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Un tsunami de solidaridad frente a la marea negra

Voluntarios guipuzcoanos que viajaron hasta Galicia para colaborar en las tareas de limpieza del vertido del 'Prestige' rememoran aquellos días de buzo y chapapote 20 años después de la tragedia

Lara Ochoa e Izania Ollo

San Sebastián

Sábado, 12 de noviembre 2022, 07:09

«Mi hija Izaro es mi recordatorio del 'Prestige'». La sanjuandarra Erme Pedroso estaba embarazada, aunque no lo sabía, cuando puso rumbo a Galicia para ... ayudar en las tareas de limpieza de un litoral teñido de negro. Jamás podrá olvidar el «horror» con el que ella y otro centenar de voluntarios guipuzcoanos se encontraron nada más bajarse del autobús y asomarse al mar tres semanas después del desastre. «Era tal la inmensidad de la mancha... Llegaba el chapapote en cantidades ingentes. Aquello no se podía parar», rememora.

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Este domingo se cumplen veinte años de una de las mayores catástrofes ecológicas de España. Aquel 13 de noviembre de 2002, el petrolero 'Prestige' cargado con 77.000 toneladas de fuel se fue a pique y seis días después acabó partido en dos frente a la costa gallega. Como consecuencia del accidente, 63.500 toneladas de petróleo fueron vertidos al mar, el 80% de lo que transportaba el buque. Durante semanas, la marea negra se extendió sin tregua por todo el Golfo de Vizcaya.

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El 8 de diciembre la mancha de fuel llegó a aguas de Gipuzkoa. Tres días antes lo había hecho a Bizkaia. Dos mil arrantzales vascos salieron a la mar para retirar el petróleo desde sus barcos y poner freno al desastre que se avecinaba.

Su incesante labor fue fundamental para evitar un daño mayor en la costa vasca, aunque no pudieron impedir que el chapapote acabara llegando a nuestras playas. Sin embargo, los datos demuestran que su trabajo en alta mar fue imprescindible para que el impacto medioambiental del vertido del 'Prestige' en Euskadi fuera el menor posible. De hecho, en los arenales vascos se recogieron un total de 3.211 toneladas de residuos, veinte veces menos que en Galicia.

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(Vídeo: Estrella Vallejo)

Pero en esta tragedia no todo fueron malas noticias. Para hacer frente a la marea negra surgió un tsunami de solidaridad que rebasó cualquier expectativa. Esa gran ola tuvo su expresión también en Gipuzkoa. Durante meses, centenares y centenares de voluntarios viajaron hasta la Costa da Morte para enfundarse un buzo blanco y limpiar pala en mano el chapapote que había vestido de luto el litoral gallego.

Los donostiarras Elena Rey y José Ramón Varela fueron dos de los eslabones de esa cadena. «Me impacto muchísimo ver el mar convertido en una pasta gruesa de color negro», recuerda José Ramón, que por aquel entonces era secretario de la Casa Galicia, de la que luego fue presidente. «Yo tengo grabado el día que llegamos a la isla de Ons y vimos todo ese paisaje ennegrecido, no se me olvidará nunca. Tampoco ese olor fuerte a fuel que se te metía por todo el cuerpo», rememora Elena, de 49 años.

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«Cuando llegamos a Corme nos encontramos a los percebeiros desesperados por limpiar las rocas»

José Ramón Varela, voluntario de casa galicia

Ambos fueron los encargados de organizar los autobuses de Casa Galicia que durante varios fines de semana y algún puente pusieron rumbo a la costa gallega llenos de voluntarios dispuestos a arrimar el hombro. «La respuesta fue impresionante. Hasta tuvimos lista de espera», explican. Tras un primer viaje a Portonovo, donde la empresa Tragsa encargada de la limpieza del desastre «no nos dejó hacer mucho», se volcaron con Corme, un pequeño municipio de A Coruña de donde es originaria toda la familia de José Ramón. «Preguntamos a los pescadores si necesitaban ayuda porque desde las instituciones decían que no hacían falta voluntarios. Pero no era cierto. En Corme nos recibieron con los brazos abiertos».

Partían los viernes a última hora de la tarde desde Donostia para llegar a Corme temprano por la mañana y ponerse manos a la obra. No había tiempo que perder. «Al llegar nos encontramos a los percebeiros desesperados por limpiar las rocas. Al fin y al cabo son su fuente de vida».

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Los donostiarras Elena Rey y José Ramón Varela con algunas imágenes de la tragedia. Ellos fueron dos de los cientos de voluntarios que viajaron a Galicia para ayudar en las tareas de limpieza Michelena

«Los percebes se deshacían»

En los primeros viajes su principal trabajo fue formar cadenas humanas para subir los capazos llenos de chapapote desde las rocas a la carretera. «Para los que no conozcan la zona que imaginen una catástrofe así en los acantilados de Jaizkibel. Son lugares peligrosos y de difícil acceso», ilustra Elena. «Además todo era negro, es que no se distinguían apenas las rocas del mar», indica José Ramón, que a sus 73 años recuerda como si fuera ayer aquellos meses.

Entre toda esa masa negra los mariscadores gallegos perdieron su mayor tesoro. «Los percebes se te deshacían en las manos», asegura. Por eso, limpiar bien las rocas era fundamental para poder recuperar el marisco. «Las íbamos limpiando una a una con un cepillo», explica Elena.

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Equipados con material proporcionado por el Ayuntamiento de Donostia (buzos, botas, mascarillas...), Elena, José Ramón y otro centenar de guipuzcoanos trabajaron casi sin descanso durante días. «Hubo hasta quien se quedó dos meses ayudando», aseguran. «Era un trabajo duro. Ahora sabemos lo que es usar mascarilla, pero recuerdo que casi no se podía respirar con ella y te la acababas quitando», explica Elena.

«En cuanto supimos de la catástrofe organizamos un autobús y nos fuimos a Galicia a ayudar»

Gema sistiaga, voluntaria de albaola

Afortunadamente, todo esa labor dio sus frutos y dos años después del accidente del 'Prestige' la naturaleza devolvió a Corme sus frutos. «Volvieron los percebes, también los erizos... Como agradecimiento la fiesta del percebe de 2005 se la dedicaron a todos los voluntarios. Hasta hay una calle que lleva su nombre», indica orgulloso José Ramón.

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En Casa Galicia no fueron los únicos en reaccionar. Desde la asociación de cultura marítima Albaola de Pasaia la respuesta fue también inmediata. «En cuanto supimos de la catástrofe organizamos un autobús y nos fuimos para allí. No sabíamos muy bien lo que nos íbamos a encontrar, pero cuando llegamos a O Grove y vimos esa masa negra horrible...», recuerda la sanjuandarra Gema Sistiaga, voluntaria de Albaola.

Gema Sistiaga, voluntaria de Albaola, preparada para limpiar la costa de O Grove de las manchas de chapapote

Desde la asociación tenían recientes lazos con Galicia, fraguados un año antes del accidente del 'Prestige'. Entonces viajaron hasta Vigo junto a dos asociaciones bretona e irlandesa en una embarcación de piel con la que recorrieron puerto a puerto la costa gallega. «Fue todo un descubrimiento para nosotras, nos encontramos con un paisaje impresionante. Y nos sirvió también para estrechar vínculos con las distintas asociaciones marítimas de allí. Nos trataron de maravilla», indica Erme Pedroso, gerente de Albaola y una de las tripulantes, junto a Gema, de esa expedición. Por eso, cuando conocieron la gravedad de lo ocurrido no dudaron «ni un minuto» en ir a ayudar. «Fletamos un autobús litera que se llenó en un visto y no visto. De hecho hubo gente que hizo el viaje en su coche particular», explica Erme.

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Su destino fue O Grove. «A nivel institucional a nosotros también nos decían que no hacía falta ayuda, que estaba todo controlado, pero a través de nuestros contactos en Galicia sabíamos que en las cofradías de pescadores estaban desesperados». No era para menos. «Ver toda esa marea negra fue impactante, era el horror. Estabas limpiando y llegaba más y más chapapote. No había manera de parar aquello», rememora Erme. «Fue una experiencia muy dura y un shock ecológico tendiendo en cuenta lo que habíamos visto un año antes», añade Gema.

Para su viaje, el Gobierno Vasco les proporcionó los buzos y mascarillas, la Diputación de Gipuzkoa las palas y cestos y el Ayuntamiento de Pasaia la comida. Los voluntarios de Albaola estuvieron limpiando la playa de la Lanzada. «'Manos a la masa' solíamos decir. Recogíamos chapapote en la arena, las rocas, por todo lo que podíamos. Cuando llenábamos los cestos, los pescadores se acercaban con sus lanchas para llevarse todos esos residuos a puerto», explican.

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Antes de coger la pala era primordial equiparse bien. Cada día un grupo al que llamaban 'manos limpias' se encargaba de vestir y asistir a quienes recogerían el chapapote. Con cinta aislante intentaban cerrar cualquier resquicio por el que el fuel pudiese colarse y entrar en contacto con la piel, pero no siempre lo conseguían. «Aunque llevábamos guantes aquello atravesaba todo y al final del día íbamos a los supermercados a comprar aceite para limpiarnos», recuerda Mikel Ayestaran.

El periodista beasaindarra viajó por su cuenta en tren desde Zumarraga para sumarse a las tareas de limpieza durante una semana. «Íbamos de playa en playa, pero todo era autogestión. Sin duda en aquella tragedia lo que funcionó fue la energía de la gente. El pueblo estuvo muy por delante de la responsabilidad política. Lo único que importaba era limpiar la playa lo antes posible», asegura.

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Trikitixa y kalejira

De aquellos días de buzo y chapapote guarda infinidad de anécdotas, aunque recuerda especialmente «bajar a la arena cantando el 'vamos a la playa'. Es increíble el buen ambiente que se creó dentro de todo ese desastre».

Erme, Gema, José Ramón y Elena coinciden. «Es la parte positiva de este drama». «Nosotros llevamos la trikitixa y antes de cenar íbamos en kalejira de poteo por las calles de O Grove», cuenta Gema. «Yo recuerdo el jolgorio por las noches, los bares a tope, hasta nos ponían los partidos de la Real», señala José Ramón.

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Pero la mayor alegría del viaje fue para Erme. Al regresar a casa se enteró de que estaba embarazada de su primera hija. «Estuve unos días fatal y pensé que me había intoxicado con el chapapote. Subí a Urgencias y entonces me dieron la gran noticia», indica. En una de las ecografías detectaron que Izaro tenía un pie zambo, «una malformación congénita o por razones medioambientales». «El hijo de una amiga que también estuvo limpiando chapapote nació con una dermatitis atópica», añade Erme, quien siempre ha pensado que ambos casos tuvieron que ver con el contacto con el fuel. Afortunadamente, tras varias operaciones la única secuela de Izaro es una leve cojera.

Hace veinte años ni ella ni el resto de voluntarios pensaron en las consecuencias que limpiar chapapote podría tener para su salud. «Viéndolo ahora con perspectiva quizá fuimos un poco inconscientes», reflexiona Gema. Pese al riesgo, todos coinciden en señalar que volverían a enfundarse el buzo y coger la pala.

Gracias a su trabajo, la costa gallega recuperó en un par de años su máximo esplendor, Mientras, los tribunales encontraron en el capitán del barco al único culpable del desastre. «No se hizo justicia, pero es mejor pasar página», concluye José Ramón.

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