«Lo primero que pensé es que se habían equivocado. ¿Yo positivo?»
Sin salir de casa. Tres familias guipuzcoanas narran su experiencia de la cuarentena tras haber dado positivo en Covid-19 o ser contacto estrecho de un infectado
m. tejada / e. vallejo / p. rodríguez
Martes, 1 de septiembre 2020, 06:19
Que el aislamiento es complicado es un hecho. Basta con recordar los meses de estado de alarma por el coronavirus, con confinamiento incido, para ... entender a los 30.000 vascos que en estos momentos están encerrados en su casa. En marzo y abril, la cuarentena era de obligatorio cumplimiento para todos. Ahora, solo deben permanecer en su domicilio quienes hayan dado positivo en Covid-19 o sus contactos estrechos. Las donostiarras Coro y su hija Ane, la azpeitiarra Amaia y Susana, también de San Sebastián, cuentan su historia. Todas coinciden: no es fácil, menos aún cuando el resto disfruta de un día de pleno verano al aire libre.
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Coro y su hija Ane (Donostia)
«Uso mascarilla y guantes al manipular cosas de la ama»
Fue el viernes 21 de agosto. Después de que falleciera el padre de una prima, decidieron juntarse toda la familia. Coro Iñarga, acompaña de sus hijos Jon y Ane Salvador, acudió a la cita. Pasaron unas horas en compañía de sus seres queridos y volvieron a casa sin más contratiempos. Hasta que el miércoles, cinco días después del encuentro, Coro recibió la llamada de su parienta. Había dado positivo en Covid-19.
Coro y su familia no dudaron en aislarse. «Ese mismo día nos confinamos», cuentan desde su casa en Donostia, donde permanecen en cuarentena desde entonces. Y es que, no habían pasado ni 24 horas cuando Coro comenzó a tener fiebre. «En cuanto empecé con síntomas nos temimos lo peor», reconoce. A falta de que los rastreadores se pusieran en contacto con ellos, el día 28 acudieron a realizarse el test. «Como era de esperar, yo también tenía coronavirus. Me había contagiado», dice Coro sentada en una butaca que a colocado frente a la ventana de su habitación. Lleva entre esas cuatro paredes casi una semana -todos los días en contacto con un médico- y aún le quedan otros tantos días.
Si bien ha pasado tres jornadas «con fiebre», lleva desde el domingo sin febrícula, lo que es, sin duda, una buena señal. En cualquier caso, «la paliza» que le ha dado esta enfermedad no se la quita nadie. Tanto física como emocionalmente. «Va por momentos, a ratos estoy mejor, a ratos peor», matiza. Ahora que ya no tiene décimas va a aprovechar para leer, también se entretiene comiendo mientras mira por la ventana la gente pasar «o hablando por el teléfono».
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Estar en una habitación encerrada «no es fácil», menos «con tus hijos ahí». Sobre todo, echa de menos ese contacto con ellos, «un abrazo o unos mimos que en otro momento te darías... Ahora no toca y se hace un poco frío».
Mientras pasa este obligado confinamiento en su habitación, su hija Ane -y Jon- lo hace en el resto de la casa. A veces hablan a distancia, de sala en sala, «pero cuando le acercamos la comida o manipulamos cosas que ha tocado ella lo hacemos siempre con mascarilla y con guantes», explica Ane, que aunque en el PCR dio negativo tiene que permanecer diez días en casa hasta realizarse una nueva prueba. Se la hará el sábado con el fin de conocer el resultado el domingo «y poder volver a la universidad el lunes».
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Está tranquila. Para entretenerse juega a la PlayStation, graba vídeos de TikTok... «Un poco de todo, aunque llega un momento en el que no sabemos qué más hacer», se ríe Ane. A fin de cuentas, ella está «perfecta», pero «hay que prevenir». Lo que más le «estresa» es «tener que estar con cuidado en todo momento para evitar que la ama nos contagie. Queremos terminar con esto cuanto antes». Para combatir el aburrimiento tiene una de las tareas más importantes. Junto a su hermano, estos días le toca encargarse de la casa. «Cocinar, limpiar... Hacemos lo que podemos, pero nos apañamos bien».
Amaia y su familia (Azpeitia)
«Estar en casa sin síntomas con la gente en la calle es duro»
Ya han transcurridos los diez días de rigor y Amaia y su familia han podido salir de nuevo a la calle. «Un alivio», reconoce. La suya es la historia de una de las tantas afectadas por los brotes que trastocan la vida de miles guipuzcoanos desde que la segunda ola de la pandemia empezara a coger fuerza en Euskadi.
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El contagio de esta familia azpeitiarra surge, como el de tantas otras, del descuido en la cotidianidad. Su hija mediana pasa una jornada playera con sus amigas el lunes día 10, que termina tomando algo en una terraza. Al día siguiente, pone rumbo a La Rioja con su hermana mayor y el novio de esta. Cuenta Amaia que ya esa noche «le llamó una de la cuadrilla diciendo que se encontraba mal y que le iban a hacer una PCR al día siguiente. Mi hija ahí ya se puso nerviosa». La amiga dio positivo y Osakidetza el mismo viernes le llamó para comunicarle que era contacto estrecho de una persona contagiada y que debía realizarse una prueba y ponerse en aislamiento domiciliario. «Se aisló en casa de mi otra hija en Azpeitia. Y a partir de ahí mi marido, mi otra hija, su novio y yo ya nos aislamos también. No tardaron en decirnos que la mediana había dado positivo».
«Nosotros cuatro nos fuimos a nuestra casa en el mismo coche, porque intentamos que nos hicieran la prueba en La Rioja y fue imposible contactar con nadie». El resultado de la muestra de estos familiares fue negativo, «pero al ser contacto estrecho debíamos guardar diez de días de aislamiento», comenta la madre.
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Con la cuarentena ya superada, Amaia comenta que «lo hemos llevado peor que el confinamiento, porque en marzo estaba todo el mundo igual, pero ahora mirabas por la ventana y veías a la gente por la calle, un amigo que te dice que se va a la playa... Y tú te ves en casa, sin síntomas ni nada y se hace duro». Aunque reconoce que especialmente largo ha sido para su hija mediana, que tuvo que pasar el aislamiento sola, «aunque por suerte sin síntomas. Eso me tranquilizaba, la verdad».
Durante estos diez días, relata, les ha sido inevitable pensar en supuestos. En qué hubiera ocurrido si hubieran ido a visitar a su abuela, en si a alguno le empezaran síntomas pasados unos días, a quién podría haber contagiado. «El remordimiento es inevitable, aunque por suerte estábamos tranquilos porque no habíamos tenido contacto con nadie», reconoce esta madre de familia, que pone en valor la labor de Osakidetza. «Han estado muy atentos con nosotros y solo tengo buenas palabras hacia cómo nos han comunicado cada paso que debíamos seguir».
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Susana Ubillos (Donostia)
«El SMS de Osakidetza llegó a la 2.35 horas: era positivo»
Fue su propensión a las anginas lo que empujó a la donostiarra Susana Ubillos a llamar a su médico de cabecera para atajarlas cuanto antes. «A los pocos días me iba de viaje a París y no quería que todo el mundo pensara que tenía el coronavirus y no me dejaran viajar». Pasó poco tiempo desde que imaginara esta suposición hasta que se tornara en una broma pesada. No eran anginas, tenía Covid-19.
Todo empezó un fin de semana a principios de julio, cuando estuvo cenando con varios amigos. «Al día siguiente me desperté con un poco de mocos y pensé que habría cogido frío, así que llamé al ambulatorio para que me recetaran algo para las anginas porque suelo tener muy a menudo. Pero el médico de refuerzo que estaba en ese momento me dijo que sin verme no me iba a dar nada y que por protocolo me tenían que hacer una PCR en el ambulatorio», recuerda con resignación. Se sometió a las pruebas y esperó en casa hasta obtener el resultado, tres días después. «De repente, a las 2.35 de la mañana recibí un SMS donde Osakidetza me comunicaba que era positivo en Covid-19», relata sorprendida y asegura no haber tenido ningún síntoma, «ni fiebre, ni tos… solo mocos y un poco cansada». «Lo primero que pensé es que se habían equivocado. ¿Yo positivo? Por la mañana llamé al ambulatorio para confirmarlo y en efecto, tenía coronavirus», explica. Sus contactos estrechos también han pasado la prueba «y han dado todos negativo, aunque han estado aislados». Después de 15 días en cuarentena, desde el pasado 22 de julio ya puede salir 'libremente' a la calle.
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Esta donostiarra intenta reconstruir los pasos para dar con el posible foco de contagio y recuerda que ella es de las que hace un uso correcto de la mascarilla y el gel, pero opina que «contagiarse es muy fácil. Si te sientas en una terraza a tomar algo y acercas la silla a la mesa, ya está, la zona de abajo no se suele desinfectar, luego te frotas el ojo y... contagiado. Creo que nos vamos a acabar infectando todos y si no tomamos conciencia del riesgo, esto va a ser un desastre». De hecho, «ya está volviendo», lamenta. Le sorprende que estén en funcionamiento algunos servicios de la ciudad, como las máquinas de la OTA donde todo el mundo toca todos los botones constantemente y restrinjan otros, como las duchas de la playa: «Es curioso. Yo tengo un vending y pedí a la policía que lo cerrase, no porque fuera un peligro para la salud pública sino porque no podía atender estando confinada».
No es la primera vez que esta donostiarra le ve las orejas al lobo. El pasado abril su padre y su madre, de 69 y 75 años respectivamente, también dieron positivo por Covid-19. «Serían de los primeros casos en Donostia», recuerda. «Por aquel entonces había muy poca información. Mi madre empezó con neumonía el 12 de marzo y luego, mi padre. Pasaban los días y cada vez estaban peor. Al final fuimos al ambulatorio y la PCR dio positiva».
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