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Historias de Gipuzkoa | Unicornios (1)

El largo juicio por una sortija con una uña de unicornio

En el siglo XVI un vecino de Berastegi denunció ante el alcalde de Pamplona a un pamplonés al que entregó una taza de plata a cambio de un anillo que supuestamente le curaría la epilepsia. Se enzarzaron en un litigio que se prolongó tres años

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 6 de mayo 2024, 06:34

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¿Cree en el poder curativo de un anillo? ¿Y si la joya contiene una uña de unicornio? Parecen dos preguntas propias de un cuento para dormir a los niños, o para despertar su imaginación, al ser algo tan irreal como fascinante. Por eso mismo desde hace más de dos mil años han existido adultos que han creído en uno de los mitos más longevos de la Historia, protagonizado por un bello caballo blanco de ojos azules y sorprendente cuerno. Esta es la historia de un litigio judicial sobre esta cuestión que protagonizaron un guipuzcoano y un navarro en el siglo XVI y que se prolongó durante tres años en la Comunidad Foral. En 2021 el pleito llamó la atención de una investigadora norteamericana que, tras leer su descripción en internet, solicitó el documento custodiado en el Archivo General de Navarra en el Archivo General de Navarra (AGN). El legajo aparecía descrito como «Juan de Areso, vecino de Berastegi, contra Bernardo de Urrutia, vecino de Pamplona, sobre restitución de una taza de plata alegando devolución de una sortija con su piedra de uña de unicornio para cura de enfermedades».

Todo comienza con un vecino de Berastegi llamado Juan de Eraso. El hombre sufría ataques de epilepsia, un mal que en el siglo XVI se conocía como 'la gota coral o el mal de corazón'. Se trata de una enfermedad neurológica causada por un aumento de la actividad eléctrica de las neuronas en alguna zona del cerebro y caracterizada por ataques repentinos, pérdida del conocimiento y convulsiones.

A oídos de Juan de Eraso le llegó la noticia de que un vecino de Pamplona poseía una sortija de plata que contenía una piedra con una uña de unicornio, adarbakar en euskera, que poseía propiedades curativas. Ahora puede parecer algo absurdo pero tiene su base. Ya en el siglo V antes de Cristo el polvo del cuerno de unicornio era colocado en el vino o el agua para beber porque se creía que tenía la capacidad de neutralizar cualquier veneno, además de una acción anticonvulsivante en la epilepsia.

El documento que se conserva en el Archivo General de Navarra. José Carlos Cordovilla / Diario de Navarra

Un ejemplo es que el historiador griego Ctesias de Cnido, el primer autor que dejó noticias de los unicornios, aseguró que quienes bebieran de sus cuernos, «convertidos en vasos, no se someterán a convulsiones o a la enfermedad santa», como se llamó también a la epilepsia. Durante la Edad Media se aseguró que podía curar la peste y durante el Renacimiento era considerado también sudorífico. En el siglo XVI lo llamaban alicornio para evitar la cacofonía. Nada se dice sobre la uña o la pezuña de este mitológico ser, pero quién sabe si también se utilizaba como supuesto producto sanador.

Viaje a Pamplona para curar la epilepsia

Sea como fuere, volviendo al histórico documento, el 18 de mayo de 1561 Juan de Areso aprovechó un viaje a Pamplona para visitar a Bernardo de Urrutia, de oficio pelaire, el encargado de esquilar a las ovejas y luego preparar la lana antes de tejer. Le habló de su epilepsia y le pidió que, para sanarse, le entregara durante un tiempo la sortija curativa gracias a la supuesta uña de unicornio. A cambio le ofreció, en prenda, una de las cosas más valiosas que poseía, una taza de plata con su pie. Se ve que no era un baserritarra normal y corriente de Berastegi, sino al menos un 'jauntxo'. A lo mejor los dos conocían las informaciones y los mitos extendidos desde la Edad Media por todo Europa sobre el poder curativo del cuerno de unicornio, aunque en su caso se tratara de una uña.

Ante la tentadora oferta, el navarro le aseguró que con esa sortija se había curado de la epilepsia Alonso de Nagore, hijo de un herrero llamado Juan de Nagore. Pero le indicó que había prestado la sortija a otra persona, por lo que se lo reclamaría para dárselo a él. Acordaron, según Juan de Areso, un plazo de diez días para la entrega. El tiempo pasó y el guipuzcoano comenzó a sospechar que había sido engañado. No sanaba de su epilepsia. El mes de julio encomendó a unos vecinos de su pueblo, entre los que se encontraba su propio hermano, de nombre Domingo, que aprovecharan un viaje a Pamplona con motivo de las ferias de San Cristóbal para entregar a Bernardo de Urrutia la supuesta 'mágica' sortija y exigirle que le devolviera su valiosa taza de plata.

La respuesta del pamplonés fue que la taza estaba empeñada a un clérigo a cambio de unas lanas, y que el sacerdote debía devolverle la próxima vez que volviera a la capital navarra. Sin embargo, transcurrieron las semanas y los meses y no había noticias del navarro. Enojado, el 21 de octubre el guipuzcoano acudió a la primera instancia judicial, el alcalde de Pamplona, para reclamar su propiedad y que se tomara declaración a Bernardo de Urrutia.

Encabezamiento del documento. Archivo General de Navarra

Se celebró una primera vista en la que testificaron los vecinos de Berastegi que se entrevistaron con Bernardo de Urrutia, entre ellos Miguel de Lesaca. Declararon que cumplieron el encargo de Juan de Eraso y que la otra parte quedó satisfecha con el acuerdo. El problema es que entre esos testigos estaba el hermano del denunciante, y eso restaba credibilidad a su testimonio. Añadieron que la taza de plata costaba más de 12 ducados y que se la había pedido a Urrutia «en muchas y dobladas veces», pero éste «les trae engañados día a día y no se la devuelve».

El pamplonés también dio su versión de los hechos. Relató que la polémica sortija se la dio una monja de Santa Clara en Sevilla, en un viaje de negocios. Aportó varios testigos que aseguraron que la sortija les había curado el mal coral, y que al propio Bernardo de Urrutia le había sanado de la epilepsia.

Una sortija que apenas valía 6 u 8 reales a cambio de una taza de plata valorada en más de 12 ducados

A lo largo del proceso el pelaire pamplonés se quejó de que la sortija que le habían entregado los vecinos de Berastegi carecía de valor, ya que le faltaba la uña de unicornio. Acusó a Juan de Areso de quitarlo para asegurarse de que no enfermara de nuevo de epilepsia. Recordó, además, que, una de las veces que se lo reclamó, volvió a dar el anillo. ¿Cómo si no pudo el denunciante dejárselo al alcalde en depósito, como prueba?, argumentó.

El alcalde de Pamplona debió de pensar que los dos tenían razón. Dictó sentencia el 16 de mayo de 1562, bastante tiempo después para lo poco material que había en juego, a lo mejor con la intención de contentar a las dos partes. Ordenó la mutua devolución de los objetos y que las costas fueran pagadas a medias.

Sin embargo, a Juan de Areso no le pareció justa al resolución. Mantuvo que el sortija apenas valía 6 u 8 reales, mientras que el valor de su taza de plata era de más de 12 ducados. El ducado de aquella época supondría casi 170 euros, y cada ducado equivalía a 11 reales castellanos, con lo que el sortija estaría valorado en 130 euros y la taza, en más de 2.000. El vecino de Berastegi decidió entonces apelar a la Corte Mayor de Navarra, y el proceso se prolongó hasta enero de 1563. Fue entonces cuando se conoció la sentencia definitiva. Obligaba al pamplonés a devolver la taza de plata y a pagar las costas. Se le advirtió de que, si no lo hacía sería llevado a la cárcel. La Justicia navarra probó finalmente el engaño y la estafa del navarro. Quedó probado que Bernardo de Urrutia tenía dos sortijas. Una era el 'bueno', de plata y con la piedra que se suponía que contenía una uña de unicornio. Es la que dejó a Juan de Eraso la primera vez que se vieron. Después, una vez devuelto y por la insistencia del guipuzcoano que quería recuperar su prenda, la taza de plata, le entregó el 'malo', para poder argumentar que el vecino de Berastegi le había robado la 'mágica' joya.

Un frágil documento de 1561 custodiado en el Archivo General de Navarra

Este pleito también es una joya que forma parte del fondo de los Tribunales Reales del Archivo General de Navarra, concretamente de la serie documental de pleitos o procesos judiciales n. 323100, que cuenta con más de 300.000 expedientes que desde los años noventa se vienen describiendo e incorporando a la base de datos del AGN.

El verano de 2021, una norteamericana que acude habitualmente al archivo para investigar sobre casos de brujería alertó a la jefa de sala del centro, Miriam Etxeberria, que había dado con un documento fechado en 1561 que relataba un proceso judicial sobre un sortija que contenía una uña de unicornio. La archivera navarra pensó que habría una confusión. Cuando sacaron el proceso de su caja, el legajo se encontraba «en un estado tan horrible que no permitía su manipulación. Todo estaba lleno de hongos y, en parte, compactado», afirma. Pero despertó el interés de los responsables del archivo y se procedió a su restauración y digitalización, lo que permitió investigación más profunda que reveló la singularidad del texto.

Etxeberria detalla que el juicio se narra en un frágil documento de 28 folios que generan más de medio centenar de imágenes. Su restauración llevó a una meticulosa labor que se prolongó por varios días. «Se tuvo que ir hoja por hoja, en un proceso absolutamente artesanal de limpieza, reintegración del papel». Explica que esto significa volver a generar una capa de papel sobre la existente para darle soporte y estructura que permita su manipulación, con las mismas técnicas artesanales con las que se generó el papel original. La jefa de sala no oculta que se llevó un tremendo susto cuando leyó por primera vez el documento una vez restaurado. No encontraba la palabra 'unicornio' por ningún lado. Entregó el texto a una compañera, que finalmente sí localizó el valioso término.

Si un investigador teclea en el enlace 'Archivo Abierto' la palabra 'unicornio', le aparecerán tres respuestas: las fotografías de una ménsula de la catedral de Pamplona y de un capitel de la de Tudela, y el pleito de Juan de Areso y Bernardo de Urrutia.

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