Unai Cossío muestra una de las salas.
Biomagune

«Yo he visto bolígrafos volando»

El centro de investigación donostiarra celebró una jornada de puertas abiertas en la que los visitantes pudieron ver el imán más potente del país y un búnker de hormigón

Javier Guillenea

San Sebastián

Sábado, 9 de noviembre 2024, 01:00

«Yo he visto bolígrafos volando», revela Sara en el laboratorio de resonancia magnética. Instintivamente, sus oyentes se tientan la ropa para comprobar si llevan ... encima algo metálico y comienzan a temer por la integridad de sus móviles. «Incluso un clip en el bolsillo de la camisa puede salir disparado», corrobora el investigador Ángel Martínez. Estamos al otro lado de la puerta, a dos metros del imán más potente que hay en España. Si se cruza el umbral, todos los objetos de metal que llevamos encima emprenderán un vuelo hacia la máquina, un aparato con aspecto de centrifugadora ubicado en las entrañas de Biomagune.

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El centro de investigación donostiarra celebró ayer una jornada de puertas abiertas para mostrar al público su actividad. «Queremos trasladar lo que hacemos para que se vea que nuestro trabajo tiene un valor para la sociedad», explica el químico Ángel Martínez a las 25 personas que han acudido a la convocatoria. Entre los visitantes están Ana Merino y Edorta Pérez Pineda, un matrimonio cuyo hijo trabaja en Biomagune y que han acudido «por curiosidad, para ver qué investiga». «Parece que un centro de investigación es algo cerrado, una incógnita, yo creo que la gente no sabe muy bien lo que se hace en ellos y por eso hemos venido, para conocerlo».

Empieza el recorrido. Los visitantes se dividen en tres grupos que descienden por unas escaleras y se adentran en un inesperado laberinto de laboratorios, máquinas e investigadores. La primera etapa es la sala del imán, la de los bolígrafos voladores, donde se obtienen imágenes de lo que sucede en el interior de ratas y ratones, «siempre anestesiados, cumpliendo con los protocolos de bienestar animal», recalca Sandra, técnica de resonancia magnética de imagen, que ejerce como anfitriona en esta primera etapa de la visita.

En el centro producen por la noche medicamentos a la carta para pacientes de hospitales

En la sala se oye un ruido constante, como si un grillo se hubiera colado en su interior. «Es el sonido del motor que recupera el helio», explica Ángel. Este gas se utiliza para alcanzar unas temperaturas muy bajas y así poder crear el campo magnético necesario para obtener imágenes. «Si por cualquier motivo esto deja de funcionar, perdemos la refrigeración del imán y la superconductividad, lo que supone un riesgo para las personas que están en el laboratorio, porque el peligro de asfixia es importante», dice Sandra. Por eso, cuando el grillo calla hay que ponerse en guardia, porque «si el helio sale del imán puede desplazar al oxígeno que hay en la sala».

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La anfitriona muestra después varios ejemplos de imágenes obtenidas con la máquina. Se ve un cerebro infartado con una zona en la que no se aprecia un vaso sanguíneo que debería estar allí, Es la vena por donde ha dejado de pasar sangre, el vaso sanguíneo que ha generado el infarto. Se ven también un tumor en la vejiga, una lesión en la columna y un corazón bombeando. Son imágenes que utilizan los investigadores para buscar tratamientos a diferentes enfermedades.

Prosigue la visita. La siguiente etapa es el ciclotrón, un rotundo nombre marveliano con el que se designa a un acelerador de partículas capaz de convertir elementos estables en radioisótopos de vida corta que pueden ser incorporados a cualquier molécula marcándola sin alterar sus propiedades. Para llegar a él hay que ponerse unas calzas sobre los zapatos y atravesar un sinuoso pasillo con puertas amarillas que desemboca en otro pasillo con suelo metálico y tubos en las paredes. Esa zona, que recuerda a un submarino, es la antesala del laboratorio donde se halla el búnker que protege a los investigadores de la radioactividad que genera el ciclotrón.

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Dos metros de espesor

Vanessa Gómez, la responsable de la plataforma de radioquímica toma el relevo a Sandra y muestra una maqueta del acelerador. Tiene aspecto de platillo volante, pero el de verdad es mucho más grande. Tiene dos metros de alto y otros dos de diámetro y se encuentra tras una caja de hormigón con paredes de dos metros de espesor para que la radioactividad que produce cuando genera un isótopo no salga al exterior.

12 grupos de investigación desarrollan su labor en las instalaciones de Biomagune

A pocos metros del ciclotrón, tras otra puerta amarilla, un laboratorio utiliza los isótopos para producir medicamentos a la carta para pacientes concretos. Lo hace por las noches, de forma que a primeras horas de la mañana el tratamiento ya esté disponible en el hospital que lo haya solicitado. En otro laboratorio, el de radioquímica, se producen compuestos que más tarde se prestarán con animales.

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Tras la tercera etapa, en la que Unai Cossío, responsable del laboratorio de imagen nuclear, muestra el lugar donde «se hace el ensayo de los fármacos con animales», las visitantes ascienden las escaleras y abandonan las entrañas de Biomagune. «No me lo esperaba», dice uno de ellos. Solo por su gesto de sorpresa, parece que la jornada ha sido un éxito.

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