Guerra de las ballenas entre los pescadores vascos
Las primeras compañías privilegiadas de caza de ballena de las monarquías francesa e hispánica
Semanas atrás representantes de Albaola y del Museo Marítimo Vasco asistían en Bayona a una reunión internacional de historiadores, antropólogos y filólogos en la que ... se han tratado diversos aspectos del pasado y presente de la sociedad islandesa, así como de la irrupción de los pescadores vascos a principios del siglo XVII, entre los que cabe destacar el posible surgimiento de un pidgin, o lengua mixta entre vascos e islandeses. Otra de las consecuencias de esa interacción fue la matanza de pescadores guipuzcoanos perpetrada en 1615 en el contexto de la Guerra de las Ballenas, cuyas causas y parte de su desarrollo han sido relatados ya en un anterior capítulo de esta serie, titulado Los maestros balleneros de Europa y la Guerra de las Ballenas. A grandes rasgos, fue un conflicto, iniciado en 1610, a raíz de la competencia armada ejercida por los pescadores portugueses, ingleses, neerlandeses y daneses que poco antes habían aprendido las técnicas industriales de caza de ballenas y de fundido de su grasa mediante la contratación de arponeros vascos. Aunque la guerra se inició en Brasil, tuvo su principal escenario en aguas del Ártico, en Islandia, Cabo Norte (Noruega), archipiélago de Svalbard, isla de Jan Mayen, donde un asalto cometido por pescadores vascos a la estación ballenera neerlandesa en 1632 ponía punto final al relato del citado artículo. No fue este, sin embargo, el último acto de aquella guerra que, como veremos, continuó peleándose en años posteriores.
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El enfrentamiento entre dos modelos de organización empresarial
Este conflicto no solo consistió en choques armados entre pescadores oriundos de potencias rivales en el complejo contexto geopolítico que se vivía en la Europa de la primera mitad del siglo XVII. Entrañaba, también, el enfrentamiento entre dos modelos antagónicos de organización empresarial. Por una parte, la red empresarial de los pescadores vascos que durante siglos ostentaron el monopolio de la caza industrial de ballenas, se componía de multitud de pequeñas compañías caracterizadas por una estructura no fija (los activos de la empresa no eran fijos, sino uniones temporales de capital, infraestructuras y mano de obra, en general, para realizar una única expedición) y una organización empresarial de carácter cooperativista. En efecto, eran los empleados por estas compañías quienes, además de su fuerza de trabajo y conocimientos, aportaban, en mayor o menor medida, los activos necesarios en forma de préstamos de capital, embarcaciones, herramientas y equipamiento personal, etc. Las remuneraciones procedían del prorrateo de los ingresos obtenidos, de acuerdo a los porcentajes previamente pactados con cada tripulante en función de sus funciones (mero marinero, oficial, arponero, maestre de chalupa, cirujano, etc.) y de sus aportaciones (capital, medios de producción, etc.). Una organización empresarial que, según diversas fuentes de la época, hacía de los pescadores vascos los más competitivos, adiestrados, efectivos y equipados de entre todos los que faenaban en la captura de ballenas y bacalao.
Por otra parte, las mencionadas nuevas potencias balleneras, en cambio, no se aventuraron a desarrollar la actividad, ni a competir con los vascos, sin contar con poderosas empresas dotadas de capital fijo aportado por accionistas y de privilegios comerciales de tipo monopolista otorgados por sus respectivos gobernantes. Fue la Compañía Moscovita de Londres (fundada en 1551 para el comercio con Rusia) la que a partir de 1612 se inició en la captura de ballenas en la isla de Spitzberg (Svalbard) merced al monopolio real para la caza y la venta de derivados de la ballena. Los neerlandeses no se quedaron atrás y en 1614 fundaron la Compañía del Norte con el mismo propósito. En 1615 el reino de Dinamarca, bajo cuya soberanía estaban Islandia, Noruega y Groenlandia, monopolizó la caza de la ballena. Las pretensiones monopolistas de todas ellas no hicieron sino recrudecer la Guerra de las Ballenas, menudeando los enfrentamientos entre las distintas compañías privilegiadas y, de estas contra los pescadores vascos.
La Guerra de las Ballenas en casa
Fueron años muy difíciles para los pescadores vascos, en especial, para los vizcaínos y guipuzcoanos, ya que, a la ofensiva extranjera protagonizada por las mencionadas nuevas potencias balleneras, se le sumó la incorporación al imperio colonial francés de las costas de Terranova y Canadá, en las que venían capturando bacalao y ballenas desde hacía en torno a un siglo. En el caso de los pescadores labortanos, en cambio, por mucho que sus balleneros, también, sufriesen las consecuencias de la dura competencia monopolista extranjera, sus bacaladeros se vieron ampliamente beneficiados por este nuevo contexto político impulsado por el Reino de Francia en Canadá. Estas eran las circunstancias que desencadenaron otros capítulos de la Guerra de las Ballenas reñidos, esta vez, entre los propios pescadores vascos.
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Por una parte, se incrementó la conflictividad entre los tres territorios históricos de la costa vasca. Exponente de ello, en 1617 los comerciantes bilbaínos firmaron un acuerdo con los bacaladeros labortanos para reducir la carga impositiva al bacalao que vendiesen en Bilbao. Como consecuencia, Bilbao sería, en adelante, no solo el principal mercado del bacalao labortano sino la principal plaza de importación de dicho pescado en la Monarquía Hispánica, todo ello en perjuicio del tráfico de los puertos guipuzcoanos, así como del futuro de las pesquerías transoceánicas vizcaínas. Por otra, los choques de intereses se produjeron, también, dentro de cada territorio histórico entre los propios armadores e inversores balleneros, la mayoría favorables a conservar las tradicionales características estructurales de sus compañías y unos pocos interesados en introducir las innovaciones empresariales con las que ejercían su dura competencia las emergentes potencias balleneras extranjeras. Estas tensiones pronto se materializaron en la división entre los armadores de los pesqueros y los comerciantes interesados tan sólo en la comercialización de los productos pesqueros sin importarles su procedencia.
En esta coyuntura de progresivo crecimiento de la economía pesquera labortana y de crecientes dificultades de la guipuzcoana, desde la Corte española surgió en 1628 el proyecto de fundar una compañía privilegiada para la caza de ballenas y la pesca de bacalao en Terranova, dotada del monopolio de venta de esos productos pesqueros en la Monarquía Hispánica y con sede itinerante entre Gipuzkoa y Bizkaia. Sin embargo, ningún comerciante ni armador pesquero mostró interés por participar en ella. Es más, veían en su establecimiento un peligro para sus intereses económicos, así como para los intereses políticos de la Provincia de Gipuzkoa y el Señorío de Bizkaia.
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La Compañía Havresa (1629-1637), la primera compañía privilegiada de caza de ballenas de Francia
A pesar del fracasado proyecto de compañía hispánica, es muy probable que la noticia de este intento de fundación impulsara al Cardenal Richelieu, ministro principal de Luis XIII de Francia, a apoyar la puesta en marcha de su propio proyecto monopolista, la Compañía Havresa, a partir de 1629. Al igual que sucedía en Gipuzkoa y Bizkaia, la inmensa mayoría de los interesados en las pesquerías de Labourd se oponían al establecimiento de una privilegiada dotada del monopolio de la caza de la ballena en Svalbard y de venta de productos balleneros en Francia. Este debió ser el motivo de que la sede de la compañía se situara fuera del País Vasco, en Le Havre, aunque su principal impulsor técnico fue el armador ballenero de San Juan de Luz llamado Jean Vrolicq. Comenzó así la andadura de la primera compañía privilegiada de caza de ballena de Francia. Estableció su factoría ballenera, llamada Port-Louis, en la isla de Spitzberg, constituyendo, por tanto, otro actor en los enfrentamientos de la Guerra de las Ballenas.
En efecto, la Compañía Havresa se tuvo que enfrentar a los armadores balleneros labortanos, la mayoría de San Juan de Luz y Ciboure, que continuaban operando con sus compañías de capital circulante y organización cooperativista. Unas compañías que, ante las dificultades que hallaban en el mercado francés no hicieron sino incrementar sus relaciones transfronterizas, en espacial con San Sebastián, en cuyo puerto de Pasaia invernaban tradicionalmente sus balleneros. San Sebastián se transformó en el principal mercado de la grasa de ballena labortana, circunstancia incentivada por sus autoridades como sustitutivo del mercado del bacalao que, en parte importante, se centralizaba en Bilbao. Además de estos conflictos de intereses la Compañía tuvo que afrontar en breve otros episodios mucho más cruentos que terminaron por poner fin a su existencia. En 1635 estalló la Guerra Franco-Española, cuyas operaciones pronto se confundieron con las que venían produciéndose desde tiempo atrás en el contexto de la Guerra de las Ballenas. De entrada, la flota ballenera labortana tuvo que abandonar su puerto de invernada en Pasaia, perdiendo, así, además de su refugio, el acceso directo al principal mercado de sus productos. Además, en 1637 el ejército español ocupó y saqueó San Juan de Luz y Ciboure, apresando parte importante de su flota pesquera. Este duro golpe contra la actividad ballenera labortana fue seguido por otro perpetrado, también, en 1637, esta vez por los daneses que destruyeron la factoría de la Compañía Havresa en Port-Louis, que desencadenaría su disolución.
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La Compañía del Norte (1644-1666) en medio de las complejidades de la Guerra de las Ballenas en el País Vasco
La coyuntura económica que arrancó en 1635 es, quizás, una de las más duras sufridas por la economía marítima vasca a lo largo de su historia. A los hechos de 1637 que se acaban de relatar, les sucedieron en 1638 el asedio de Hondarribia y la terrible Batalla de Getaria, así como la derrota, en 1639 de la escuadra española frente a la holandesa en la Batalla de las Dunas. Todos estos acontecimientos acarrearon la interrupción de las pesquerías vascas, que volverían a arrancar tímidamente a partir de 1639. En 1644 los comerciantes donostiarras consiguieron que la Provincia y el rey autorizaran el reinicio del tráfico comercial de determinados productos estratégicos entre Gipuzkoa y Labourd y, sobre todo, el regreso de la flota ballenera labortana a Pasaia. Suponía el regreso de una competencia nada deseada por los armadores balleneros guipuzcoanos. En efecto, San Sebastián volvía a ser el principal mercado de los productos aportados por los armadores labortanos. Se trataba de una situación que, tampoco, satisfacía en modo alguno a los comerciantes de Labourd, mayoritariamente, bayoneses, que, como consecuencia, apoyaron la creación de la Compañía del Norte, impulsada por el cardenal Mazarino, ministro principal del joven Luis XIV, mediante la concesión del monopolio de la venta de productos balleneros en Francia.
La mayoría de los armadores balleneros labortanos, vecinos de San Juan de Luz y Ciboure, se oponían a la Compañía y vendían sus grasas en San Sebastián. En 1648 forzaron a la Compañía a sellar un acuerdo para repartirse a medias el mercado francés, hecho que dificultó, aún más, la situación de la Compañía del Norte. La firma del Tratado de Conversa (1653) por el que se restablecían de forma íntegra las relaciones comerciales entre Labourd, Gipuzkoa y Bizkaia aceleró la decadencia de la Compañía que en 1657 tuvo que ser «refundada» por parte del gobierno francés mediante una nueva inyección de dinero y la reinstauración de su monopolio exclusivo. Se reactivó el conflicto con los armadores labortanos cuya posición de fuerza se consolidó aún más a partir del fin de la Guerra Franco-Española en 1659. La decadente Compañía cerró por fin sus puertas en 1666, dando pie a un gran crecimiento del armamento de balleneros en Labourd.
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La Compañía Ballenera de San Sebastián (1732-1753), la primera compañía privilegiada de caza de ballenas de la Monarquía Hispánica
La competencia de la gran flota ballenera labortana, cuyo principal mercado se situaba en San Sebastián, fue una de las principales causas que acarrearon la decadencia de la flota guipuzcoana, junto con el progresivo descenso de las capturas de ballenas en el Atlántico norte y la política naval de la dinastía de Borbón, reinante en la Monarquía Hispánica desde inicios del siglo XVIII. Una política que acarreó el embargo de las seis unidades que para entonces se reducía la flota ballenera guipuzcoana, a fin que sirvieran en la expedición de conquista de Sicilia, donde se perdieron tras la derrota de la Batalla de Cabo Passaro en 1718. Los grandes comerciantes y armadores de Gipuzkoa se negaron a invertir en la reconstitución de la flota ballenera, dirigiéndose sus esfuerzos a procurar su participación directa en el comercio con las posesiones españolas en América; unos esfuerzos que darían como resultado la fundación de la Real Compañía Guipuzcoana de Caracas en 1728.
En ese ínterin la mayor parte de la marinería guipuzcoana se enroló en los balleneros labortanos cuyo número creció, en consecuencia, de forma espectacular. Esta masiva «fuga» de marineros obligó a la recién constituida Compañía Guipuzcoana a promover entre las autoridades de la Provincia y de la Monarquía una política que prohibía y sancionaba duramente dicha práctica. Esta política condujo a que cada vez más marineros dejaran de embarcarse en pesqueros labortanos, oportunidad que algunos pocos armadores guipuzcoanos aprovecharon para armar a partir de 1729 dos balleneros en Pasaia. La reactivación de una flota ballenera en Gipuzkoa era un hecho que preocupaba mucho a los interesados en la Compañía de Caracas que ya venían sorteando a duras penas la feroz competencia de la poderosa flota ballenera labortana en lo respectivo a la disposición de la marinería suficiente. Esta fue la razón que les impulsó a crear en 1732 la Compañía Ballenera de San Sebastián, la primera compañía privilegiada de caza de ballenas de la Monarquía Hispánica. Dotada de privilegios que los balleneros particulares carecían acarreó la extinción de estos últimos, siendo 1735 el último año en el que se tiene constancia de las actividades de los balleneros guipuzcoanos ajenos a la Compañía.
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La pequeña flota de tres balleneros de la Compañía de San Sebastián, merced a sus privilegios, fue una dura flota competidora para la flota labortana que invernaba en Pasaia, aquejada de otras dificultades antes mencionadas como la progresiva escasez de las capturas y las dificultades para contratar marinería guipuzcoana. Tanto es así que, muy probablemente, esa competencia fue la causante de una nueva iniciativa empresarial labortana. Ya sea por el reinicio de las actividades de la Compañía de San Sebastián tras el conflicto encadenado de la Guerra del Asiento y de la Guerra de Sucesión de Austria (1739-1748), ya por la decisión de la Real Compañía Guipuzcoana de absorber la Ballenera e invertir caudales para fortalecer su flota, el hecho es que Monsieur D'Aragorri, uno de los principales armadores balleneros labortanos, residente en San Sebastián, se procuró el apoyo del gobierno francés para constituir en 1749 la Compañía Ballenera de Bayona, dotada de una flota de cuatro balleneros. No fue muy boyante la posterior historia de ambas compañías balleneras vascas que abandonaron definitivamente su actividad en el contexto de las crecientes tensiones internacionales previas a la Guerra de los Siete Años (1756-1763). La Compañía donostiarra realizó su última campaña en 1753 y la bayonesa en 1755.
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