Casa Palacio de los Idiáquez en Azkoitia.
Historias de Gipuzkoa

Tiempos de desarraigo: la historia del esclavo Perico y su hijo Juan

A lo largo de la historia, innumerables personas han sido forzadas a abandonar sus hogares debido a razones políticas e ideológicas. Perico, en el siglo XV, y Juan, en el XVI son dos ejemplos de ello.

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 13 de febrero 2024, 06:48

En mayo de 1487, Pedro de Idiáquez se encontraba en las inmediaciones de Málaga con el ejército de los Reyes Católicos. La misión era clara: ... luchar contra los musulmanes que aún mantenían el control en la región. Málaga formaba entonces parte del reino Nazarí y los Reyes Católicos querían imponer la religión cristiana en la península ibérica.

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El ejército cristiano asediaba Málaga por tierra y por mar, de modo que los musulmanes y judíos que vivían en el interior de la ciudad no podían introducir agua ni cereales ni carne ni pescado. Además, el número de muertos aumentaba con el paso de los días, pues la artillería no dejaba de caer ni de noche ni de día. Al tercer mes, el 3 de agosto de 1487, la población asediada se rindió.

Como es propio de las guerras, el ejército vencedor tomó por cautivos a la mayor parte de los habitantes. Así fue como hombres, mujeres y niños, que hasta entonces eran libres, se convirtieron en esclavos de los cristianos vencedores.

Los Reyes Católicos recompensaron a su ejército regalándoles las casas, los terrenos y los esclavos que habían tomado. Pedro de Idiáquez recibió su premio: por una parte, el nombramiento como repostero de cámara de Fernando el Católico; por otra, una casa, un corralero, unas tierras, un higueral y un esclavo adolescente.

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Musulmanes recibiendo el bautismo cristiano.

El esclavo de Pedro de Idiáquez

Cuando en 1493 Pedro de Idiáquez regresó a Azkoitia, su localidad natal, lo hizo acompañado del esclavo musulmán. No eran tiempos para las personas que no profesaran el catolicismo, así que Idiáquez llevó al esclavo a la iglesia parroquial. Allí un cura bautizó al esclavo con el nombre de Perico y el apellido de Idiáquez.

A pesar de que Perico perdió su verdadero nombre, familia, casa y religión, buscó integrarse en Azkoitia y adoptar la apariencia de un cristiano más. De este modo, en los días festivos y domingos acudía a misa, donde recibía la eucaristía. Su compromiso con las prácticas cristianas no solo reflejaba el deseo de asimilarse a la comunidad local, sino también el miedo a ser expulsado. El hecho de faltar a la iglesia habría levantado la suspicacia de la gente, extendería los rumores de mal cristiano y comenzarían las denuncias. Un musulmán convertido al cristianismo siempre era un sospechoso de continuar con sus antiguas creencias religiosas.

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En 1506, Perico se casó con Juana de Segurola, una vecina de la localidad. Este enlace le permitió arraigarse en la tierra de Gipuzkoa, pues Juana provenía de una antigua casa solar en Azkoitia; es decir, descendía de una familia respetable.

Ese mismo año, Pedro de Idiáquez tuvo que viajar a Nápoles acompañando a Fernando el Católico, pues continuaba siendo su repostero de cámara. Sin embargo, una vez en Nápoles, la salud de Idiáquez se deterioró. Consciente de que no sobreviviría a la enfermedad, decidió redactar el testamento.

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En una de las cláusulas testamentarias, Pedro de Idiáquez expresó su deseo de otorgar la libertad a Perico. Este era un gesto común entre los dueños de los esclavos cuando estaban a punto de morir. En realidad, era una forma de agradecer los servicios prestados y, también, un acto de benevolencia ante Dios. De esta forma, en 1507, tras la muerte de Idiáquez, Perico recuperó lo que le habían arrebatado 20 años antes: la libertad.

Alabardero del siglo XVI

De esclavo a alabardero del rey

Perico continuó viviendo en Azkoitia con su mujer Juana. Ambos habían alquilado una casa, propiedad de la familia Idiáquez. Allí tuvieron un hijo al que bautizaron con el nombre de Juan y le dieron el apellido de la madre: Segurola.

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A pesar de haber obtenido la libertad, Perico siguió sirviendo en la casa palacio de los Idiáquez, esta vez como criado de la madre de Pedro. Sin embargo, llegó un momento en el que Perico quiso desempeñar un papel más digno. Sabía que tanto su lealtad hacia la familia como las buenas relaciones que los Idiáquez tenían le abrirían las puertas hacia un nuevo camino laboral.

Es probable que uno de los hijos de Pedro de Idiáquez, también llamado Pedro, fuera el artífice de este cambio. Este Pedro había heredado el cargo de repostero de camas que ostentaba su padre. En otras palabras, se encontraba junto al rey en los momentos más íntimos: cuando este se retiraba a su aposento al final del día y cuando despertaba al comenzar la jornada. Sin lugar a dudas, la cercanía constante en esos instantes le confería a Pedro una posición de hombre de confianza.

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Así que, entre entoldar la cámara real, mullir el colchón, entregar mensajes a su majestad y acomodarle en el aposento tenía tiempo de conversar con el rey. Posiblemente, le habló de Perico, del servicio que prestó cuando era esclavo, de lo fiel que había sido a su amo, de su comportamiento cristiano y del matrimonio con una mujer de la tierra. En definitiva, un hombre leal que bien podría formar parte del cuerpo de guardia encargado de proteger al rey.

Finalmente, Perico fue nombrado alabardero de Fernando el Católico, de forma que dejó a su mujer y a su hijo en Azkoitia y se dirigió a Valladolid, donde entró a formar parte de la guardia personal del rey. Sin embargo, Perico no pudo disfrutar mucho tiempo del cargo: tres meses después de su llegada a Valladolid, falleció. Eso sí, como buen cristiano, fue enterrado en aquella ciudad, en el cementerio de la iglesia de San Martín.

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El taller de un zapatero. David Ryckaert. Siglo XVII

El hijo que quiso ser zapatero

Tras la muerte de Perico, Juana de Segurola y su hijo continuaron viviendo en la casa que ella y su marido habían arrendado a María Martínez de Idiáquez. Cuando Juan cumplió diez años, Juana quiso que aprendiera un oficio, por eso lo mandó como aprendiz a vivir con un maestre zapatero.

Juan de Segurola aprendió a preparar el cuero, cortar patrones, coser las diferentes partes del calzado, reparar suelas desgastadas, fijar tacones, tomar la medida del pie a la clientela, y por supuesto, limpiar, ordenar y organizar el taller. Esas eran las funciones de un aprendiz de zapatero.

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En 1516, a la edad de 15 años, Juan había terminado el aprendizaje. Sin embargo, para su madre aquella formación no era suficiente. De manera que solicitó la intervención de los Idiáquez para que Juan terminara de formarse en uno de los mejores sitios posibles: la Corte.

Durante 15 años, Juan trabajó de la mano del zapatero real. Tras ese tiempo, le concedieron el título de maestre zapatero. Entonces regresó a Azkoitia, se casó con una vecina de la villa, abrió una zapatería y comenzó a calzar a la gente que quería unos zapatos confeccionados por él. Probablemente, la fama de zapatero formado en la Corte atraería clientela tanto de dentro como de fuera de Azkoitia.

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No obstante, la gente de Azkoitia no olvidaba de dónde venía Juan. Todo el mundo sabía que su padre había sido un esclavo árabe convertido al cristianismo. Además, allá donde fuera, los rasgos y el color de piel lo identificaban de mestizo.

Tiempos de denuncias y desafíos

Para desgracia de Juan, unos años antes habían comenzado una especie de redadas para identificar a los conversos y moriscos que vivían en las localidades de Gipuzkoa. Se daba la circunstancia de que las autoridades guipuzcoanas habían solicitado primero de Juana I y más tarde de su hijo Carlos I órdenes reales para expulsar a todas aquellas personas de ascendencia musulmana, turca o judía.

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En realidad, la provincia de Gipuzkoa estaba trabajando para obtener la hidalguía universal, un estatus reservado exclusivamente para aquellas personas que demostraran no tener sangre árabe, judía o agote. De este modo, Juan de Segurola se convertía en un obstáculo para el objetivo de extender la hidalguía a todas las personas nacidas en Gipuzkoa.

Así que, en marzo de 1537, tres meses después de que Juan abriera la zapatería, el concejo de la localidad lo denunció ante las Juntas Generales de Gipuzkoa. Azkoitia no podía permitirse la presencia de un morisco, que, casado con una mujer local, tarde o temprano tendría descendencia.

A las denuncias, había que añadir los recelos de otros zapateros que veían el aprendizaje en la Corte como una destreza difícil de superar. La formación adquirida con el maestre zapatero real hacían que el taller de Juan destacara en la comunidad. Por lo tanto, las acusaciones podían ser la solución para librarse de este competidor.

En aquella ocasión, las relaciones políticas de los Idiáquez sirvieron de poco. Tras un proceso judicial, los jueces determinaron que Juan de Segurola debía ser expulsado de Gipuzkoa. A pesar de haber nacido en Azkotia, haber sido bautizado en la iglesia de Santa María la Real, haberse casado con una azkoitiarra, tener un oficio, un taller y una casa, las autoridades decidieron desarraigarle de todo.

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La historia de Perico, expulsado de Málaga, y su hijo Juan, obligado a abandonar Azkoitia, nos muestra cómo a lo largo del tiempo las personas han sido desplazadas de sus lugares de origen debido a decisiones políticas e ideologías.

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