El pasado otoño el Servicio de Parques Nacionales de Estados Unidos envió un, para nosotros, extraño mensaje en Facebook: «Por favor, no lamer los sapos». Se refería a los sapos 'Incilius alvarius' del desierto de Sonora. La razón del mensaje es que después de que el New York Times publicara un artículo en el que se explicaba que la piel de dicho sapo tiene un componente psicodélico, muchos visitantes cogían los sapos y los lamían. Es cierto que su piel tiene componentes alucinógenos, pero no es lo único que contienen, y «chupar» sapos es peligroso, pues sus secreciones son muy tóxicas, incluso pueden producir paros cardíacos.
A mí me ha recordado a las pócimas de las brujas. Siempre me las imagino alrededor de un gran caldero -como el del druida Panoramix, ... de los tebeos de Asterix-dando vueltas a una especie de sopa en la que nunca falta una piel de sapo. En 1920, el farmacólogo Handovsky, demostró que los sapos producen una sustancia alcaloide con efectos alucinógenos. Tal vez las brujas creyeran volar por el sapo o por alguna planta que produce alcaloides como la belladona, el estramonio, la aconitina o el beleño negro.
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Hay muchos más animales que secretan sustancias psicodélicas. Por ejemplo, la rana mono gigante de la cuenca del Amazonas; la hormiga cosechadora de California; el pez llamado Salema, que habita en aguas templadas y tropicales; o las esponjas sin hueso del Caribe.
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