Irán: el país del que lo ignoramos casi todo
Para los occidentales, Irán es un país marcado por la oscura ortodoxia de los ayatolás. Juan Antonio Muñoz viajó hasta el estrecho de Ormuz para acercarse a una tribu de mujeres cuyo rostro enjaulado tiene poco que ver con los rituales del islamismo radical
Las aventuras de Juan Antonio Muñoz (Madrid, 1959) comenzaron a los cuatro años a bordo de un Land Rover de juguete. El pasillo de su casa fue un mapamundi en el que recorrió todos los lugares que cabían en la mente de un crío. Dice que lo suyo debió ser alguna mutación genética que le dejó cierto cromosoma de viajero inquieto. «En mi familia no había antecedentes de ningún tipo». Apenas cumplida la mayoría de edad se embarcó en un viaje en una moto vespa hacia el desierto marroquí. No ha regresado. De hecho, vive en el país vecino desde hace casi dos décadas.
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Ha pateado el territorio magrebí tantas veces que lo conoce como la palma de la mano. Y en estos años ha ido documentando los cambios de su sociedad. «Aún guardan raíces, eso que todo el mundo busca cuando va por allí. Pero las mujeres bereberes ya no se tatúan, vas a los mercados y ya no percibes las diferencias de unas tribus con otras, de unos peinados con otros... Llegará un día en que todos calzaremos los mismos vaqueros, camisetas y zapatos», lamenta Muñoz.
Esa percepción de que la uniformidad se impone en todas partes ha multiplicado su obsesión por la que podríamos llamar fotografía antropológica. Por atrapar imágenes que «en breve solo serán historia». Desde hace muchos años, Juan Antonio dedica los tiempos libres de su ajetreada profesión de guía, organizador de rallies en el desierto y hostelero en Marruecos a viajar a lugares en los que descubre que alguna tribu o cultura puede vivir sus últimas generaciones.
Como les pasa a otros viajeros, lo siente como «una droga. Vivo gracias a esto. Cuando deje de tener el sueño de sentarme delante de un mapa, y lo que supone de trasladarte y soñar, tiraré la toalla». Mientras eso ocurre, apuesta por pasarse muchas horas delante de bibliografías de todo tipo o libros antiguos, de esos que «te hacen soñar mucho más que el mejor plano por satélite porque te hacen sentirte todavía explorador. Alguien que se acerca al espíritu de Stanley o Livingstone».
La última de esas ensoñaciones le llevó a Irán. Aunque el motivo ya estaba en su imaginario. La gran calidad de sus trabajos fotográficos (www.juanantoniomunoz.com) le ha permitido cumplir encargos como el libro 'Grandes maravillas de Irán' (1998). Fotos de Persépolis, la gran plaza de Naghsh-i Jahan (Plaza Real) de Isfahán... Antes de regresar le regalaron un libro en el que su mirada inquieta de halcón gráfico se posó en una imagen, aparentemente menor. La de una mujer con el rostro cubierto por una especie de máscara de colores. Nada que ver con los habituales chador, hijab o con los más carcelarios burka. «Esa imagen nunca me abandonó y siempre ha estado latente en mi subconsciente».
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La visión que proyecta Irán (o Persia) en Occidente es el monocorde discurso de la república de los ayatolás, de su supuesta y permanente rivalidad con Occidente. Un fundido en negro de tópicos que arranca con la imagen de sus mujeres más tradicionales ataviadas de negro de la cabeza a los pies. Nada que ver con la realidad de un país con muchas sociedades dentro de su territorio.
¿En el peor momento?
De hecho, a Muñoz se le ocurrió viajar al país cuando las amenazas de Donald Trump de iniciar una guerra por las desavenencias con los programas nucleares tronaban más fuertes. «Antes de ir me decían: ¡Ten cuidado con todo!... Otros al llegar, me insistían: ¡Mejor sal de aquí! Pero en el país todo fueron facilidades. Un lugar de gente muy amable en un ambiente bastante relajado».
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Una de esas realidades aún más desconocidas en un país del que lo ignoramos casi todo es la de las comunidades bandari, un grupo tribal que habita en la franja costera junto al estrecho de Ormuz (Golfo Pérsico). En su lengua, bandari se traduce por 'gente del puerto'. Y, efectivamente, los grupos que quedan se desparraman en el tramo litoral de la región de Hormozgán. Vista en un mapa, esta zona está más cerca de países como Oman o Bahrein que de Teherán. Y, como el paisaje hace al paisanaje, ha dado lugar a una gran mezcla racial.
Las tribus bandari viven entre la capital de la región, Bandar Abbas (enclave de la Armada iraní) y en pueblos de las islas Qeshm, Hengham y Hormoz. Pero son sus mujeres las que despiertan todo tipo de leyendas por su tradición centenaria de cubrirse el rostro. Además de con una buena documentación previa y la garantía inicial de un contacto fiable, el imprescindible 'embajador' local, Juan Antonio solo concibe una manera de llegar a la gente. «Dejar que las cosas vengan solas y se descubran».
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Comenzó así una expedición en los asientos de un modernizado Peugeot 405 con las 'armas' de la curiosidad y algunas nociones de árabe. Fue así como pudo ir cruzando algunas 'puertas' mentales, hasta lograr que le franquearan también las físicas. Ese cerrojo se abrió en el pueblo de Minab, famoso por ser el lugar de máxima concentración de mujeres bandaris en las compras de los jueves. El Panjshambe Bazar es conocido como el mayor mercado abierto de la costa de Irán.
Y de esta forma pudo ir destejiendo, o al menos intentarlo, el hilo de las enigmáticas bandari, con las que «los ojos y las manos son su único vínculo con el mundo exterior». Lejos de despejarse, las incógnitas aumentaron. Unos le decían que es una tradición de los tiempos de los portugueses (colonizaron la zona hacia 1500), cuyas mujeres se cubrían para evitar las quemaduras solares. Al parecer, el color cetrino de la piel se asociaba con los esclavos. Si esta hipótesis fuera válida para el caso actual de las bandari, este fotógrafo y escritor no dejaba de preguntarse: «¿Mantener la belleza, ante quién?». Al parecer, solo se descubren en el interior de sus hogares.
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Otras teorías dicen que estas tribus pudieron incluso usarlos para esconderse de los esclavistas lusos. Y más fuentes se remontaban a los tiempos de las tropas de Alejandro Magno (siglo IV antes de Cristo), cuyos protectores faciales pudieron ser la inspiración. Las teorías crecen cuanto más se intenta indagar. Y este centro estratégico en las rutas comerciales que unían la antigua Persia con Arabia, Pakistán y África y la Ruta de la Seda hace muy difícil establecer con certeza su origen.
LIbro de familia facial
Per sonal
Más allá del papel ritual, en cada máscara (llamada 'boreghehs') hay toda una declaración de principios. Algunas son muy elaboradas y ornamentadas, reflejando la clase social de la familia. Los colores indican el estado de la mujer que lo porta. Rojo si está casada, naranja si ya es una novia prometida. En muchos casos, el centro de este protector sobresale de los laterales, dando un aspecto de máscara pájaro. Muñoz recuerda haber inmortalizado algunas similares en Burkina Faso o Malí.
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La fascinación por estas atareadas mujeres que acuden al mercado a proveer a sus familias de pescado, frutas y verduras se completa con vestidos muy coloridos, «parecidos a los saris de las indias». Otra prueba más del cruce de culturas que supuso el estrecho de Ormuz.
Juan Antonio Muñoz había acudido a la llamada de un ritual del que había oído que daba sus últimos latidos. Pero se trajo una percepción muy distinta. «Leí hace tiempo que las mujeres mayores son las únicas en llevar 'boreghehs', y que en poco tiempo desaparecería esa tradición. La sorpresa ha sido comprobar que las jóvenes también los utilizan». En algunas familias, las niñas lo empiezan a llevar a partir de los nueve años.
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Pero, junto a la rareza de esta tribu, llama la atención el método de trabajo de este documentalista gráfico: todas las imágenes son 'robadas'. Frente a los que pagan sin mayor miramiento o despliegan sus mejores dotes diplomáticas para pedir permiso y disparar, Muñoz solo hace 'clic' «cuando ellas no lo saben. No son posados. Son momentos únicos capturados en un momento que considero irrepetible».
Lo hace siempre así y el resultado, espectacular, llena su página web de autenticidad y misticismo. Argumenta que «una foto fija nunca es una expresión que me interese. Trato de buscar algo que aporte enriquecimiento interno». Así, las bandari desfilan por su cámara mientras atienden a sus niños, cargan con las tortas de pan o rebuscan en el gran mercado de Panjshambre Bazar la ropa o la comida con la que cubrirán las necesidades de sus familias.
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Es el interior de comunidades que podrían vivir sus últimas generaciones antes de diluirse en la uniformidad global. Juan Antonio Muñoz dice sentirse como el documentalista del cambio climático, pero aplicado a los seres humanos. «Tribus que se derriten como los hielos o los lagos de la taiga siberiana». Desfiles de auténtica humanidad que podrían acabar como ese desierto cercano al que no dejó de acercarse. Aquí no tuvo que disimular para 'robar' imágenes de una naturaleza muerta. Tan bella como inquietante.
PERSONAL
Vida en la frontera
Este madrileño (1959) afincado en Marruecos desde hace 20 años centra su vida en rescatar para su archivo de fotos aquellas comunidades y escenarios al límite de la absorción por el planeta global. Ha recibido el Trofeo Maroc 2015 de la Oficina de Turismo de Marruecos.
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Vida en la frontera Este madrileño (1959) afincado en Marruecos desde hace 20 años centra su vida en rescatar para su archivo de fotos aquellas comunidades y escenarios al límite de la absorcuón por el planeta global. Ha recibido el Trofeo Maroc 2015 de la Oficina de Turismo de Marruecos
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18 ños tenía Juan Antonio Muñoz cuando cruzó por primera vez la frontera marroquí en una moto vespa. Desde entonces la ha convertido en su segunda casa. Además de hoteles, organiza rallies en el desierto. Tiene uno de los archivos gráficos más completos de los mercados y tradiciones magrebíes.
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Irán, 20 años despue isitó Persia por primera vez en 1998 para fotografiar sus grandes monumentos. Ahora persigue tribus aisladas.
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