompatible con lo «razonable». ¿Es todo esto ridículo? Puede ser. Pero el Athletic es «una religión» y su afición, «una familia», dos instituciones tradicionales que en sus peores versiones pueden ser bastante menos inocuas que el Athletic.
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