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«A 40 grados y con el bozal puesto... ¡Qué asfixia!»
Alarma roja. Hondarribia bate el récord con 42,2 grados en una jornada que finalizó con rachas de 102 km/h en Igeldo
Cuando suceden fenómenos meteorológicos que se salen de los parámetros normales, las fotos corren como la pólvora por los grupos de WhatsApp. Y ayer la ... imagen por excelencia durante la mañana fue la de termómetros superando los 43 grados, que convirtieron un jueves cualquiera en uno meteorológicamente excepcional -aunque las cifras oficiales fueron algo menores-. Por la tarde, el protagonismo se lo llevaron los vídeos de un vendaval inagotable, que nada tenía que ver con la estampa matutina. Las rachas alcanzaron los 102 kilómetros por hora en Igeldo, y se llevaron a su paso dos árboles en la calle Eustasia Amilibia, en Donostia.
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A media mañana, la alerta naranja por altas temperaturas en Gipuzkoa decretada por Aemet, terminó elevándose a roja en la zona del litoral por la posibilidad de alcanzar los 40 grados. Y no solo fue posible sino que se superaron ampliamente. Hondarribia fue efemérides al registrar 42,2 grados y batir así el récord histórico de 40,4 que figuraba como máxima alcanzada en la localidad desde 1995. No batió no obstante el récord de Gipuzkoa registrado por Aemet, con 43 grados en Legazpi el 30 de junio de 1968.
Máximas de Gipuzkoa
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Hondarribia 42,2
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Donostia 40,7
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Arrasate 40,6
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Irun 40,4
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Errenteria 39,8
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Ordizia 38,9
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Beasain 38,9
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Azpeitia 38,8
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Elgoibar 38,3
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Aretxabaleta 37,8
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Elgeta 37,8
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Zumaia 37
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Mutriku 36,5
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Zumarraga 36,1
Aunque la sensación térmica se suavizó pasadas las 17.00 horas con la entrada del viento, en las horas centrales del día, el resto de localidades guipuzcoanas cercanas a la costa tampoco anduvieron muy lejadas. Errenteria llegó a los 40,2 grados; Irun a los 40,6, y en el Observatorio de Igeldo se volvió a igualar el récord que ya se batió el 23 de julio del año pasado de 39 grados. Es decir, salir ayer a la calle era sinónimo de ganarse un sopapo de aire caluroso y denso, más típico del sur de España. Pero como en las saunas, todo es cuestión de darle tiempo y aclimatarse, al menos eso dice la teoría.
En la práctica es otra historia, y aguantar por aguantar es tontería. Así de claro lo tiene Jesús Etxegoien, que a punto estuvo de coger uno de los barquillos que tiene a la venta en su cesta para empezar a abanicarse. «Esto es horrible», decía abriéndose la mascarilla para coger algo de aire. «Me han salido hasta heridas en los labios». Al bajarse el protector se veía que el sol ya le había hecho el tatuaje de moda de este verano con una bonita marca justo por encima de la nariz. «Voy a estar hasta las dos y luego me voy porque esto no hay quien lo aguante».
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Abanicarse para poco
En el paseo de La Concha, quienes iban y venían trataban de aliviarse con lo primero que pillaban, se aireaban la camiseta, pero sobre todo, se separaban la mascarilla para coger algo de aire, por muy cálido que fuera. «A 40 grados y con el bozal puesto... ¡Esto es asfixiante! Estás permanentemente respirando el aire que exhalas y cuando te lo retiras, resulta que es para dar otra bocanada de calor», exclamaba Iñigo, nada más llegar a la playa.
Él fue de los últimos que pudieron acceder a La Concha pasada la una de la tarde. Con la pleamar a las 14.00 horas, los accesos al arenal fueron cerrándose uno tras otro. «Tienen que ir por las escaleras del Eguzki», repetía una y otra y otra vez Aritz Etxeburua, en pie junto a las vallas situadas en Los Relojes.
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Se lo reiteraba a todo aquel que trataba de convencerle para que le dejara pasar. «Ahora está empezando a apretar el calor. Tengo la sombrilla en una esquina, pero cuando se cierra la rampa tengo que estar de pie y ahora da el sol de pleno», resoplaba mientras se abanicaba con la gorra.
No demasiado lejos y apatrullando estaba Zuriñe con su compañero. «A la arena bajamos poco, pero al menos ahí corre algo más de brisa», comentaban estos dos agentes de la Guardia Municipal. Con pantalón largo y de color negro, vivieron la jornada sofocante de ayer «lo mejor que podemos y siendo flexibles con las personas mayores que se quitan la mascarilla», apuntaban. Y por ese motivo, Aurora Gómez de Cadiñanos y su amiga Maite Ormaechea se habían hecho con un hueco a la sombra junto a los bajos. «Acabamos de volver de andar, y en un ratito nos iremos a tomar algo, porque ya empieza a hacer demasiado calor y esta máscara es un incordio». «Si, pero ahorramos en crema una barbaridad», bromeaban.
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