«Tuvimos que dejar a nuestro bebé en Nicaragua»

Capítulo III de IV ·

Los nicaragüenses Nolvin y Jeni llegaron hace trece años a Andoain en busca de un mejor futuro. Las oportunidades de trabajo en el cuidado de personas y el empleo doméstico empujó a cientos de mujeres latinoamericanas en su mayoría hacia Gipuzkoa

Domingo, 4 de diciembre 2022

«En nuestro país la vida no es fácil. Ya te puedes matar trabajando que pensar en tener una vivienda es un sueño». Los nicaragüenses Nolvin Cáceres y Jeni Laguna, de 32 y 33 años, pusieron las cartas encima de la mesa hace 13 años y decidieron ser «prácticos» por mucho que doliera. Al final acordaron que él se quedaría trabajando en Nicaragua y cuidando de su hijo, de un año, y sería ella quien buscaría trabajo en Gipuzkoa por medio de su hermana que había llegado años atrás y «podía conseguirle un trabajo, había oportunidades». La necesidad les obligó a poner un triste final a su vida en común en su Managua natal y así fue cómo en octubre de 2009 Jeni recaló sola en Gipuzkoa.

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A sus 20 años su vida arrancaba de cero al otro lado del mundo. Los comienzos se le hicieron cuesta arriba y no había día que no rompiera en lágrimas. Ser madre en la distancia supuso una carga terriblemente pesada, según ella misma describe, pero sabía de su papel en el cuidado y sostén de su familia. «Para mi esposa lo más duro fue haber dejado a su bebé de un año en Nicaragua», sin poder evitar culparse a diario por estar aquí y no allí. «Además, aunque le esperaba su hermana, estuvo un tiempo sin conseguir trabajo, recorriendo las calles, poniendo carteles de 'busco empleo'. Al final empezó a trabajar de cuidadora en varios pueblos del valle de Ulzama y conoció a una familia para cuidar de su madre.

«Conseguir ahorrar»

La idea de Nolvin y Jeni era conseguir reunir el dinero necesario para comprarse una casa en Nicaragua -«una sencilla ronda los 20.000 dólares»- pero pasados los dos años, el tiempo que se fijaron en un principio, acordaron que él también se vendría. «Yo soy técnico en topografía y quería independizarme laboralmente y montar mi propia consultora en mi país pero necesitaba comprar herramientas de trabajo, que son carísimas. Los equipos de medición profesional cuestan unos 15.000 dólares. Así que me vine con la idea de quedarnos otros dos años y después regresar».

Sin embargo, una vez más, el destino tenía otros planes preparados. «Cuando llegué a Andoain, donde vivía mi mujer, empecé a trabajar en una frutería y desde entonces ahí sigo. Me gustó el ambiente y estar de cara al público me ha permitido poder acercarme más a la gente», cuenta este hombre, que decidió aparcar su proyecto empresarial y continuar su vida en Gipuzkoa. Él también tuvo que separarse de los brazos de su hijo, el pequeño Nolvin de 3 años, cuando tomó el avión a España. «No traje al bebé, se quedó con mi madre y vino a los 5 años. Por temas migratorios es complicado para pasar con visado turístico y con un niño y te arriesgas a que en el aeropuerto no te dejen seguir, con el gasto que supone de los billetes de avión, unos 1.500 euros por persona. Así que cuando nos aseguramos de estar documentados y tener todo en regla para que no nos pusieran ningún impedimento lo trajo mi esposa».

Una vez los tres juntos por fin, se fueron a vivir de alquiler tras haber compartido piso con otra familia ecuatoriana. Nolvin recuerda cómo fueron esos años en los que estuvieron separados por más de 8.000 kilómetros de distancia. «Se hicieron eternos. Entonces no teníamos el whatsapp para conversar con gente de la otra punta sin notar apenas la distancia. Mi mujer tenía que esperar al fin de semana para ir a un locutorio y poderse comunicar con nosotros».

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En este momento de la entrevista, su voz empieza a quebrarse y destapa los kilómetros que llevan ambos en la espalda. «Fue muy duro», expresa contenido. También lo fue el ver a su pareja «dividida entre dos mundos. Tenía su cuerpo aquí y su alma en Nicaragua y todo el tiempo con esa discusión interna de 'por qué no estoy allá'. Me costó mucho hacer que estuviera cómoda. Y le hacía la misma pregunta. '¿Por qué no volvemos? Sabes que por la situación económica'. El sistema político de Nicaragua también cambió...», comenta sin querer ahondar demasiado en detalles.

A pesar del largo camino recorrido, se sienten «muy a gusto aquí. Mi esposa sigue teniendo el deseo de estar en su terruño. Quiere volver pero yo no cambio esto por nada», afirma Nolvin que se define como una persona muy «maleable», aunque «claro que echamos de menos a la familia. Emigrar es muy duro. Yo gracias a Dios y a que he tenido una formación en Nicaragua no lo he tenido tan difícil pero he visto discriminación hacia conocidos míos por el hecho de ser inmigrantes».

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En su caso no han vivido situaciones de rechazo. «Es más, a Jeni le acogieron como una hija en la primera familia con la que trabajó. Aún le siguen llamando por su cumpleaños, le tienen mucho aprecio. No solo le dieron un sustento laboral, sino también mucho apoyo psicológico. La gente es muy cariñosa con nosotros. Es un choque muy grande escuchar lo que la gente dice de los vascos, que son personas que levantan piedras y no tienen sentimientos pero es lo contrario de lo que yo he vivido». Reconocen sentirse «muy integrados aunque el concepto de cuadrilla y sociedad lo desconocemos. Las actividades las hacemos más en parques o plazas y nuestro entorno se compone de vascos, vizcaínos, algún navarro… Si salimos de cena lo hacemos con gente latina y también vasca. De hecho mi mejor amigo es de Andoain», dice Nolvin.

Nolvin y Jeni, cocinan junto a sus hijos Nolvin y Mateo en su casa de Andoain. ARIZMENDI

¿Sus planes de futuro? «Ahora mismo estoy homologando mi formación de topografía y Jeni ha parado un poco para cuidar de nuestro segundo hijo, Mateo, de 9 meses. La idea es ser propietario de mi negocio y emprender algo grande y en 20 años volver a Nicaragua, cuando nuestros hijos tengan una formación profesional. En un país tercermundista esta formación de peso les va a servir». No quieren que ellos repitan su historia de ida y vuelta.

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Créditos

  • Texto Patricia Rodríguez

  • Narrativa visual Iñigo Puerta e Izania Ollo

  • Vídeo y fotografía Dani Soriazu y Félix Morquecho

  • Edición web Iñigo Galparsoro, Gorka Sánchez y Beatriz Campuzano

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