«En los años 80 hubo otra pandemia y ese virus sigue entre nosotros»
Joseba Errekalde, cofundador de Harri Beltza, subraya que «mientras no seamos conscientes de que todos nos podemos infectar si no utilizamos barreras, no lo estamos combatiendo»
Con apenas 24 años, Joseba Errekalde recibió un diagnóstico que entonces sonaba a sentencia: había contraído el VIH. «Mi proyecto de vida se había acabado», ... expresa viajando a aquellos años, los «más duros» de una epidemia sin nombre que se llevó miles de vidas por delante. «La única información sobre el VIH en aquella época (años 80) era que te podías morir. Yo estaba en Estados Unidos, donde empezó toda la historia». Más de cuatro décadas después, su vida es un mosaico de aprendizajes, obstáculos y pequeñas conquistas para este oiartzuarra, que cofundó la asociación contra el sida Harri Beltza con la que se ha sentido «muy arropado y me ha dado una motivación en mi vida para tirar para adelante, para ayudar a los demás y empoderarme».
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Sin embargo, a pesar de las campañas de información y sensibilización, el estigma y el rechazo hacia las personas seropositivas aún persiste en la sociedad actual. «Los tratamientos han evolucionado muchísimo, cosa que el estigma no», lamenta. «Los estudios que realiza la coordinadora estatal anti-sida dicen que cuando se pregunta si trabajarías con alguien con VIH, el 80% afirma que no», una realidad que ayuda a entender por qué «la mayoría de gente no lo cuenta a nadie, lo lleva en silencio, no lo saben en su trabajo, ni en su entorno familiar. Los chicos y chicas que se hacen el test y les sale positivo llegan en shock a la asociación. Dicen '¿y qué me va a pasar? ¿Quién me va a querer a mí siendo VIH?'», recoge Joseba, a quien le invadieron estos mismos temores cuando recibió el diagnóstico durante su estancia en Nueva York, en el año 86. «Fue muy duro. Además, era una ciudad muy azotada por el virus en aquellos momentos, conviví con un drama terrible».
Las opciones de tratamiento eran inexistentes, hasta que poco después surgió «una monoterapia, la AZT, pero fue un arma de doble filo porque las personas afectadas se pensaban que aquello les iba a curar, y no lo hizo». Años más tarde, Joseba decidió volver a Oiartzun y la llegada de nuevos medicamentos abrió una puerta a la esperanza: la triple terapia, si bien aclara que «no tiene nada que ver con la de ahora, porque era mucho más rústica, con más efectos secundarios. Pero fui recuperándome y me volqué enteramente en la asociación».
Uno de sus grandes caballos de batalla es la prevención. «Me gustaría que la gente recordara que en los ochenta hubo otra pandemia y que ese virus todavía sigue entre nosotros. Y mientras la sociedad no sea consciente de que ese virus existe, de que todos nos podemos infectar si no utilizamos barreras, no lo estamos combatiendo», insiste.
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