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Inma Aramendi, Mikel Etxaniz, José Luis Garate y Xabier Barrutia a pie de carretera en el casco urbano de Azpeitia. Usoz

Vida y muerte sobre el asfalto

Una víctima y tres profesionales que intervienen en accidentes de tráfico en Gipuzkoa conciencian con sus testimonios sobre la seguridad vial |

Arantxa Aldaz

San Sebastián

Sábado, 29 de diciembre 2018, 08:00

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La última campaña de la Dirección General de Tráfico ha buscado el impacto con imágenes de gran dureza para intentar reducir el persistente drama de los siniestros en carretera. Luego están los testimonios de vida y muerte sobre el asfalto de Mikel Etxaniz, en silla de ruedas desde hace veinte años tras un accidente en bici contra una furgoneta;José Luis Garate, bombero;Inma Aramendi, Policía local, y Xabier Barrutia, enfermero y sanitario de la DYA. Sus historias hacen directamente levantar el pie del acelerador, mirar dos veces por el retrovisor, no hacerle ni caso al 'beep beep' del último mensaje que ha saltado en el móvil, poner los cinco sentidos al volante. Un segundo de distracción, una imprudencia, una copa de más y aparecen estos cuatro protagonistas en la película real que nadie querría protagonizar.

Forman parte del 'road show' que organiza la asociación Stop Accidentes para intentar concienciar a chavales adolescentes de la importancia de la seguridad vial. Se suben al escenario de un teatro o de una casa de cultura, pero no son actores. Recrean con sus vidas la secuencia de un accidente de tráfico:el choque, las primeras asistencias, la estancia en el hospital –si se sobrevive– y las secuelas para una víctima o la familia de un fallecido. Se dejan de sermones. Van al grano. «Yo les llevaría una mañana al hospital de parapléjicos de Toledo. Allí hay víctimas de tráfico que solo pueden mover un dedo, o que viven conectadas a una batería para poder respirar». El azkoitiarra Mikel Etxaniz pasó allí dos años largos de su vida, en etapas intermitentes, para volver a aprender lo más básico 'atado' a la silla de ruedas que le acompaña desde hace dos décadas.

«Que piensen un solo segundo antes de montarse con un amigo que ha bebido»

Inma Aramendi | Policía local

Aficionado al deporte, solía recorrer kilómetros con su bici para desestresar del trabajo, cuenta con cierto anhelo. El 7 de septiembre del año 2000, una de aquellas escapadas terminó en tragedia. «Recuerdo que hacía un día maravilloso. Bajaba por el monte Elosu y en una curva me salió una furgoneta. La intenté esquivar y di una vuelta de campaña. Me quedé boca arriba, consciente, pero como si no estuviera, en una nebulosa. Y yo mismo me decía que intentara mover las piernas, y no podía». Se rompió la dorsal 12 y con ella, toda su vida, que tuvo que recomponer hasta poder hoy relatar el accidente, no sin torcer el gesto de amargura.

Reaprender lo más básico

En el Hospital de Zumarraga, recuerda como suele hacerlo ante el público adolescente de las charlas, el médico que le atendió aquel día no daba crédito. «No paraba de preguntarme cómo me había hecho esto, porque no tenía ningún rasguño. Solo la espalda rota». Evacuado al Hospital Universitario Donostia, allí pasó mes y medio de ingreso. Le colocaron una placa para fijar la dorsal. «Me acuerdo de la sensación de quedarme solo en la habitación y no poder mover las piernas». Luego llegó la estancia en el hospital de Toledo. Otro golpe de realidad.

«El conductor estaba muerto. Era un conocido de la familia. Yo les di la noticia»

José Luis Garate | Bombero

Pocos lugares ejemplifican mejor las consecuencias de un accidente de tráfico. «Recuerdo la impresión de llegar y que te dejaran aparcado en una habitación, como si fuera un almacén. Una soledad tremenda, un ambiente frío», que sin embargo terminó convirtiéndose en el entorno protegido que le permitió aprender a vivir una vida «lo más normal posible», y hace el gesto de las comillas. Porque la normalidad consistió en no volver a trabajar –es ingeniero–, ni a caminar, ni a bailar con su grupo de euskal dantza Sahatsa, una de sus pasiones, o a que sus padres se fueran a vivir con él a su casa, que tuvo que adaptar. Y todavía habla de que tuvo «suerte». No solo por sobrevivir, sino porque en Toledo fue consciente de que hay víctimas «que no tienen a dónde ir. Yo tenía un trabajo y un dinero ahorrado. Dicen que el dinero no ayuda, pero sí.En estas situaciones es la diferencia entre poder vivir o malvivir de forma indigna».

Su testimonio cala hondo. «Los consejos están bien, pero no funcionan. Lo efectivo es llegar a la parte emocional de la gente. Porque si les haces un test a los chavales, ya saben lo que teóricamente está bien», asume Xabier Barrutia, enfermero en el Hospital Universitario Donostia y sanitario de la DYA. Suele repetirles que los sanitarios estudian para curar enfermedades y salvar vidas. «Pero algunos accidentes son tan graves que no se puede hacer nada más que prevenirlos». Por eso no se cansan de repetir el mensaje.

«Solo hay una vida y hay que disfrutarla, pero con conciencia. El coche es un arma»

Mikel Etxaniz | Víctima de accidente

«No queremos meterles miedo en el cuerpo, pero sí infundir respeto a la carretera. Si evitamos una sola muerte, nos vale», expresa José Luis Garate, bombero del parque de Azkoitia. Inma Aramendi, policía local de Azpeitia, solo les pediría una cosa a los chavales que suelen llenar el auditorio:«Que piensen un segundo antes de montarse en un coche con un amigo que ha bebido o se ha drogado, que le pidan las llaves y que no le dejen conducir».

El público se encoge en sus asientos con cada una de las experiencias relatadas. Se hace el silencio con la primera sirena de ambulancia que resuena. «Lo habitual es que lleguemos nosotros los primeros», describe José Luis, el bombero. De ellos depende «proteger la escena» para poder rescatar las víctimas en condiciones y que las consecuencias no sean aún peores. «Nosotros no actuamos hasta que nos dan el visto bueno», apunta Xabi, de la DYA. Porque en un accidente puede haber que asegurar la suspensión del vehículo para poder rescatar a la víctima del interior, o asegurar que no vaya a producirse una explosión por derrame de combustible. «Puede haber vertido de material, baterías encendidas...», enumera José Luis.

Informar a la familia

Supo que su traslado laboral al parque de Azkoitia, hace ya varios años, le iba a obligar a enfrentarse al drama de los accidentes de tráfico con demasiada cercanía. «Sabía que tarde o temprano podría encontrarme a alguien conocido».Y así ocurrió en un accidente frontal entre un coche y un camión. «El conductor estaba muerto. Atendimos el accidente y fue después de esos minutos de adrenalina por la actuación cuando me di cuenta de que la matrícula se me hacía conocida. Era un conocido de la familia. No sé de dónde saqué las fuerzas, pero me presenté voluntario para comunicar la noticia a sus allegados. Fui a su casa. Llamé a la puerta y ¡buah! (se le corta la voz). Y recuerdo que aquel familiar solo repetía que la víspera le había dicho que cogiera el autobús, porque hacía muy mal tiempo. Esas heridas cicatrizan lento y mal».

«Lo efectivo es llegar a la parte emocional, porque los chavales ya se saben la teoría»

Xabier Barrutia | Sanitario de la DYA

Inma Aramendi coincide con su colega en que para los profesionales que intervienen en carretera «lo más duro es comunicar a una familia el fallecimiento de un hijo o de cualquier otro ser querido». Recuerda especialmente dos casos. «Unos padres a los que tuve que decir que su hija había fallecido en un accidente en el Alto de Azkarate», un punto negro vial, que en 23 años se ha cobrado 23 vidas en 524 accidentes que también han dejado 149 heridos, enumera José Luis. El otro accidente que tampoco olvida ocurrió un Año Nuevo. «Serían las seis y media de la mañana. Acudimos a una llamada en el casco urbano de Azpeitia. Tendido en el suelo, había un joven inconsciente. Y alrededor, sus amigos, fuera de sí. Al parecer, los chavales se habían subido a una furgoneta y el que había resultado herido se había quedado fuera. Los que estaban dentro no se dieron cuenta de que su amigo se colgó del coche por el exterior y arrancaron. Le arrastraron varios metros. Estuvo meses hospitalizado. Ha perdido los sentidos del olfato y el gusto».

Mikel se permite el último mensaje:«Solo hay una vida y hay que disfrutarla, pero con conciencia. El coche es un arma».

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