La prórroga y los penaltis
El partido sigue en un empate infinito entre el bicho y nosotros. El Labi da aire. Usemos la 'doctrina Alcoyano'
D ice un hostelero donostiarra que el tiempo vivido desde diciembre hasta aquí ha sido el más duro de estos dos terribles años de pandemia. ... El ómicron, los contagios disparados y la incertidumbre dejaron a la gente en casa y vaciaron locales. No ha sido solo un problema de la hostelería: estos meses han resultado para todos la gota que colma el vaso, el último hartazgo, la puntilla. Habíamos nadado sin perder la esperanza desde marzo del 2020 y cuando estábamos a punto de llegar a la orilla, la orilla se alejó unas cuantas millas más.
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La sexta ola ha sido la enésima jugarreta del virus. Recapitulemos: nos habían dicho que las vacunas y el tiempo irían acabando con el bicho, pero de repente, a traición, llegó una variante que nos dividió entre los ya contagiados o los que estaban a punto de estarlo. Por fortuna se ha tratado de una modalidad de efectos leves; por desgracia, reinfecta mucho.
Ha sido el bajonazo, la prórroga inesperada que pitó el árbitro cuando se nos estaban acabando las fuerzas y los ánimos tanto a los peatones de la historia como a las instituciones: fue tal el descalabro que Osakidetza nos enseñó a ser nuestros propios rastreadores, médicos y hasta tramitadores de la baja laboral. El regreso de la obligatoriedad de las mascarillas en la calle fue el resumen visual de ese hartazgo: llevar el 'tapabocas' en exteriores era la representación gráfica del volver atrás.
Dice un hostelero que los meses del ómicron han sido los peores: se torció cuando creíamos estar llegando a la orilla
Superada la prórroga en ese empate infinito entre el bicho y nosotros, se abre la tanda de penaltis. Desde este jueves la mascarilla deja de ser imprescindible al aire libre y el Labi (que es el ente que marca nuestras vidas, no el loro que le habla a mi compañero Javier Guillenea: véase su artículo del pasado domingo) relaja las medidas porque ahora, nos dicen, la situación empieza a mejorar.
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Dos años de virus nos han enseñado que nunca hay que cantar victoria y que el bicho es tan imprevisible como cabrón: cambia el partido, las alineaciones, las reglas del juego y hasta el balón. La tanda de penaltis puede alargarse aún mucho.
Estamos hartos porque parece que esto no va a cambiar nunca. Pero también hemos aprendido que tan peligroso como el Covid es el desánimo. Vamos a imaginar que nuestros penaltis los lanza Oyarzabal. O recurrir a la heroica y tener más moral que el Alcoyano. En el mayo de París decían aquello de «seamos realistas, pidamos lo imposible». Aquí ya nos conformamos con un empate infinito hasta que la vida empiece a parecerse a la de antes.
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