Ilyas, que ya ha conseguido regularizar su situación después de un «largo proceso», posa en un parque del barrio de Amara, en Donostia. Borja Luna
Inmigración

«He trabajado mucho durante tres años para conseguir regularizar mi situación»

Ilyas El Madhoum dejó su Marruecos natal a los 17 años. Tras pasar por Ceuta y Alicante, se ha afincado en Donostia

Macarena Tejada

San Sebastián

Lunes, 19 de febrero 2024, 06:51

Ilyas El Madhoum salió de su Marruecos natal con 17 años. A los 15, recuerda, dejó de estudiar y se puso a trabajar. Su futuro en Tetuán, una ciudad situada al norte del país, «no era bueno». Enseguida supo que «para tener una vida mejor, tenía que salir hacia Europa». De vez en cuando, con sus amigos, tenía la costumbre de cruzar a Ceuta a pasar la tarde y volver a casa para cenar. «Estaba permitido entrar solo con el pasaporte. No hacía falta visado», explica en un castellano casi perfecto. Ya ha conseguido regularizar su situación administrativa, pero el camino no ha sido de rosas. En un primer momento consiguió el permiso de residencia y actualmente ya cuenta con permiso de trabajo y los papeles en regla.

Publicidad

Ilyas siempre decía a su familia que él iba a salir del país para «ayudarles». Y un día del verano de 2017 vio su oportunidad. «Fui a Ceuta con mis amigos, pero en aquella ocasión, en vez de regresar a casa, me quedé ahí. Le di a un colega mi pasaporte para que se lo llevara de vuelta y yo me quedé en un centro de menores», rememora desde el piso compartido donde vive ahora en San Sebastián. A sus padres les dijo que se iba «de paseo», pero desde un principio supo que no iba a regresar.

Estuvo alrededor de diez meses en el centro de menores ceutí, hasta que cumplió los 18 años. Allí le ayudaron a lograr los «papeles para estudiar» y al salir pudo volver a Marruecos a despedirse «bien»de su familia. Después puso rumbo a Alicante, y empezó la gran odisea. «Nunca pensé que cuando llegara a España iba a dormir en la calle», admite. Pero pasó, y estuvo un par de noches sin un techo bajo el que pasar una noche. Entre tanto, se puso en contacto con un amigo que estaba en Donostia. Le dijo que en San Sebastián le ayudarían, por lo que se subió a un autobús que horas después le dejó en la capital guipuzcoana, donde «otra vez» tuvo que «empezar de cero», con todo lo que eso implica.

«El día que llegué me quedé a dormir en casa del chico que conocía», dice. Después, a través de otro joven con el que coincidió en el centro de menores de Ceuta, dio con una casa abandonada en Martutene, donde se instaló todo el tiempo que pudo, hasta que la desalojaron. Durante esos meses no se atrevió a contar a su familia su situación real, «les decía que estaba en una casa abandonada, pero que tenía luz, comida... Y en realidad no tenía de nada».

Se dio de alta en Cáritas, Cruz Roja y otro tipo de servicios para personas sin hogar y de forma simultánea iba a clases de castellano. Después de Martutene, estuvo viviendo en una casa de Astigarraga, donde entró sin permiso del dueño y finalmente este le ayudó «mucho» y le dejó «quedarse» un buen tiempo. «Le estoy muy agradecido», asegura.

Publicidad

Estudios de hostelería

Mientras conseguía regularizar su situación, pasó muchos días viviendo en la calle y en hogares abandonados, estudiando el idioma a la mañana y un curso para ser camarero por las tardes. «Llegué en agosto y en diciembre empecé el curso básico en Lanbide», apunta. «Una vez de prácticas, me consiguieron plaza en el albergue. Me esforzaba mucho y desde Cruz Roja lo vieron. Me llevaron enseguida a un piso en San Pedro». En 2019 entró en un piso del programa Harrera de Cruz Roja conveniado con Gobierno Vasco, inició una formación en cocina y también se le gestionaron las prácticas en hostelería desde la asociación.

Entonces, se le caducaron los papeles y «para renovarlos necesitaba un contrato de trabajo. Fue muy difícil», recuerda. «Empecé a buscar un contrato de camarero y di con una empresa que se portó muy bien conmigo. Empecé con ellos desde cero, tuvieron que tener mucha paciencia mientras aprendía el idioma. Al final me hicieron un contrato, pero desde Extranjería me denegaban los papeles una y otra vez», se lamenta. «Ha sido muy duro. He trabajado mucho durante tres años para conseguir regularizar mi situación. He aguantado un montón, aunque también he aprendido mucho». Hace un año, finalmente, consiguió regularizar su situación administrativa y está «feliz». Ha podido volver a Marruecos a ver a su familia después de cinco años.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad