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La crónica más negra de los infanticidios
Historias de Gipuzkoa | Infancias truncadas (y 3)

La crónica más negra de los infanticidios

Mujeres solteras, adúlteras, incestuosas o amancebadas mataban a sus hijos recién nacidos para eliminar las bocas que no podían alimentar o para salvar el honor

Antton Iparraguirre

San Sebastián

Lunes, 5 de mayo 2025, 06:46

A partir de la edad moderna el abandono de niños fue suplantando al infanticidio que eliminaba las bocas que no se podían alimentar, sobre todo en el caso de familias numerosas sumidas en la pobreza. Las casas de maternidad y expósitos, así como espacios anónimos para dejar al hijo no deseado, se crearon con el fin de erradicar el asesinato de un recién nacidos y salvar el honor de las madres. En general se trataba de solteras y tampoco faltaban casos de bebés fruto de un adulterio, un incesto, un amancebamiento o el incumplimiento del voto de celibato por parte de un sacerdote o de una religiosa. En pocas ocasiones el trasfondo era la venganza o simplemente la pura maldad. Algunas mujeres actuaron con dolor, víctimas de la desesperación, y otras con una sangre fría y una crueldad inusitadas.

La acción de abandonar a un bebé, que se consideraba un «infanticidio encubierto», o directamente darle muerte, fue uno de los delitos perseguidos con mayor celo por la justicia, y también el derecho canónico lo condenó duramente. En los juicios por estos crímenes es llamativo que en algunos casos previamente se indagara sobre si las autoras habían tomado alguna hierba o alguna mujer herborista les había proporcionado algún remedio. También hay que incidir en que en algunas ocasiones fueran muy leves las penas que se aplicaban. Como se trataba de una sociedad en la que primaba la desconfianza y la envidia, los vecinos no dudaban en delatar a una vecina ante las autoridades, y más si después de un embarazo no se presentaba al bebé en público.

Gipuzkoa no se ha librado de este tipo de delito y lacra social. Los asesinatos de un recién nacido desde la Edad Media y hasta el inicio de la Guerra Civil en 1936 darían para un grueso tomo de cientos de páginas. Los siguientes son una selección de la crónica más negra de los infanticidios ocurridos antes del inicio de la Guerra Civil, y sobre los que se escribieron ríos de tinta en los periódicos locales y estatales.

Robo y asesinato de un bebé

Uno de los casos documentados más antiguos en Gipuzkoa es el que ocurrió en 1521. Una mujer de Zizurkil denunció que estando acostada en su cama, y teniendo al lado a su hija de cinco meses, ésta fue robada. La pequeña apareció muerta junto al río Oria, atada en unos paños, llena de magulladuras por el cuerpo y con la cabeza destrozada. Fue detenida una vecina de Irura. Se abrió un pleito y la condena del alcalde de Tolosa en 1523 fue «tortura e tormento en una escalera de palo, atados los pies e manos con una cuerda delgada y en los muslos con otra cuerda y garrote e sea puesto un brasero de carbón ençendido ante sus pies e çerca dellos, teniendo los pies desnudos y en carne», según se recoge en un documento del Archivo de la Real Chancillería de Valladolid. La acusada negó en todo momento su implicación en la desaparición y muerte de la niña. No se conoce cuál fue la sentencia.

La viuda condenada

También sorprende un infanticido ocurrido en Astigarraga en 1718. La relación de una viuda con un vecino había sido muy comentada en el municipio. A nadie le extrañó que la mujer quedara embarazada. Tras dar a luz entregó el bebé al supuesto padre de la criatura y le ordenó que lo dejara en el cementerio de la parroquia. Esto era habitual en Gipuzkoa en esa época, «o en la parte que más a mano tuviere». Pero ambos se dieron cuenta de que el bebé no estaba bautizado, por lo que lo llevaron al párroco. El sacerdote llevo a cabo el sacramento sin preguntar nada. Los progenitores decidieron entonces dejar al niño en un caserío cercano a una ermita, donde sabían que vivía un matrimonio sin hijos. Más tarde se enteraron de que la pareja había contratado a una nodriza.

Cuadro 'Mala mujer', obra de Francisco Goya de 1823.

Sin embargo, finalmente la viuda fue arrestada y acusada por el representante del Corregidor, ya que «por Ley Real tiene pena de muerte en caso de que muera el expósito o se exponga a riesgo de ello, pues se incurre en las penas de homicidio, y como de su parte puso los medios para la muerte de su hijo, también incurre su cómplice en las penas de parricidio». No consta la sentencia, pero sí se sabe que en estos casos las condenadas eran enviadas a las cárceles de galeras, como se conocía a las prisiones de mujeres.

Infanticidio más adulterio

Sin dejar el siglo XVIII, se produjo en Oiartzun un caso en el que además de infanticidio se cometió adulterio. La protagonista era una mujer casada, pero que no cohabitaba con su marido. Los vecinos sabían que tras mostrarse embarazada, no había aparecido la criatura por ninguna parte. Ante los crecientes rumores en el pueblo, el alcalde acudió a la casa de la mujer y en el registro no encontró ninguna prueba del parto y de la criatura. Finalmente fue hallada en la huerta con manchas en el cuello como si hubieran intentado ahogarla tras nacer. Tras este descubrimiento la mujer fue detenida. En el interrogatorio confirmó que tenía siete hijos, que este último lo parió en su cama y no le auxilió nadie, y que nació muerta, que ella misma la metió en un arca con la ropa de la cama y la enterró. Manifestó que el niño era de su marido, pero que no informó a nadie del parto porque la gente iba a sospechar que la criatura sería del mozo de la casa. Finalmente se comprobó que en efecto el padre era el criado. El fiscal pidió encierro en prisión por 10 años en la Real Galera de Valladolid, por estar agravado el infanticidio con el delito de adulterio. Es interesante el alegato que realizó el abogado defensor. Mantuvo que no había pruebas y que todo se basaba en indicios de difamación: ¡Triste fatalidad la del sexo nacido para nuestra dicha!«, remarcó. Finalmente se condenó a la procesada a seis años de cárcel.

Un bebé con un sacerdote

A principios del XIX una mujer vecina de San Sebastián fue encarcelada en la cárcel de Azpeitia convicta de infanticidio. Se le acusó de matar a un hijo fruto de sus relaciones con un sacerdote a quien servía en la casa parroquial. Se dijo que desesperada por la situación tras el alumbramiento, y en un ataque de locura, metió el cadáver del bebé en el horno de su casa y lo quemó. A pesar de la crueldad del crimen la reclusa quedó en libertad pocos años después. Tuvo tres hijos y luego se casó con un hombre que era muy popular en Gipuzkoa a principios del siglo XIX, Juan Ignacio de Iztueta, escritor e investigador.

Una «madre desnaturalizada»

A finales de ese siglo comenzaron a publicarse en los incipientes periódicos escabrosas noticias sobre infanticidios. Una de ellas ocurrió en 1894 en Ordizia. Una mujer fue acusada de la muerte de una niña. La «desnaturalizada madre» enterró a la pequeña al día siguiente de nacer en el estiércol de la cuadra de su caserío. «El repugnante crimen se ha descubierto por un anónimo que ha recibido el juez. Como estos delitos son raros en este país, la noticia ha causado profunda sensación», destacaba la información de un diario. En las noticias se revelaba la identidad de la autora, localización del crimen y todo tipo de detalles sobre el homicidio.

Hallazgos en un depósito de agua y en un cajón

Ya en el siglo XX los periódicos fueron informando cada vez más de casos de infanticidios en Gipuzkoa. Consideraban que «entre todos los atentados y crímenes que pone diariamente de manifiesto la estadística judicial, no hay ninguno tan espantoso y que tanto se reproduzca, como el infanticidio ejecutado en niños recién nacidos». Un ejemplo es el publicado en 1928, cuando fue hallado en la parrilla del depósito de agua de una fábrica de papel de Aduna el cuerpo sin vida de un bebé que presentaba evidentes signos de violencia. Al parecer fue estrangulado y arrojado en ese lugar unos seis días antes del hallazgo del cadáver.

Fotografía de un bebé muerto en el velatorio. Kutxateka

Ese mismo mes se destapó otro caso de infanticidio en el territorio. Esta vez fue en un centro de enseñanza del barrio donostiarra de Altza. El bebé también había sido estrangulado y fue hallado en uno de los cajones de un armario situado junto a la cama de su madre, que fue detenida.

Nueve días con el cadáver bajo su cama

Dos años después se conoció que una mujer de Tolosa arrojó al río Oria el cadáver de su bebé recién nacido después de tenerlo nueve días debajo de su cama. El cuerpo fue hallado por unos trabajadores en la presa de una fábrica de papel. Estaba envuelto en pedazos de manta destinados a la fabricación de papel y en una camisa de mujer de color lila con unas iniciales que permitieron el arresto de la madre del niño. Era una sirvienta de 27 años soltera y natural de Lizartza. Mantuvo que no tuvo ninguna ayuda para el alumbramiento y que nadie de la casa en la que estaba como criada se enteró de su embarazo.

Descubrimiento por unos perros en un descampado

En 1931 se produjo un crimen que fue bastante mediático. En un descampado cercano a la fábrica de gas de San Sebastián fue descubierto el cadáver de un niño que parecía haber nacido pocas horas antes. El hallazgo lo realizó un joven de 14 años que vivía en un caserío de la zona. Portaba varias marmitas con leche cuando los dos perros ratoneros que le acompañaban se adelantaron y comenzaron a escarbar en la tierra. Pensó que habían encontrado algún roedor, pero al acercarse vio que removían con las patas unas piedras, entre las que se encontraba el cuerpo de un bebé, que estaba envuelto en un periódico. Se sospechó de dos mujeres, madre e hija, de moralidad dudosa, que vivían en la zona.

Un funcionario del cementerio donostiarra de Polloe con el ataúd de un bebé, en 1923. Ricardo Martin / Fotocar

Un cadáver en la maleta

En 1934, en el portal de un céntrico inmueble de San Sebastián fue hallada una maleta que despedía «un olor pestilente», según denunciaron los vecinos al sereno y luego a la Guardia Municipal. Los agentes averiguarom que había sido depositada por una joven soltera que vivía accidentalmente en una de las casas del edificio. La mujer confesó que varios días antes había dado a luz a una niña y que la encerró en la maleta y salió con ella a la calle para deshacerse del cuerpo. Indicó que su propósito era arrojar el cadáver al río Urumea. Sin embargo, se arrepintió en el camino y dejó a la criatura en un envoltorio en unos zarzales cercanos, donde fue hallada por las autoridades. Mantuvo que nació muerta, pero este extremo no fue considerado creíble tras ser practicada la autopsia.

En 1931 el cuerpo sin vida de un niño nacido ocho días antes fue encontrado debajo de las escaleras de una casa de Eibar. El hallazgo no solo conmocionó a los vecinos del inmueble, sino también a toda la población. Las investigaciones permitieron la detención de una joven de 26 años, que estaba soltera, como presunta autora del infanticidio.

Fruto de un incesto

El último crimen tenebroso de este negro listado se conoció un mes antes del inicio de la Guerra Civil, en 1936, en Zaldibia. El cadáver de una recién nacida apareció en un prado. Fue detenida una joven de 25 años que vivía en un caserío. Confesó que era la madre de la bebé y que ésta fue fruto de las «relaciones ilícitas» con un hermano suyo de 34 años y soltero. Reveló que dio a luz en el establo y que luego llevó a su hija al desván. Aseguró que fue el progenitor quien mató a la criatura a golpes de rastrillo y la abandonó en un descampado. El hombre, al conocer que era sospechoso, se suicidó arrojándose al paso del tren en Ordizia.

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