Historias de Gipuzkoa

Los guipuzcoanos en las pesquerías de Irlanda: un negocio de hombres y mujeres

En los archivos históricos se conservan acuerdos, pleitos y testamentos que nos permiten reconstruir algunos episodios de ese pasado, como el de Catalina y Mari Juan

Ana Galdós Monfort

San Sebastián

Martes, 25 de abril 2023, 07:03

En el verano de 1543, varios barcos anclados en el puerto de Donostia se preparaban para partir hacia las pesquerías de Irlanda. En las bodegas ... de algunos de ellos, los estibadores habían cargado quintales de hierro, en otros sacos de lana y barriles de vino. En la despensa de todos ellos había bizcocho y sidra. Aunque eran navíos mercantes, llevaban cañones, ballestas y flechas de hierro para protegerse de un posible ataque corsario. De hecho, era frecuente que en el viaje de ida les abordaran para hacerse con las provisiones y en el de vuelta, para agenciarse la pesca.

Publicidad

Aquellos días, los mercaderes ultimaban los detalles con los capitanes de los barcos. Hablaron de los puertos donde descargarían las mercancías, concretaron los lugares donde pescarían merluza, arenques y congrios, y especularon sobre la fecha de retorno. También se aseguraron de tener todo bien atado, pues la carga de los barcos iba a su cuenta y riesgo. En otras palabras, si algo salía mal y la mercancía no llegaba a su destino, perderían el dinero invertido.

Normalmente, los pescadores apalabraban la venta antes de salir, así obtenían unos ducados por adelantado antes de embarcar

En el muelle, los pescadores cerraban sus contratos. Por lo general, los capitanes de los barcos en lugar de pagarles con dinero, les entregaban unas cargas de pescado que podían vender a quienes quisieran. Normalmente, los pescadores apalabraban la venta antes de salir, así obtenían unos ducados por adelantado antes de embarcar.

Muy próximo al puerto, sobre un arenal, se levantaban las cabañas donde hombres y mujeres se encargaban de salar y adobar el pescado que traían de Irlanda. Una de estas cabañas era la de Catalina de Segura, quien llevaba años ocupándose de manipular las merluzas, los arenques y los congrios para que se conservaran más tiempo.

Publicidad

El puerto de Donostia según el Atlas de Pedro Texeira de 1643.

Además de encargarse de la encomienda de la cabaña, Catalina buscaba financiación para comprar el pescado que venía de Irlanda. Primero hablaba con los posibles compradores para saber cuántas cargas estarían interesados en comprar. Después apalabraba con varios pescadores el número de merluzas, arenques y congrios que le entregarían. De esta manera, se aseguraba el suministro de pescado para su cabaña, lo que le permitía obtener beneficios, pero también conseguía una comisión por la intermediación.

Catalina de Segura propuso a María Juan de Areizteguieta comprar una carga pequeña y, para minimizar riesgos, invertir en dos barcos diferentes

Aquel verano, unos días antes de la partida de los barcos, Catalina se encaminó hacia la calle del Poyuelo, conocida hoy como Fermín Calbetón. Al llegar, se detuvo en un portal, llamó a la aldaba y esperó a que alguien le abriera. Poco después, tras la puerta, apareció María Juan de Areizteguieta, una viuda con la que Catalina ya había negociado. En aquella ocasión, Catalina le propuso comprar una carga pequeña y, para minimizar riesgos, invertir en dos barcos diferentes. De este modo, si un navío se perdía, conservaría la carga del otro.

Publicidad

María Juan de Areizteguieta aceptó la propuesta. En cuanto un escribano les dio cita, las dos mujeres acordaron un convenio. Cuando los barcos regresaran, Catalina prepararía el pescado en su cabaña y se lo entregaría 20 días después de la llegada de los barcos. Por su parte, María Juan le entregaba seis ducados de oro, un precio por debajo del oficial. También se hacía cargo de los riesgos, es decir, en caso de que los barcos perdieran la pesca, Catalina no tendría que devolverle los seis ducados. Cuando llegó el momento de firmar el documento, las dos mujeres pidieron a dos testigos que rubricaran por ellas, pues no sabían escribir.

En realidad, seis ducados de oro era una cifra modesta, pero era una cantidad asumible para María Juan. En algunos viajes, mercaderes y otros inversores llegaron a invertir cifras mucho más elevadas, incluso hasta 300 ducados. Naturalmente, la inversión dependía del poder adquisitivo de cada persona, y de su capacidad para asumir riesgos.

Publicidad

Después de recibir los seis ducados de María Juan, Catalina entregó tres monedas a un pescador del barco de Domingo de Engómez y las tres restantes a otro del navío de Martín de Hernando. A cambio de su intermediación, los pescadores se comprometieron a entregarle una carga de pescado. La habilidad de Catalina para los negocios era evidente.

A finales de julio, los barcos partieron rumbo a Irlanda. Como estaba previsto, atracaron en el puerto de La Rochelle, en Francia. Allí, los marineros descargaron los hierros, la lana y el vino, y entregaron la mercancía a los mercaderes que habían comprado los quintales, los sacos y los barriles. A continuación, cargaron las bodegas de fardos de sal para conservar el futuro pescado, repusieron la sidra que habían consumido y rellenaron la despensa de pan y bizcocho. Todavía les quedaban cientos de leguas para llegar a Irlanda.

Publicidad

Cuando llegaron a Baltimore, capturaron las primeras merluzas. Más tarde, continuaron hacia el suroeste de la isla donde les habían dicho que había buenos bancos de arenques y congrios. Tras varios días de buena pesca, avanzaron hacia el norte. En septiembre, algunos barcos decidieron regresar a Donostia y otros quisieron llegar hasta Calabeq, conocido hoy como Killybegs.

A pesar de los riesgos, algunos capitanes se arriesgaban, pues sabían que en el Calabeq encontrarían una gran cantidad de merluza

Los capitanes más experimentados sabían que navegar más al norte tenía un gran peligro: el de las tempestades. A partir de septiembre, el mal tiempo era una amenaza constante para el control de la nave y la seguridad de la tripulación. De hecho, los marineros y pescadores habían oído hablar de naufragios en los que varios de sus compañeros se habían ahogado. Sin embargo, a pesar de los riesgos, algunos capitanes se arriesgaban, pues sabían que en el Calabeq encontrarían una gran cantidad de merluza. Y es que, el atractivo de una buena captura era muy tentador.

Noticia Patrocinada

Grabado de Robert Bénard sobre el proceso de secado de la merluza.

En aquella expedición, los barcos que transportaban la carga de Mari Juan decidieron regresar a Donostia, pero el barco capitaneado por Martín de Hernando no tuvo suerte. En su camino, fue sorprendido y atacado por una nave francesa. A pesar de la resistencia, los guipuzcoanos no pudieron hacer nada para evitar que los franceses se apoderaran del pescado.

Cuando llegaron a Donostia los pescadores descargaron la mercancía y comenzó el reparto. Catalina recogió su carga: la que le correspondía por haber intermediado y la media carga de Mari Juan. Una vez en su cabaña empezó a limpiar el pescado y en algunos casos, desaló las piezas, mientras que en otros las saló. Por último, los colgó en unos estantes para que se secaran durante veinte días antes de entregar el pescado cecial a Mari Juan.

Publicidad

El desacuerdo entre las dos mujeres de negocios derivó en un enfrentamiento ante los tribunales que duró varios meses

No obstante, cuando Mari Juan recibió el pedido, reclamó a Catalina que le devolviera los tres ducados correspondientes a la carga que no le había entregado. Ese desacuerdo derivó en un enfrentamiento ante los tribunales que duró varios meses. Finalmente, las autoridades obligaron a Catalina a entregar los tres ducados. El problema estaba en que en el convenio que habían firmado, Catalina no especificó que invertiría en dos barcos distintos. Aunque Catalina había ideado ese reparto como una estrategia, esta le costó caro.

A pesar de ser analfabetas, Catalina y Mari Juan son dos mujeres que demostraron saber negociar y luchar por sus derechos. Ellas encontraron en el comercio del pescado una oportunidad para generar ingresos y mejorar su calidad de vida. Catalina utilizaba las ganancias como complemento al sueldo de su marido, mientras que Mari Juan dependía de los ingresos que obtenía para salir adelante como viuda. A pesar de las dificultades, las dos mujeres lograron llevar a cabo sus negocios.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad