Manel Monteagudo ha recibido gran atención mediática. En 1979 cayó desde una altura de seis metros y entró en coma. Su novia veló por él ... durante 35 años. Hasta que un día despertó. Afirma que «fue muy desagradable. Nunca pensé que podía estar en casa atendido por mi esposa»;. Le desconcertaba ver su cara envejecida cuando su vida se había detenido a los 22 años. Todo habría encajado con la ciencia si hubiese parado aquí. Pero siguió hablando y contó que durante el proceso vegetativo había tenido dos hijas. Sus vecinos declararon que lo veían en el bar y que acudió al funeral de su padre.
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Tras el revuelo, Manel reconoció que todo era una patraña.
¿Qué dice la Neurociencia? La conciencia es un tema apasionante. No tiene una sede encefálica concreta, aunque eminentes científicos hayan apuntado al claustro o a los microtúbulos neuronales. Todo indica que emerge de la actividad de una extensa red interconectada que incluye núcleos del tronco del encéfalo y del diencéfalo y áreas de la corteza cerebral. La lesión de algún componente de la red altera la conciencia de forma cuantitativa o cualitativa: su nivel o su contenido. El nivel de conciencia se define por la facilidad en despertar ante un estímulo. El contenido lo determina la existencia de actividad cerebral, manifestada por la capacidad de obedecer instrucciones, pensar o imaginar. Hay una gradación a cuyos extremos están el coma (no hay nivel ni contenido de conciencia) y el estado de alerta normal (como el suyo en este momento). Entre ambos se sitúan la anestesia, el sueño y algún tipo de crisis epiléptica. Cuando la conciencia se afecta tras un daño cerebral (traumatismo, ictus, infección), la escala de gradación entre el coma y la alerta pasa por el estado vegetativo (EV) y el estado de mínima conciencia (EMC). Una persona en EV está despierta, con los ojos abiertos y conserva la función cardiorespiratoria automática. No obstante, el daño de la corteza cerebral suele ser tan extenso que no existe contenido de conciencia y, además, trastorna gravemente la movilidad, el lenguaje y otras funciones. A diferencia del EV, en el EMC hay un cierto contenido de conciencia. La lesión no es tan severa y, en ocasiones, se producen súbitos despertares de duración y expresión variables. El pronóstico de ambas situaciones es diferente: es muy difícil revertir un EV y hay más posibilidades en el EMC. ¿Se pueden distinguir? Hay equipos especiales de electroencefalografía y de resonancia magnética funcional que identifican objetivamente el contenido de conciencia analizando la activación de áreas cerebrales mientras se ejecuta una acción o se piensa en algo.
Cuando se pide a personas con EMC que imaginen que juegan al tenis o pasean por su casa, se observa una activación de regiones cerebrales implicadas en el movimiento. Pero lo más importante y trascendente es que el cerebro de un tercio de personas en EV también muestra esa activación. Es decir, tienen cierto contenido de conciencia y tal vez quieran comunicar sus pensamientos y deseos y no puedan hacerlo por las graves deficiencias motoras. Esto tiene repercusiones médicas, éticas y legales, cambia el pronóstico y el plan de tratamiento: la posibilidad de transitar a un EMC es superior al 80%, lo cual supone una mejora, aunque las secuelas pueden ser incapacitantes.
Una situación especial, distinta del coma, es el síndrome de cautiverio. ¿Recuerdan a Noirtier de Villefort en 'El Conde de Montecristo' o al protagonista de 'Johnny cogió su fusil' o 'La escafandra y la mariposa'? En estos casos, una lesión en el tronco del encéfalo paraliza toda la musculatura voluntaria del cuerpo, excepto los músculos oculares. El nivel y el contenido de conciencia son plenos (la amplia red neuronal está intacta), pero quien lo sufre parece estar en coma porque no reacciona a estímulos ni responde a órdenes. En realidad, no puede hacerlo porque no puede moverse ni hablar.
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El movimiento de los ojos es su única vía de comunicación. Dumas describió a Villefort de modo realista y magistral: un cadáver con ojos vivos.
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