Plaza de Gipuzkoa

Claves

Guille Viglione

San Sebastián

Domingo, 19 de febrero 2023, 07:04

La página web me pidió que eligiera una contraseña y escribí seis cifras de forma automática. No había marcado ese número de teléfono desde 1979 ... y aún no me explico porque brilló en mi mente como un rótulo de neón. Ya nadie podría contestar al otro lado pero quizá ese acto impensado escondía el deseo inconsciente de telefonear a mi infancia.

Publicidad

Cada semana compro o me suscribo a algo que exige crear una nueva contraseña y, por ahora, no he sucumbido a las combinaciones aleatorias que me sugiere internet. Donde la máquina ve un trámite alfanumérico los humanos somos capaces de provocar pequeños destellos de creatividad. Un poema de una palabra, un apodo, las iniciales de una canción.

Las contraseñas pueden esconder algo más que un acceso a un lugar. Las pensamos para que sólo las recordemos nosotros y, a veces, se convierten en el último reducto donde conservar los secretos más íntimos. En una cita periódica con personas y momentos que no quieres olvidar. La clave de entrada al diario de una amiga mantiene viva a una hija que no llegó a nacer. El PIN de mi VISA celebra la fecha en que todo cambió. El cine donde conociste al primer amor. El apellido de la maestra que inspiró tu futuro. Cada uno hemos generado un dialecto propio hecho de símbolos, dígitos y siglas.

Muchas veces, el ordenador me advierte que la contraseña que he elegido es débil. Qué sabrá una máquina. No hay contraseña más fuerte que la que está conectada a una emoción.

Este contenido es exclusivo para suscriptores

Suscríbete los 2 primeros meses gratis

Publicidad