Los migrantes que se quedan
Abdoulaye Saar y Jaoud Aouraghe decidieron detener su viaje migratorio en Gipuzkoa. Tras pasar por los centros de la Cruz Roja y dormir en la calle, uno de ellos vive en una casa 'okupa' y el otro en un recurso municipal en Donostia
Son pocas las personas que alguna vez experimentan el miedo a morir porque un peligro amenaza sus vidas. Abdoulaye Saar lo hizo hasta en once ocasiones, las mismas que intentó cruzar un bosque de Tánger evitando a los sicarios contratados para impedir que él y decenas de jóvenes subsaharianos alcanzasen la costa para poder cruzar el Estrecho. Un miedo similar al que sintió Jaoud Aouraghe los seis meses que vivió en la calle, bajo un puente, cuando llegó a Donostia.
A pesar de su juventud estos chicos de 24 y 19 años tienen toda una historia que contar. Como las de las centenares de personas que han recalado en Euskadi desde que en junio del año pasado comenzara a dispararse la llegada de pateras a la costa andaluza. La gran mayoría de ellos solo han estado de paso, una parada en el largo viaje hasta su destino, en Francia y otros países europeos. Pero también hay quienes han decidido quedarse en territorio vasco, cansados de intentar cruzar la frontera o atraídos por el futuro que han imaginado aquí.
La gran afluencia de migrantes en tránsito en Euskadi y en especial en Gipuzkoa por su cercanía con la frontera francesa exigió el año pasado respuestas por parte de las instituciones, que se vieron desbordadas por la situación. Se crearon recursos de emergencia gestionados por Cruz Roja, que acogían a los recién llegados durante tres días, ya que el objetivo de la gran mayoría no era quedarse, sino seguir su viaje. Tanto Abdoulaye como Jaoud pasaron por esos centros, pero sus planes no pasaban por Francia o Alemania. Una vez cumplido ese plazo, se vieron en la calle.
Cuando las respuestas institucionales fueron insuficientes, -algo que ocurrió muy pronto-, surgió un movimiento ciudadano que se solidarizó con las decenas de personas que vagaban por las calles de su localidad sin saber a dónde acudir. En poco tiempo se organizaron como Red de Acogida Ciudadana, con sedes en Donostia e Irun, epicentros de llegada de estos migrantes. Les dieron desde un techo donde dormir a ropa, comida y asistencia en muy diversos aspectos: contacto con familiares, información sobre posibilidades para cruzar la frontera, orientación sobre sus derechos en el país, tramitación de documentos... Unos 'amigos' a los que podían recurrir ante cualquier necesidad.
«Si hubiese sabido la verdad, no habría venido. No merece la pena jugarse la vida», dice Abdoulaye
Como cuando, por ejemplo, pasaban temporadas viviendo en la calle. Abdoulaye también sabe lo que es. «Si no existiera la red estaría fatal», reconoce este Senegalés de 24 años que ha podido empadronarse en Donostia, aunque ahora vive en una casa 'okupa' con otras seis personas. Solo hace un año que salió de su pueblo, pero en ese periodo ha vivido numerosas experiencias, muchas más para olvidar que para recordar. El joven estudió Derecho en la universidad durante un año y habla ocho idiomas, entre ellos el español. «Pero observaba a amigos y familiares y veía que después de estudiar no tenían ninguna salida, más que estar todo el día en la calle tomando té», recuerda. Y él aspiraba a algo mejor. Con el dinero que sacó de vender su moto y su bicicleta se compró un billete de avión que le llevó hasta Marruecos.
De allí viajó a Tánger, donde vivían algunos conocidos de su pueblo. «La gente nos engaña. Los que se van de Senegal y vuelven no nos cuentan la realidad que te encuentras cuando emigras, solo hablan de lo bueno», apunta Abdoulaye, que durante tres meses tuvo que compartir piso con otras 70 personas. «Muchas veces me iba a la mezquita a dormir porque éramos 15 en una habitación. Llegué a España lleno de chinches», recuerda.
En ese tiempo trató hasta en once ocasiones de cruzar el Estrecho. Sin dinero en el bolsillo, se ofreció como 'capitán' de una zodiac, el encargado de empuñar los remos, para poder viajar gratis. «En los bosques las mafias contratan jóvenes que van armados y que intentan que no llegues a la costa. En cuatro ocasiones lo logramos, pero la marina de Marruecos nos interceptó y nos devolvió a tierra». Hasta el 27 de julio de 2018, fecha marcada a fuego en el recuerdo de este joven senegalés, cuando él y otras once personas alcanzaron aguas internacionales y fueron rescatados y conducidos hasta la costa española.
Mentir para proteger
Abdoulaye habla casi a diario con su familia. También lo hace Jaoud, aunque no siempre les cuenta la verdad. Sus padres no saben que ha dormido en la calle durante meses y que ahora lo hace en un recurso municipal de San Sebastián. «No quiero hacerles sufrir», confiesa este marroquí de 19 años, que escapó de casa siendo menor con la certeza de que cualquier futuro era mejor que el que le ofrecía su país. Aunque el peaje a pagar hasta que lo consiga sea caro. «Sabía lo que me esperaba. Mi primo vivía aquí, también en la calle, y vine con él», cuenta el joven. «Vienen convencidos de que aunque los inicios son duros, llegará algo mejor», explican desde la Red de Acogida Ciudadana, que les proporciona comida y ropa de abrigo durante las noches frías.
Su viaje hasta España fue menos traumático. Al llegar a Melilla con 17 años le internaron en un centro de menores, donde pudo formalizar un permiso de residencia. Allí estudió mecánica y ahora se esfuerza en aprender castellano para poder realizar un grado en esa especialidad. «Quiero trabajar para poder vivir de forma independiente», asegura. Pero afirma que su condición de inmigrante es un muro muy difícil de superar. «Existe una ayuda que pueden solicitar en el Ayuntamiento de unos 250 euros al mes para el alquiler de una habitación. Pero, por un lado, es una cifra con la que poco pueden hacer en Donostia y, por otro, cuando los caseros ven que el solicitante es negro o marroquí, la disponibilidad desaparece», aseguran desde la Red de Acogida.
«Vienen convencidos de que aunque los inicios sean duros, llegará algo mejor», explica la Red de Acogida
También lo tienen difícil para acceder a un trabajo regularizado, ya que la ley estatal exige un mínimo de tres años de residencia para poder firmar un contrato. «Mientras tanto no tienen otra opción que formarse y solicitar ayudas», señalan desde la Red. «Yo no quiero que me den dinero, yo quiero ganármelo», asegura Abdoulaye, quien domina con destreza el castellano aunque lo está perfeccionando para realizar un curso de soldadura naval con Lanbide. También ha trabajado como cocinero voluntario en un campamento de scouts. Su sueño es formar una familia aquí, aunque confiesa que si le llegan a advertir de todo el peligro que iba a correr no hubiese salido de Senegal. «No merece la pena jugarse la vida».
Solicitantes de asilo
Una de las principales bazas para aquellos migrantes que deciden quedarse en Euskadi es tramitar una solicitud de asilo. Esa gestión lleva tiempo saturada por el aumento de solicitudes de ciudadanos venezolanos por un lado y por las peticiones de los migrantes en tránsito que deciden quedarse por otro. Aunque el Gobierno central ha reforzado el personal de las comisarías de la Policía Nacional, estas no dan abasto y se dan citas a un año vista. Una demora que no resulta negativa para los migrantes, ya que durante ese periodo los solicitantes no pueden ser expulsados del país, ni tampoco una vez validada la solicitud, hasta que esta se resuelva.
No obstante, una vez conseguida esa cita uno de los principales problemas para estas personas es el de sobrevivir hasta entonces. Consciente de dicha coyuntura, el Gobierno Vasco decidió habilitar un centro en Oñati con capacidad para 100 personas destinado a acoger a migrantes que están a la espera de resolver su solicitud de asilo. La estancia en el mismo puede prolongarse durante meses, aunque si la solicitud es aprobada pasan a formar parte del programa estatal de refugiados y pueden ser trasladados a otra Comunidad Autónoma.
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