Las guerras que se le resisten a Trump y que a nadie le importan
Dice ser «el presidente de la paz», pero el mundo sigue marcado por conflictos que dejan decenas de miles de muertos y que no parecen tener fin
Ocho son las «guerras imposibles de resolver» con las que Donald Trump asegura haber acabado. Las hay de todo tipo. Escaramuzas de artillería como la ... que estalló en la disputada frontera que separa Tailandia y Camboya tras la explosión de una mina que hirió a cinco soldados; intensas batallas entre vecinos irreconciliables como la que libraron las fuerzas aéreas de India y Pakistán tras el atentado terrorista que dejó 26 muertos en la Cachemira controlada por Nueva Delhi; enquistados conflictos como el que enfrentó durante décadas a Armenia y Azerbaiyán por la región de Nagorno-Karabaj; guerras de guerrillas como la que sacude la República Democrática del Congo, donde los insurgentes del M23 combaten al gobierno con el apoyo de Ruanda; e intercambios de misiles como los protagonizados por Israel e Irán durante su 'Guerra de los 12 días' de junio, en la que el presidente de Estados Unidos decidió participar con las mayores bombas convencionales de su arsenal.
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En la lista el mandatario republicano también incluye dos conflictos en los que la sangre no ha llegado al río: el rifirrafe político entre Serbia y Kosovo, un país que Belgrado no reconocía, y la agria polémica entre Egipto y Etiopía por la presa hidroeléctrica que la segunda ha construido en el Nilo, afectando al curso del río en su tramo por territorio egipcio. En cualquier caso, no hay duda de que el gran triunfo de Trump ha llegado con la firma esta semana del plan de paz que propuso para poner fin al enfrentamiento entre palestinos e israelíes, «una contienda que se remonta 3.000 años».
Muchos señalan que exagera su influencia, no obstante, la ceremonia del pasado lunes en Sharm el-Sheikh, con una treintena de líderes mundiales aplaudiendo de pie a su espalda, le ha proporcionado al magnate la instantánea que ansiaba. «Soy el presidente de la paz», reitera. Y en un inesperado gesto, el primer ministro paquistaní, Shehbaz Sharif, concordó con esa idea: «Si no hubiese sido por la intervención de este hombre, la guerra entre India y Pakistán podría haber escalado y, como somos potencias nucleares, nadie sabe qué podría haber pasado».
Pero el propio Trump reconoce que tiene trabajo pendiente. Prometió poner punto final a la invasión rusa de Ucrania en un solo día y han pasado diez meses desde que regresó a la Casa Blanca y aún no ha logrado siquiera poner un punto y seguido. «Es hora de centrarse en Rusia», afirmó en Israel. No en vano, admite que Vladímir Putin es un hueso más duro de roer que Benjamín Netanyahu, algo que se demostró con el fracaso de su ambiciosa cumbre bilateral en Alaska.
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Sobre el terreno, la invasión de Ucrania está tan empantanada como en el ámbito político. Se ha convertido en una guerra de desgaste en la que el tiempo corre a favor de Putin. «Simplemente, tienen más carne de cañón. Para nosotros cada vez es más difícil reclutar soldados, pero Rusia puede movilizar a cuantos quiera con un decreto. Además, el enemigo ha logrado incrementar su producción de armamento, sobre todo de drones, y nosotros siempre lidiamos con la amenaza de que nuestro suministro se corte. Un día Trump se levanta con el pie izquierdo y nos quedamos sin proyectiles de artillería», lamenta desde el frente de Donetsk el comandante de una unidad que pide mantenerse en el anonimato. «Ojalá el presidente fuese tan contundente con Putin como con Hamás», apostilla.
En la guerra de desgaste de Ucrania, Rusia cuenta con más «carne de cañón» y mayor capacidad de producción de armas
A pesar de todo, las líneas del frente no se mueven sustancialmente. Los avances rusos son de cientos de metros. A este ritmo, le llevará décadas conquistar el territorio que aún no controla de las zonas que Moscú se anexionó mediante una reforma constitucional. «Las tropas rusas mantienen la iniciativa estratégica», aseguró Putin en octubre. «Atacan nuestra infraestructura energética para enmascarar su fracaso en el campo de batalla», respondió su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, hace unos días, esperanzado por la posible llegada de los misiles de largo alcance Tomahawk que lleva meses demandando a Washington y que Trump podría finalmente enviar. Como sucedió antes con los tanques Leopard 2 o los cazas F-16, Zelenski espera que sea el arma que cambie las tornas.
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«Una tragedia humanitaria
La guerra de Ucrania es, sin duda, la más mediática por el impacto que tiene en los países desarrollados de Occidente. Pero no es, ni mucho menos, la única que aqueja al mundo. De hecho, hay una incluso más sangrienta que la librada por Israel y Hamás en Gaza. En Sudán, donde apenas nadie presta atención, se estima que 61.000 personas fallecieron en el primer año y medio de contienda, y eso fue en noviembre de 2024. Desde entonces, la violencia de los combates entre las Fuerzas Armadas de Sudán (SAF), lideradas por Abdel Fattah al-Burhan, y los paramilitares de las Fuerzas de Acción Rápida (RSF) comandadas por Mohamed Hamdan Dagalo, se ha intensificado. Estos dos hombres eran amigos, dieron un golpe de Estado juntos, y ahora se quieren matar. Y con ellos arrastran a todo un país.
«Hay doce millones de desplazados, muchos de los cuales han tenido que huir con lo puesto varias veces, y cuatro millones de refugiados en otros países. Es una tragedia humanitaria colosal», explica a este diario Claire Nicolet, coordinadora de Emergencias de Médicos Sin Fronteras en Sudán. Sabe de qué habla porque está sobre el terreno, donde la ONG cuenta con 1.300 empleados locales y unos 200 internacionales. «Este es un conflicto que lo tiene todo. Todo lo malo. A nuestras clínicas llegan pacientes con heridas de bala y de metralla, mujeres violadas, enfermos de malaria, dengue y un sinfín de males, niños desnutridos y gente deshidratada», enumera Nicolet.
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La hambruna afecta desde hace un año a dos regiones, el cólera se extiende, y el grado de violencia «es brutal». Lo señala también Naciones Unidas, que considera la situación «una de las mayores crisis humanitarias del siglo XXI». Y puede ser peor, porque la ciudad de El-Fasher lleva más de 500 días asediada por las fuerzas de las RSF. Quienes tratan de huir, son asesinados; los que se quedan, mueren de hambre.
«Este es uno de los ejemplos más claros de dos tipos impresentables que luchan únicamente por el poder, no por ideología, religión o cualquier otra bandera. Tienen capacidad de comprar lealtades, gracias en gran medida a las minas de oro que quieren controlar, pero esas lealtades pueden cambiar de un día para otro», explica Jesús Núñez Villaverde, codirector del Instituto de Estudios Sobre Conflictos y Acción Humanitaria (IECAH).
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«Es un conflicto político que se ha ido extendiendo desde la capital, Jartum, hasta Darfur, y que no interesa a nivel internacional», añade Nicolet. Eso último tiene una consecuencia directa: «Solo llega el 25% de la ayuda necesaria», apunta la cooperante de MSF, que tiene que lidiar con ambos bandos y no ve una salida sencilla a la guerra. «No es descartable que, como ya sucedió con la creación de Sudán del Sur, el país vuelva a partirse», señala la francesa.
Un enemigo común
7.000 kilómetros al este, en otro país dividido desde que logró la independencia del Imperio Británico se libra una guerra olvidada más. Es la de Myanmar (la antigua Birmania), que enfrenta a la Junta Militar que gobierna el país con puño de hierro desde el último golpe de Estado que dio, en febrero de 2021, con un complejo mosaico de grupos armados que, en su mayoría, representan a diferentes etnias del país asiático.
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En Sudán el número de víctimas supera a las de Gaza, pero solo recibe el 25% de la ayuda que necesita
La violencia está presente desde 1948, pero se ha mantenido latente con la excepción de trágicos chispazos en 1998 o 2007. Ahora, con el abrupto fin del proceso de democratización al que ellos mismos dieron inicio, los militares han logrado lo que parecía imposible: que los grupos armados se unan y que hagan piña con uno nuevo, la Fuerza de Defensa del Pueblo (FDP), que representa sobre todo a la mayoría bamar.
«Estamos unidos frente a un enemigo común», comenta desde un lugar secreto de Myanmar el presidente del Gobierno de Unidad Nacional, Duwa Lashi La, el brazo político del FDP. «Sin embargo, nos sentimos solos. Luchamos por la democracia y no recibimos ninguna ayuda internacional como la que fluye hacia Ucrania. Si la tuviésemos, habríamos derrocado al ejército en seis semanas», denuncia. A pesar de ello, los rebeldes han logrado notables victorias y ahora los militares solo controlan el 21% del territorio. El objetivo es lograr la creación de un Estado federal democrático, el que debería haber nacido de la descolonización.
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«Suelo dividir los conflictos en dos: los que tienen la capacidad para contaminar la región y los que no trascienden el ámbito doméstico. Myanmar es uno de esos últimos, y por eso no interesa más que a los vecinos más cercanos, como China», analiza Núñez, quien señala que el mundo en vías de desarrollo, sobre todo en la explosiva región africana del Sahel, está salpicado de este tipo de guerras fratricidas.
«Durante gran parte del siglo XX, las guerras las libraban estados cuya legitimidad política estaba clara, la tenía el gobierno. Por eso, cuando un día se firmaba un acuerdo, al día siguiente se hacía realidad. En la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo. Ahora es todo más complejo porque, salvo en la invasión de Ucrania, muchas guerras se libran entre grupos cuyo liderazgo no siempre está claro. Y eso dificulta cerrarlas», añade un coronel español que habla desde el anonimato porque continúa en activo. «No es lo mismo negociar con un presidente que hacerlo con un grupo terrorista en el que existen diferentes facciones», apostilla.
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Núñez también señala que Trump «supone un peligro para el orden mundial porque puede provocar su colapso», y considera posible que golpes como el que dio contra Irán se puedan repetir. Por ejemplo, en Yemen contra los hutíes, el único grupo de la región que mantiene cierta fortaleza tras el descabezamiento de Hezbolá en Líbano. Además, el analista del IECAH advierte que no se puede descartar que Washington inicie algunos conflictos.
Como en Venezuela, por ejemplo, donde ya ha destrozado varias supuestas narcolanchas. «Creo que el despliegue naval de Estados Unidos no busca una invasión del país, pero sí va a por Maduro y podría lanzar una operación contra él al estilo Bin Laden. Eso podría hacer caer el chavismo para llevar al poder a alguien como María Corina Machado», quien ha solicitado una intervención en su país.
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Finalmente, Núñez recuerda muchos otros conflictos internos que, si bien no son considerados guerras, pueden llegar a dejar incluso más muertos: «México o Haití, entre otros». Y guerras contenidas que, si estallan, podrían tener consecuencias devastadoras para el mundo: «Como la invasión china de Taiwán». Ahí, Trump prefiere inhibirse, porque Pekín es el único que le puede hacer frente.
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