Historias de Gipuzkoa

Trueque de princesas en el río Bidasoa

El 9 de noviembre de 1615 Ana de Austria e Isabel de Borbón fueron intercambiadas en el río Bidasoa. Cientos de personas presenciaron el trueque, una de ellas fue Lope de Vega.

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 7 de noviembre 2023, 06:52

Cuando las campanas anunciaron las once, una comitiva de mujeres engalanadas con vestidos de terciopelo y tafetán entró en la iglesia de Nuestra Señora del ... Juncal, en Irun. Encabezando el grupo, caminaba la más joven de todas, una adolescente de 14 años. Además de la posición que ocupaba dentro de la comitiva, los bordados del traje, los diamantes que lucía, así como los pasos seguros, la cabeza erguida y la espalda recta no dejaban duda: era Ana de Austria.

Publicidad

Hacía un mes que aquella adolescente se había casado con Luis XIII de Francia. Sin embargo, Ana no conocía a su marido, pues se había casado por poderes, es decir, sin la presencia del novio, una costumbre muy habitual entre los miembros de la realeza. Eso sí, conocía su aspecto gracias a los grabados que le habían enviado y sabía que, al igual que ella, su esposo tenía 14 años.

Al finalizar la misa, la comitiva salió de la iglesia y en la plaza fue recibida por el capitán Miguel de Leguía y la tropa que este había formado con 400 vecinos de Irun. En posición firme, los irundarras dieron la bienvenida a la hija de Felipe III de España que unas horas más tarde se dirigiría a Francia para ocupar su nuevo destino: ser reina de Francia.

Un pueblo tomado por la nobleza

Aquella mañana, cientos de nobles empezaron a llegar a Irun para presenciar el acto del año. Algunos lo hicieron a caballo, otros en carrozas, también hubo quien vino en litera. Todos ellos iban acompañados de sus criados y lacayos. Nadie quería perderse el intercambio que iba a darse en el río Bidasoa, aquel 9 de noviembre de 1615, entre la joven Ana de Austria y la también adolescente de 13 años Isabel de Borbón.

Publicidad

Intercambio de Ana de Austria e Isabel de Borbón en el río Bidasoa. Pablo Van Meulen. Galería de las Colecciones Reales.

En efecto, España y Francia habían acordado que la hija de Felipe III se casara con el rey de Francia, mientras que la hija de María de Médici, la regente de Francia, lo hiciera con el heredero al trono de España. De esta forma, los dos Estados firmaban una alianza que aseguraba la paz entre ambos reinos. Aunque el acuerdo se había rubricado en 1612, no se materializó hasta 1615.

Irun llevaba tiempo preparándose para el acontecimiento. Las tabernas se abastecieron de vinos de Burdeos, Ribadavia y Navarra. Las casas se aprovisionaron de carnes, aves y pescado. Las posadas perfumaron de lavanda las habitaciones. La posta y los establos almacenaron paja y cebada. Y es que aquel día pasaron 190 carrozas, 74 coches, 174 literas, 2.750 mulas de silla y 2.000 de carga.

Publicidad

Asimismo, muchos vecinos de Irun habían transportado las maderas y tablones que se usaron para levantar una caseta en la orilla del Bidasoa y una barcaza en la mitad del río. Allí, cerca del paso de Behobia, se construyó un aposento en cada lado de la orilla. Uno era para recibir a Ana de Austria y a la nobleza española. El otro, para aposentar a Isabel de Borbón y su séquito real. En la barcaza que colocaron en la mitad, las dos princesas se darían cita para el intercambio.

Detalle de la gabarra donde iba Isabel de Borbón y la barcaza donde se produciría el intercambio. Pablo Van Meulen

Hacia el mediodía, la compañía de soldados formada por Miguel de Leguía acompañó a Ana de Austria y a su comitiva desde la iglesia hasta el palacio de Arbelaiz, donde la reina estaba invitada a comer. Durante el corto recorrido, apenas diez minutos, mujeres y hombres se asomaron a las ventanas de sus casas para ver aquel desfile de personas ataviadas con trajes bordados de hilos metálicos y perlas, guantes de cuero rematados con encajes de seda, collares de diamantes y esmeraldas, y peinados adornados con diademas de piedras preciosas. Aquellas vestimentas costaban más que cualquiera de las viviendas donde estaban asomadas las mujeres y hombres irundarras.

Publicidad

Mientras la comitiva disfruta de la comida, las calles de Irun se llenaron de gente y sonidos. Se oían los herrajes de los caballos, el crujir de las ruedas de los carromatos y los cascabeles que llevaban las mulas de carga. También se oía a los pregoneros anunciar la prohibición de disparar los arcabuces. Además, los gabarreros vociferaban sus quejas porque ese día no podían navegar por el Bidasoa. A todo ello, se unían los ladridos de los perros que corrían alborotados por la algarabía.

El trueque de las princesas

A las cuatro de la tarde, las campanas de la parroquia y las de la ermita de San Marcial no solo anunciaron la hora, sino también la salida del desfile de las carrozas, los coches, las literas, las mulas de silla y las de las carga hacia el paso de Behobia.

Publicidad

Detalle de la gabarra donde iba Ana de Austria y del pabellón español. Pablo Van Meulen

El desfile, además de ser un acto protocolario, era una ostentación de poder y opulencia de Felipe III y su séquito. De ahí que los nobles se presentaran ataviados con prendas de gran valor y sus caballos lucieran mantas con coloridos escudos de armas. Por su parte, Ana de Austria viajaba en la litera más lujosa, adornada con bordados de oro, mientras que los soldados del rey vestían sus mejores galas. Así era como la realeza mostraba su poder al pueblo y a la nobleza francesa.

Cuando llegaron al paso de Behobia, todo estaba preparado. La nobleza se acomodó en las gradas que habían acondicionado para ella. A continuación, cada princesa entró en el pabellón de su correspondiente orilla y, sentadas en un pequeño trono de terciopelo carmesí, comenzaron un besamanos. Después salieron de sus respectivos pabellones, subieron en sendas gabarras y se dirigieron hacia el centro del río. Allí desembarcaron en la barcaza que habían construido para el evento y, por primera vez, Ana e Isabel se vieron las caras.

Noticia Patrocinada

En las faldas de los montes y a lo largo de ambas orillas del río, la gente se agolpaba para presenciar el trueque. Entre la multitud más alejada, los irundarras observaban en un lado y en el otro los hendayeses, pues el pueblo tenía prohibido acercarse a los pabellones. Cerca de unos y de otros, se desplegaban compañías de soldados en formación con sus banderas ondeantes. En contraste, junto al agua se congregaban los nobles de ambos países. Muchos de ellos no habían logrado entrar en los pabellones, así que observaban el evento desde lo más cerca posible de la orilla. Algunos decidieron obtener una vista más privilegiada y disfrutaron del espectáculo desde lo alto de sus caballos.

En aquella barcaza, Ana e Isabel comprendieron la magnitud del intercambio. Ambas se dirigían a un país del que desconocían la lengua y se habían casado con un joven que no habían visto. Dejaban atrás a sus familias y habían sufrido la pérdida de unos de sus congéneres: Ana había perdido a su madre unos días después de que esta diera a luz a su octavo hijo; mientras que Isabel había perdido a su padre en un asesinato. A pesar de todo, estaban preparadas para ser reinas. Los súbditos podían confiar en ellas.

Publicidad

Intercambio de princesas. Peter_Paul_Rubens_El pintor representa el río Bidasoa de una forma alegórica.

Finalmente, el trueque se produjo. Ana partió hacia el pabellón francés donde una inscripción decía: «Creíamos que el río dividía españoles y franceses. Nos equivocamos. Une franceses y españoles». Por su parte, Isabel navegó hacia el pabellón español presidido por el escudo de los Habsburgo.

Lope de Vega, un testigo de excepción

Entre los espectadores, se encontraban varios cronistas que tomaron nota de lo que allí sucedía. Su cometido era narrar el intercambio y luego vender sus crónicas en las calles y librerías de toda España. Así era como la gente se informaba de los acontecimientos más relevantes de la época.

Publicidad

Portada de una crónica de la jornada. Biblioteca Nacional de España.

Además de los cronistas, artistas como Pablo de Van Mullen se esforzaron por capturar una instantánea del momento del intercambio, sin pasar por alto el más mínimo detalle. Su obra Intercambio de princesas en el río Bidasoa se convirtió en un testimonio visual de aquel evento histórico.

Otro distinguido observador del mundo artístico que estuvo en Irun para presenciar el acto fue Lope de Vega, quien había acompañado al duque de Sessa. A este dramaturgo le habían encargado escribir varias comedias relacionadas con las bodas y el intercambio de las princesas. En una de ellas, Las dos estrellas trocadas o los Ramilletes de Madrid, escribió: «Vamos a ver las entregas /de las estrellas trocadas/ sobre las aguas del río/ último confín de España».

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad