1814 | Los pregoneros de la ciudad
Trabajo extra tuvieron los pregoneros donostiarras, allá por 1814, cuando estando próximos los carnavales y nombrándose los alcaldes de dos en dos, cada uno tenía ... su propio mensaje que trasmitir al vecindario. Con la ciudad todavía cubierta de escombros y con gran parte de su población refugiada en caseríos cercanos, el alcalde, Joaquín de Michelena, a petición de la gente, ordenó pregonar que se celebrarían los carnavales, con bueyes ensogados y el tamboril tocando el 'Iriyarena' por la calle Iñigo, única que había comenzado a empedrarse. Montó en cólera el Regidor, que había prohibido la fiesta, y acudió al segundo alcalde, Pedro Gregorio de Iturbe, para que hiciera cumplir su decisión, cosa que hizo de inmediato comunicándolo a través de los pregoneros.
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Corrieron los vecinos a informar de todo ello al señor Michelena y tanto el 14 como el 15, pues hasta 1816 no hay noticias de celebración, los actos fueron a 'salto de mata', sorteando, en todo momento, la intervención de los aguaciles que intentaban mantener el orden establecido. Ambas partes expusieron sus razonamientos. Decía Michelena que «después de lo que ha sufrido la población, démosle unos días de diversión que hagan olvidar las desgracias», y respondía Iturbe: «Acabamos de pedir socorro al Gobierno de Madrid y tenemos que demostrar que lo necesitamos de verdad, y si ven divertirse a la gente como si nada hubiera ocurrido esas ayudan no llegarán». Conclusión: los carnavales estaban tan arraigados en nuestro calendario festivo, que ni la plena destrucción de la ciudad pudo con ellos.
Otra historia es la de los pregoneros: Fue el 30 de enero de 1491 cuando los Reyes Católicos emitieron una real provisión ordenando que los pregoneros fueran también verdugos, en contra de una ordenanza anterior del concejo de San Sebastián, por la que se prohibía a los pregoneros castigar o ejecutar a los reos declarados culpables.
En el siglo XVI el verdugo era el pregonero y tener un verdugo propio daba lustre a la población, siendo una nota de buen gusto y elegancia aunque, por el contrario, el resultado fuera que nadie quisiera ocupar este puesto, motivo por el que en 1524 las Juntas Generales aprobaron comprar uno para San Sebastián y como no lograban comprarlo en la provincia, se comisionó a Juan Sáenz de Aramburu para que viajara a Sevilla en busca de uno que fuera bueno.
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1814
En tiempos de los Reyes Católicos se aprobó que los pregoneros fueran quienes ejecutaran los castigos. Los ciudadanos se enteraban por los pregoneros de las discrepancias municipales para celebrar el carnaval
Al poco tiempo regresó el comisionado con la compra que había hecho, resultando ser un verdugo negro, hercúleo, tan horriblemente feo que, escribieron los cronistas, «despertó el temor de que los reos murieran del susto antes de llegar a sus manos».
Una Escritura de obligación del pregonero y verdugo de Bilbao, fechada en 1743 seguramente asumible también a San Sebastián, indica que el aspirante «se compromete a desempeñar el puesto de pregonero público y ejecutor de la Real Justicia durante cuatro años, a cambio de un salario de cincuenta ducados anuales y alojamiento sin renta». Los pregoneros-verdugos también debían «azotar y ajusticiar públicamente a los delincuentes» por lo que en San Sebastián, «incluso cuando simplemente actuaban como pregoneros, el temor que inspiraban hacía que algunas mujeres preñadas abortaran».
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Pasado el tiempo, separadas ya ambas actividades, llegaron a ser personajes muy queridos y populares, actuando, principalmente, en la plaza de la Constitución, la Brecha y Mercado de San Martín, siendo los últimos Pedro Gorospe, Luis Castañeda y Francisco Salcedo.
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