Cuando di la vuelta a España en Vespa, allá por 2006, tuve que decidir en qué sentido hacerlo. Me pareció que un vespista debía guiarse ... por el Véspero (es decir: el planeta Venus cuando brilla al atardecer, el que marca la víspera), así que salí en su busca hacia el oeste. Era una razón tan boba como cualquier otra. Pero resulta que a ese lucero del ocaso los griegos le decían Héspero; y a las tierras del extremo oeste, Hesperia; y quién sabe si de ahí Hispania: me cuadraba para el viaje. Todo viene de la raíz indoeuropea para nombrar el ocaso: wesperos, el west, el ouest, el oeste.
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En Finisterre me hizo gracia que el europeo que se dio cuenta de que había un nuevo continente hacia el oeste se apellidara precisamente Vespucio. Tras navegar por las costas de Venezuela y Brasil, Américo Vespucio escribió en 1502 al señor de Florencia para comunicarle su certeza de que aquello no era Asia, como creía Colón, sino «la cuarta parte de la Tierra», después de Europa, África y Asia. Al nuevo continente lo llamaron, en su honor, América. Una pena, porque con más sentido podían haberlo llamado Vespucia. Ahora tendríamos unos Estados Unidos de Vespucia, un deporte conocido como fútbol vespuciano, unas chaquetas elegantes a las que llamaríamos vespucianas, y en el caso de una hipertrofia del término tan amenazante como la actual, cuando pretende ser grande otra vez (!), recordaríamos la sencilla lección del ocaso: cuando el sol se pone por un lado, sale por el otro.
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