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La idea de que el vasco está asociado al ferrón ya consta en el teatro clásico castellano del Siglo de Oro, allí donde Tirso de Molina escribe: «El hierro es vizcaíno, que os encargo, corto en palabras pero en obras largo». Y lo dice en una de sus obras más célebres, 'La prudencia en la mujer' (1622). Es evidente que la referencia de los vascos en esta obra tiene relación directa con la consideración del vasco (entonces, el vizcaíno, sin tilde) como persona escasa en la expresión del pensamiento, pero decidido en la acción, y en las obras que atañen al común de la sociedad. Y esa idea en el común de la historia, de la caracterología de los vascos, ha quedado impresa en el devenir social y económico de un territorio, donde el desarrollo industrial ha estado asociado a la idea de progreso.
A este proceso económico contribuyó, tanto la decisión o emprendimiento de los naturales del lugar, como las condiciones de la geografía, paisaje y creencias en la bondad de las actividades que han dado en el tiempo nombre a un País Vasco industrial, a una Gipuzkoa aliada con la siderurgia, amén de promotora de actividad e invención en los campos de la máquina herramienta de manera especial. Al arrimo de esa caracterología (vasco, escaso en la expresión y memorable, en la acción) se ha alimentado cierto tópico, pero también esos tópicos conforman en cierto modo un continuo de identidad. Unamuno, que respiró en el Bilbao de su juventud los primeros humos de las chimeneas, decía que había que ser precavido con las armas de la ferrería, porque suelen roñar espadas (con la sangre) y plumas (con el desuso en la escritura).
Entre los siglos XIII y XIX, fundamentalmente, Gipuzkoa desarrolló una actividad ferreña o ferrosa, que ha determinado su vida económica y social. Tenía a su favor las cuencas de los ríos y rías en cuyas márgenes se construyeron instalaciones hidráulicas muy evolucionadas, fruto de la cultura del tiempo, siendo en algunos casos herederas evolucionadas en las homónimas de la época romana. Se construía así en el territorio guipuzcoano hierro y acero de calidad, pues la fuerza de la corriente de las aguas de los ríos alentaban los fuelles y martillos, haciendo las tareas reconvertibles más llevaderas, en una actividad laboral que requería mucho esfuerzo personal.
En torno a la ferrería histórica se generaba una compleja actividad, aprovechando la generación de energía para sostener los molinos, presas y desagües, que concentraban la actividad económica en espacios de generación de energía y alimento de actividades auxiliares que coadyuvaban al mismo tiempo a la existencia de dicha energía hidráulica.
La revolución industrial del siglo XIX provocó la remisión inmediata de la actividad de las ferrerías, al dirigirse la economía a las grandes instalaciones siderúrgicas de Bizkaia principalmente. Algunos espacios de aquellas ferrerías de antaño son hoy museos, con una actividad con valor pedagógico, para recreo y aprendizaje, pero son testimonio de un tiempo en el que toda la actividad económica del territorio guipuzcoano dependía de aquellas instalaciones. Museos con el Lenbur de Lepazpi o la ferrería de Agorregi en Aia, representan aquella cultura del hierro, de cuya generación y desarrollo dependían las más diversas actividades de la sociedad vasca. Para alimentar los hornos fue necesario decalvar muchos bosques, cuya replantación exigía mucho tiempo para la recuperación. Tanto la leña como el carbón derivado del árbol fueron alimentos de estas factorías del hierro y el acero.
De las siete ferrerías que existían en Legazpi en el siglo XVII sólo queda hoy en pie la estructura de Mirandaola, que despliega una actividad pedagógica constante, con muestras del funcionamiento del horno y el conjunto del sistema hidráulico. Lepazpi enhebró con el tiempo una actividad fabril de excelencia en empresas como la de Patricio Etxeberria, especializada en todo tipo de herramienta manual para el campo y la ferralla. Fueron precisamente Patricio Etxeberria y Teresa Aguirre quienes promovieron, ya en 1952, la restauración de la ferrería de Mirandaola, conscientes del valor simbólico e histórico de sus instalaciones. En los hornos de Etxeberria fundió Eduardo Chillida varias de sus esculturas más representativas, como el tríptico del Peine del Viento en San Sebastián, proceso en el que se dio una simbiosis singular entre la economía y la cultura de nuestro territorio.
La revolución industrial y la instalación de grandes industrias siderúrgicas en las riberas del Nervión actuaron en detrimento de las pequeñas industrias guipuzcoanas, que en algunos casos fueron reconvirtiéndose en industria auxiliar. Los Altos Hornos de Vizcaya, situados en la ría entre Sestao y Bilbao, fueron un laboratorio de conversión del hierro mineral en acero durante casi un siglo. De hecho, sus fundadores pensaban que aquella actividad, que se inicia en 1902, no iba a durar más de un siglo, tanto en la fundición, como en el crecimiento económico, en un Bilbao que alienta la Bolsa, el comercio, la construcción naval y la carpintería de ribera. Julio Caro Baroja afirmaba que la reconversión industrial de 1984, en lo que atañe a los Altos Hornos, tanto de Bizkaia como de Sagunto, es un proceso que se dio en varias ocasiones en el devenir histórico, y de ellos dan cuenta el declive de la actividad de las ferrerías guipuzcoanas.
En realidad la reconversión de los Altos Hornos en España llegaba tarde, antes ya había sucedido en países como Alemania, Suecia o Suiza, que ya en el siglo XIII, es decir, cuando en Gipuzkoa emprendía la actividad de las ferrerías, habían instalado altos hornos de producción muy superior a lo que significaría la actividad ferrosa en el sur de Europa. El proceso aquí resultaría muy traumático, por tardío.
En Gipuzkoa la reconversión impulsó un proceso paralelo en el que se dio especial importancia a la actividad de creación de la máquina herramienta, tanto en el plano industrial, como en la enseñanza. De este modo, los estudios de ingeniería industrial tuvieron en la segunda mitad del siglo XX especial desarrollo en la provincia. Los estudios universitarios en las escuelas de Ingeniería tenían un sistema paralelo en las escuelas de capacitación, llamadas durante el franquismo Escuelas Laborales, como la de Eibar, donde se formaron cuadros y profesionales que tutelaron la actividad de la máquina herramienta y sus derivados informáticos posteriores en el último medio siglo.
Una capacitación que ha sido muy valorada y en la que intervinieron profesores de sentido renovador, con la dirección del irunés Ricardo Etxepare Zugasti.
Forma parte ese proceso de conductas de investigación y desarrollo ubicadas en Gipuzkoa, como el que emprendieron los científicos ilustrados en el siglo XVIII en el Real Seminario de Bergara, en cuyo laboratorio descubrieron la fórmula y la existencia del mineral llamado wolframio, justamente el 28 de septiembre de 1783. Un hallazgo que tuvo una implicación directa en la conducción eléctrica, y en la industria moderna, en la máquina herramienta, en las aleaciones y tratamientos de energía nuclear de fusión. Todo eso ocurrió en un tiempo en que el territorio de Gipuzkoa tenía el mayor número de suscriptores a la Enciclopedia Francesa, en comparación con otras provincias, lo que explica la conducta de las élites económicas e intelectuales en favor de la investigación, el desarrollo y las ideas de la Ilustración Francesa.
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