Ataque aéreo israelí en Gaza. EFE
Del virus a la guerra

Oración 2024 (Parte 2)

Recibí la plegaria que me escribiste hace cuatro semanas en esta página. Me he asomado a tu mirada y confieso que no he encontrado en ella mi reflejo

Javier Guillenea

San Sebastián

Domingo, 4 de febrero 2024, 08:03

Ahora que he oído tu voz me pregunto cómo será tu rostro. Recibí la oración que escribiste hace cuatro semanas y reconozco, criatura mía, que ... no sé quién eres. Me pides que te mire a los ojos y, si veo algún rastro de bondad en ellos, ruegue por ti. Ya lo he hecho, ya me he asomado a tu mirada y confieso que allí solo había desolación, un pozo oscuro donde ni siquiera he encontrado mi reflejo. Y bien que me hubiera gustado hallarlo, porque no sé cómo soy.

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Tantas plegarias me han dirigido, tantos ruegos he escuchado, tantas guerras he tenido que ganar y tantos hombres me he visto obligado a asesinar para satisfacer vuestras oraciones, que ya no sé de qué lado estoy. ¿A quién debo matar cuando todos me pedís que aniquile a vuestro enemigo? ¿Cuántas velas encendidas frente a un altar vale una vida? Sacrificáis corderos en mi nombre, degolláis a vuestros hijos para obtener mi favor, arrancáis corazones y anegáis de sangre los altares en busca de una protección que no puedo daros.

Me llamáis Dios, así me nombrasteis, pero yo nunca he conocido mi verdadero nombre ni he pretendido ser eso que decís que soy. Nunca he buscado la pesada carga que habéis colocado sobre mis hombros, nunca he querido salvaros y mataros a la vez. Yo soy nadie, poco más que nada. No fui yo quien empezó. Solo sé que hubo una enorme explosión en un punto minúsculo de algo que ni siquiera estaba en lugar alguno y de ahí surgió la eternidad.

«¿A quién debo matar cuando todos me pedís que aniquile a vuestro enemigo? ¿Cuántas velas vale una vida?»«Me llamáis Dios, así me nombrasteis, pero yo nunca he pretendido ser eso que decís que soy»

Vagué sin rumbo a partir de entonces, sin mayor ocupación que la de contemplar la creación de galaxias, el nacimiento de estrellas y su muerte fulgurante. Viajé por los límites de las constelaciones en busca de algún semejante que me explicara lo que estaba sucediendo, que pusiera orden en el caos de la creación, pero no encontré a nadie. Allí solo había soledad. Hasta que aparecisteis.

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No sé muy bien cómo ocurrió, si fuisteis vosotros los que me creasteis, si aquella noche en la que un rayo incendió un árbol visteis mi esencia en las llamas. O quizá sucedió que escuchasteis mi voz en el viento que hizo temblar una montaña. Puede que naciera el día en el que alguien pintó la silueta de sus manos en las paredes de una caverna y en la oscuridad algo se movió y entonces tuvo miedo. O la mañana en la que uno de vosotros moldeó con barro mi cuerpo y, sin saber muy bien qué hacer con él, rodeó la imagen con un templo.

Tal vez fui yo. Algo hice no sé cuándo ni cómo y entonces surgisteis vosotros para crecer y multiplicaros, pero no me acuerdo bien, ya estoy mayor y me falla la memoria. Me recordáis insistentemente que llegué a enviar a mi propio hijo para que lo torturarais hasta la muerte, pero no acabo de creerlo. ¿Qué padre haría eso? ¿Quién seguiría a un líder capaz de hacer algo así?

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Ahora que he oído tu voz he vuelto sobre mis pasos y te he observado. En el pozo oscuro que son tus ojos no hay bondad, solo el humo de los fuegos que encendéis, los cadáveres con los que sembráis la tierra, las destrozadas almas que me enviáis para que las acoja en un reino que nunca ambicioné. He visto vuestro desvarío, lo que hacéis a vuestros semejantes, las aberraciones que me exigís cometer.

Ahora sé lo que habéis hecho de mí. Y por eso os temo. Erais vosotros los que os movíais en la oscuridad de la caverna, los que reptabais para atraparme. Pero no me volveréis a ver. Huiré hacia el otro extremo del universo. Prefiero mil eternidades en soledad que quedar expuesto a vuestra ira. Vosotros, criaturas, sois capaces de matar a Dios.

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