Según contó una guía manchega en la radio, un turista japonés le preguntó cuál era el molino exacto contra el que se lanzó el Quijote ... porque quería fotografiarlo. La guía le explicó que el caballero andante era un personaje literario, el turista quedó decepcionado y ella le dijo que la literatura expresa verdades a través de la ficción, que las aventuras del Quijote son imaginarias pero forman parte del patrimonio cultural universal, que por tanto existen, existen en nuestra mente... Nada de esto consoló al turista, que se había quedado sin la foto soñada, así que desde entonces, cuando le preguntan cuál es el molino, la guía señala cualquiera y los turistas se fotografían ante él con entusiasmo.
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Mi amigo Antonio, alicantino, paseó por Donostia a dos estudiantes taiwaneses. Después del recorrido por la bahía, los pintxos en la Parte Vieja y el helado en el Kursaal, uno de ellos le pidió un favor: quería ver un vasco. En su guía había leído algo sobre ese misterioso pueblo ancestral y le interesaba mucho observar algún espécimen. El sabio Antonio le señaló un hombre con txapela y barba blanca que pescaba con caña en el puente de la Zurriola: ahí tienes a un vasco.
El taiwanés lo fotografió y supongo que enseñaría el pescador barbudo a sus amigos con ese fervor antropológico que nos hermana a los turistas de todo el mundo, esa confusión entre molinos y gigantes, esa curiosa manera de mirar y no ver nada.
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