Es ya una verdad mundial (de esta parte del mundo). Ha ganado lo estético, lo fotografiable, el retrato guay, lo fotogénico, lo visualmente cuqui, lo ... bello, lo atractivo y encantador, lo bonito. Por encima de otros criterios.

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Pese a unos cuantos resistentes que, la verdad, no hacen el suficiente ruido, el primer mundo ha decidido que viajará, excursionará o se moverá por la ciudad en función de los correspondientes hitos: atardeceres rojizos, paredes blancas muy blancas, paredes azul griego desvaido, vacas bonitas en prados monos, fachadas favorecedoras, casas viejas pero con macetas encantadoras de geranios, personas que hacen yoga (pueden ser contratadas) delante de un desayuno namasté con lo parduzco del aguacate previamente retirado, gatos y perros ideales, niños con un bonito cogote, porque no está bien que se les vea la cara.

Y en estas se expandió la gilda a todos los confines. ¿qué ha pasado? ¿quién fue el primero que decidió pagar doce pavos por tres ensartados de aceituna, guindilla, etc? ¿Por qué ha constituido una revolución de la cocina a nivel planetario? Contagiada de la locura, lo reconozco, y dado que estaba fuera del lugar de nacimiento de la gilda, las he comprado envasadas al vacio de forma clandestina en una gasolinera. La gilda, en este proceso de gentrificación gastronómica, anda ahi-ahí con los pistachos y el chocolate de Dubai pero nunca le alcanzarán porque ya tenemos colgantes para el bolso y collares de gilditas.

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