Balleneros atrapados entre los hielos del Ártico. Grabado del siglo XVIII.
Historias de Gipuzkoa

Los maestros balleneros de Europa y la guerra de las ballenas

Combatieron islandeses, noruegos, portugueses, ingleses, franceses, neerlandeses, daneses y vascos de ambos lados de la frontera del Bidasoa, a veces coaligados y otras veces enfrentados según las circunstancias

Jueves, 26 de octubre 2023, 06:57

La semana que viene va a tener lugar en la Factoría Marítima de Albaola un simposio de historiadores que, bajo el título The Basque Whaleboat, ... at the origin of industrial whaling, va a tratar sobre la presencia y las actividades de los balleneros vascos en aguas y territorios enclavados en el Atlántico norte y el Ártico. Se trata de un encuentro internacional de expertos encuadrado dentro de las actividades científicas y patrimoniales relacionadas con el museo de los balleneros vascos Baskasetur. The Basque Centre que se está construyendo en la localidad islandesa de Djúpavik. La dirección de este museo cuenta con la colaboración de Albaola en el proceso de construcción y exposición de la réplica de una chalupa ballenera vasca del siglo XVI.

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Evidentemente, es la matanza de los balleneros vascos, perpetrada en 1615 en las inmediaciones del emplazamiento del nuevo museo el acontecimiento central que ha dado paso al establecimiento de esta infraestructura cultural. Un hecho histórico, ampliamente conocido, aunque digno de ser brevemente relatado una vez más. El citado año, siguiendo la dinámica de años anteriores, acudieron a Islandia tres balleneros donostiarras capitaneados por Martín de Villafranca, Pedro de Aguirre y Esteban de Telleria. Tras permanecer faenando toda la temporada, tuvieron la mala fortuna de ser sorprendidos por un temporal que echó a pique a las tres embarcaciones dentro del fiordo en donde se hallaban guarecidos. En principio se salvaron unos ochenta marineros, con la excepción de tres de ellos fallecidos en el naufragio. Los supervivientes, divididos en dos grupos, navegaron con sus chalupas balleneras en busca de algún lugar idóneo donde poder pasar el duro invierno islandés, o de alguna embarcación que pudiera llevarlos de regreso a casa. Con tan mala fortuna que los miembros del grupo encabezado por Martín de Villafranca perecieron masacrados a manos de los islandeses, mientras se desconoce la suerte final del otro grupo.

La búsqueda de nuevas zonas de caza de ballenas

La presencia de los balleneros vascos en las costas de Islandia, norte de Noruega, Groenlandia y el archipiélago de Svalbard (llamada Terraverde en la documentación), más allá de noticias de carácter más, o menos mítico, referentes a expediciones desarrolladas ya en la Edad Media, constituye un fenómeno que se generalizó a principios del siglo XVII. La drástica reducción de las capturas de ballenas en las costas norteamericanas de Labrador, Terranova y Golfo de San Lorenzo (llamadas genéricamente Terranova en los documentos de la época), resultado de décadas de caza intensiva por parte de los balleneros vascos, acarreó que la actividad ballenera vasca experimentase severas transformaciones. En primer lugar, las expediciones destinadas a Terranova que continuaban armándose comenzaron a diversificar sus objetivos, compaginando la caza de ballenas con la captura de bacalao y de focas. Esta última práctica, la cacería de focas, que se inició como un suplemento destinado a suplir la disminución de las capturas de ballenas, alcanzó su máximo desarrollo durante la primera mitad del siglo XVII, dando origen al establecimiento de una importante industria de peletería y confección de calzado y ropas especiales de piel de foca para marineros. Esta actividad industrial se implantó de forma destacada en torno a las localidades de la costa occidental de Gipuzkoa, en especial, en Mutriku y en Deba.

Cazadores de ballenas del siglo XVIII.

En segundo lugar, la disminución del número de expediciones balleneras a Terranova motivó que los pescadores que hasta entonces se embarcaban en las mismas, vecinos, sobre todo, de las localidades enclavadas en el sector central y occidental de la costa guipuzcoana, desde Orio hasta Mutriku, comenzaran a armar expediciones balleneras por su cuenta. Estas expediciones organizadas con los limitados recursos y medios de que disponían estaban destinadas a puertos situados, sobre todo, en Galicia, así como en Asturias, Cantabria e incluso Bizkaia. Estas expediciones «cantábricas» desencadenaron la reactivación de una actividad que estaba ya introducida para el siglo XIV y continuaron siendo armadas hasta bien entrada la tercera década del siglo XVIII.

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En tercer lugar, los grandes armadores balleneros, la mayoría afincados en San Sebastián, comenzaron, a partir de inicios del siglo XVII, a enviar expediciones de caza, tanto a Brasil como a los arriba mencionados territorios distribuidos en el Atlántico norte y el Ártico.

Los maestros balleneros de Europa

Esta deriva de la actividad ballenera vasca coincidió en el tiempo con el proceso de adopción de las técnicas de caza de ballenas por parte de los pescadores pertenecientes a las potencias marítimas como Países Bajos, Inglaterra, Dinamarca y Portugal. La presencia de enormes contingentes de ballenas, tanto en latitudes septentrionales como en las costas atlánticas brasileñas, y la creciente demanda de aceite de ballena, suplida hasta entonces en exclusiva por los vascos, llevó a las autoridades y grandes compañías privilegiadas de los mencionados países a interesarse por su explotación. La progresiva carestía de la grasa de ballena, que hasta entonces venían aportando los vascos, resultado de la arriba citada disminución de las capturas de ballenas en Terranova, sería el detonante que les impulsaría a emprender el desarrollo de una actividad hasta entonces inédita en sus países. Estas iniciativas se enfrentaban, sin embargo, a un serio escollo: ningún súbdito de los mencionados países se había dedicado nunca a la caza de la ballena y desconocían, por tanto, las técnicas, no solo de la caza propiamente dicha sino también de la fundición de su grasa, o saín, de forma industrial. La solución a este problema pasaba por la contratación de arponeros y otros especialistas vascos que se encargarían de la transmisión de sus conocimientos, absolutamente necesarios para la introducción de su oficio entre los marineros y pescadores de las citadas potencias marítimas.

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La oferta de grandes sumas animó a diversos especialistas guipuzcoanos y labortanos a servir a favor de esos intereses extranjeros, sorteando las prohibiciones y penas impuestas por las autoridades provinciales. Esta situación generó un verdadero terremoto político en el País Vasco. Los armadores balleneros, conscientes de que estaba en ciernes la pérdida del monopolio que hasta entonces habían disfrutado, recurrieron a solicitar el apoyo de sus instituciones de gobierno (Juntas Generales y Diputaciones). Las prohibiciones y medidas coercitivas que estas instituciones decretaron fueron la voz de alarma que impulsó a la autoridades de la Monarquía, empeñadas en aquel preciso momento en potenciar las actividades marítimas de sus dominios, a establecer otras medidas de carácter general. Unas medidas que lesionaban, también, los intereses de los armadores y de las autoridades de la Provincia, caso, por ejemplo, del intento de introducción de la Matrícula de Marineros en 1625. Los largos y costosos conflictos políticos y legislativos resultantes enmascararon, de alguna manera, el problema de la fuga de conocimientos balleneros al extranjero que nunca se llegó a atajar. En suma, los arponeros más atrevidos, o menos escrupulosos se pusieron al servicio de los extranjeros y, aunque sea de esta manera, desde la óptica actual, tan poco patriótica, a esos pescadores vascos les corresponde el dudoso honor de haber sido los maestros que instruyeron en la caza de la ballena a las restantes potencias marítimas europeas.

Trinchado de una ballena y fundición de su grasa en una isla. Grabado del siglo XVIII.

La 'Guerra de las Ballenas'

Por tanto, a los problemas derivados de la drástica disminución de las capturas de ballenas y de la fuga de arponeros, se les sumó pronto el de la competencia ejercida por los balleneros extranjeros, claro síntoma de que el centenario monopolio ballenero vasco había llegado a su fin. Esta competencia se materializó de dos maneras: por una parte, mediante la introducción en los mercados de la grasa de ballena aportada por los neófitos y, por otra, en forma de enfrentamientos armados iniciados por estos advenedizos, quienes trataban de expulsar a los vascos de los nuevos cazaderos situados en las costas del Atlántico norte y el Ártico. Unos territorios (norte de Noruega, Islandia, Groenlandia, Svalbard...) que, de forma más o menos efectiva, eran vasallos de la monarquía danesa, con la que, oficialmente, había que negociar los permisos necesarios para acudir a los mismos a cazar ballenas. Este contexto geopolítico contribuyó al incremento del proceso de fuga de los conocimientos balleneros vascos. En efecto, consta que algunos pesqueros vascos concertaron acuerdos, tanto con los ingleses como con los daneses, para obtener permisos de caza a cambio de colaborar con sus pescadores en las faenas balleneras. Estas asociaciones fueron, sin embargo, de muy corto plazo ya que duraron el tiempo necesario para aprender de los vascos los entresijos del oficio ballenero.

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En este contexto estalló una verdadera «Guerra de las Ballenas», nunca reconocida, ni nombrada como tal por la Historiografía, quizás, por la sencilla razón de que ningún país declaró la guerra a ningún otro por este motivo, aunque hubo momentos en los que estuvieron muy cerca de hacerlo. Pero la guerra existió realmente y combatieron islandeses, noruegos, portugueses, ingleses, franceses, neerlandeses, daneses y vascos de ambos lados de la frontera del Bidasoa, a veces coaligados y otras veces enfrentados según las circunstancias. Citamos a continuación sus principales hitos.

El conflicto estalló en 1610 cuando la corona portuguesa, por mucho que estuviera integrada, por entonces, en la Monarquía Hispánica, monopolizó la caza de la ballena en Brasil y expulsó a los pescadores vascos que faenaban en aquellas aguas desde 1602. En 1612 La Compañía Moscovita de Londres pretendió la exclusiva de caza en Svalbard y expulsó a un ballenero neerlandés y apresó a otro de San Sebastián. Al año siguiente, la citada compañía, revestida del monopolio de caza en Svalbard, otorgada por el rey de Inglaterra, expulsó a una decena de balleneros donostiarras y tres más de San Juan de Luz. Los expulsados recalaron en Islandia donde pudieron completar la campaña. En 1614 acudieron a Islandia unos 26 balleneros vascos, pero fueron desperdigados por piratas ingleses y tuvieron enfrentamientos con los islandeses. Al año siguiente el rey de Dinamarca impuso el monopolio real sobre la caza de ballenas en sus dominios y decretó penas de muerte a los infractores. En Islandia, mientras los piratas ingleses atacaban a los desperdigados habitantes de la isla, éstos últimos cometieron el asesinato de los pescadores vascos descrito al inicio de este artículo. En el norte de Noruega, por su parte, fueron apresados por los daneses dos balleneros donostiarras que fueron conducidos a Copenhague. En Svalbard, a pesar del acuerdo de reparto del archipiélago establecido en 1613 entre los pescadores ingleses y neerlandeses, hasta 1618 menudearon los enfrentamiento entre ellos, así como en contra de balleneros vascos y daneses que continuaban acudiendo. Al mismo tiempo, los pescadores ingleses iniciaron un enfrentamiento civil entre los pertenecientes a la Compañía Moscovita y los que faenaban por libre, estos últimos procedentes de Escocia y el norte de Inglaterra. Este conflicto degeneró en los choques armados y acciones de saqueo perpetrados en 1626 y permitió a los neerlandeses imponerse sobre los ingleses en Svalbard. Los vascos, sobre todo labortanos, continuaron faenando allí, pero en 1632 los neerlandeses expulsaron a varios de sus barcos. Algunos de ellos completaron su campaña en Islandia, pero otros saquearon y destruyeron la estación ballenera neerlandesa situada en la isla de Jan Mayen.

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