«Qué ganas de respirar un poco de aire y pasear fuera del centro»
Familiares y usuarios de los centros de mayores de Gipuzkoa disfrutaron del primer día de relajación de las restricciones en las salidas y las visitas
patricia rodríguez
Martes, 18 de mayo 2021, 06:39
Es la primera vez en mucho tiempo que Beatriz Galloso y Bea Martínez, madre e hija, no cuentan los minutos para llevar a Hilario de ... vuelta a la residencia. «Teníamos muchísimas ganas de estar con él más de una hora de reloj, de poder irnos a tomar un café a una terraza o simplemente pasear hasta el quiosco de Ategorrieta, estamos felices», contaba ayer visiblemente emocionada la hija de este hombre de 89 años, usuario de la residencia donostiarra Villa Sacramento. La emoción desbordó el anhelado encuentro pese a la distancia social y las mascarillas. Lo primero que Bea quiso contarle a su padre es que una de sus nietas, que trabajaba en Barcelona, se viene a vivir aquí. «Qué ilusión me hacía decírselo, ahora podrá ir a dar una vuelta con él». Abuelo y nieta, sin videollamadas de por medio.
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Tras un año de limitaciones en las visitas y las salidas de los residentes, poco a poco las residencias de Gipuzkoa van recuperando las rutinas que el coronavirus puso en suspenso. Desde ayer, se permiten los paseos diarios y sin límite de horario, además de tres visitas semanales (hasta ahora se permitía pasear en los espacios seguros cuatro días por semana durante una hora y recibir la visita de familiares un mínimo de dos veces, unas condiciones que se suspenderían si el municipio entraba en zona roja). Esta flexibilización del protocolo, que articuló Salud con las tres diputaciones vascas, «hacía falta», coinciden en señalar tanto usuarios,–vacunados en su totalidad desde el pasado febrero–, como familiares.
A Bea, esta situación se le ha hecho muy cuesta arriba. «Hasta ahora podíamos ver al aita muy poquito y en una zona acotada en el exterior de la residencia. Eran salidas al principio de 30 minutos y después de una hora en un horario restringido, que para cuando le saludabas casi te tenías que despedir. Ahora al menos podemos estar más tiempo y respirar un poco de aire, me parece algo imprescindible aunque siempre en sitios alejados de las aglomeraciones por su puesto», defiende esta mujer, que de alguna forma se siente «culpable» al recordar lo «aislado» que ha estado su padre.
«Aislados»
Los usuarios de estos centros han sufrido las consecuencias de la pandemia y las restricciones de la forma más drástica. Fueron los primeros que tuvieron que confinarse por completo en la primavera del año pasado, viendo cómo se les limitaba el contacto con sus seres queridos. Se vacunaron con ilusión y la esperanza de volver a ser abrazados, de poder salir al exterior y poder estar de nuevo en el mundo que observaban detrás de la ventana. «Es una pena. Pensar que están aislados, sin sus seres queridos, te entra un sentimiento de culpa por no poder atenderles, no poder estar con ellos, no poder hacer lo suficiente porque cambien las condiciones en las residencias... es una impotencia total», lamenta recordando en concreto aquellos primeros meses del confinamiento, cuando desapareció de la noche a la mañana cualquier contacto con el exterior. Los abrazos y los besos se esfumaron sin fecha de regreso. «Eso fue lo más duro. Y gracias que mi padre de la cabeza está muy bien y de salud está estable por lo que podíamos comunicarnos con él a través de videollamadas, pero los que estaban perdidos en su mundo...», dice afectada. Ayer se contuvo con los achuchones, «soy muy estricta con eso», pero su madre no hacía más que preguntarse cómo podía recibir a Hilario. «Está sufriendo muchísimo, lo necesita», afirma Bea, que a partir de ahora espera «poder ir retomando poco a poco la normalidad» y los planes a corto plazo.
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«Mi padre tiene muchas ganas de salir a comer por ahí el fin de semana. Se nos ha olvidado lo que es eso. También de ver a sus nueve nietos. La última vez que les vio fue desde la ventana, en navidades, fuimos a cantarle», recuerda. Todo es diferente desde que hace cinco años Hilario ingresó en Villa Sacramento pero desde que el coronavirus restringió nuestras vidas, con un sinfín de horas vacías por delante, sus días empiezan a parecerse entre sí. Según observa Bea, «le notamos que está más desorientado en tiempo y espacio, te pregunta qué día es, si hace bueno o malo... y ha perdido facultades a la hora de manejar su silla. Creo que han sido muy severos con el tema de las restricciones pero el resultado de nuestra residencia ha sido fabuloso» en cuanto a contagios.
El zumaiarra José Manuel Mancisidor considera que las medidas restrictivas en los centros residenciales «han sido por nuestro bien», aunque no por ello el 'encierro' ha resultado más llevadero. «Se ha hecho muy largo, a ver si dura», afirmaba ayer, feliz de poder volver a moverse más allá de un recinto vallado. Este usuario del centro Iza de Donostia, perteneciente a la Fundación Matia, está deseando coger el topo el próximo sábado para ir a visitar a su familia y amigos. De momento, ayer por la tarde disfrutó de un paseo por los alrededores del centro.
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Muchos de sus compañeros también celebraron la flexibilización de unas limitaciones que calificaron de «injustas e ilógicas».
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