88 Gipuzkoas en una misma silla
DV ha recorrido durante casi dos años todos los municipios guipuzcoanos y el resultado es un mosaico que se aleja de cualquier tentación uniformizadora
H ay donostiarras que aseguran que más allá de la gasolinera del Infierno empieza el Goierri. Los vecinos de Debagoiena visitan al médico en Vitoria si el hospital de Arrasate no ofrece la especialidad que necesitan. Las gentes del país del Bidasoa van a su aire. Y los de Eibar, mucho más, solo faltaría. EL DIARIO VASCO, con motivo de su 90 aniversario, ha recorrido silla en mano los 88 municipios de Gipuzkoa y si algo ha dejado claro la aventura es que Gipuzkoa no hay más que una pero cada guipuzcoano es de su padre y de su madre. Nunca se había desmentido con tanta claridad el tópico ese que habla del 'carácter guipuzcoano', reducido a condición de ser mitológico.
El camino comenzó en febrero de 2024 en Abaltzisketa, donde Iñaki Gorostidi puso el primer punto para los siguientes 87 versos: «El Txindoki da paz: a quien lo sube y a todo Abaltzisketa». La montaña que anuncia la Sierra de Aralar sirve de brújula para no perder la orientación al recorrer de Gipuzkoa, una guía física y espiritual, porque en el Txindoki tiene una de sus moradas Mari.
Los 88 domingos en que la silla se ha plantado en cada uno de los municipios guipuzcoanos y en la última página de este periódico han dibujado una realidad diversa, que no se deja encasillar. Que el recorrido de Abaltzisketa a Zumarraga -última parada, hace siete días- no iba a ser lineal quedó claro desde el segundo día, cuando la silla se colocó en la plaza de Aduna y se sentó Bibi Tejeria: «Fui la primera mujer que llevó pantalones en Aduna».
«Subí y bajé el Hernio 150 veces en un año», contó Jon Aranberri en Aia, pero la silla también amarró en puerto. Mila Goikoetxea recordó que en Pasaia «se trabajaba mucho y se ganaba poco». Las vivencias, empresas, tribulaciones, sueños y realidades se han ido entremezclando en un mosaico libre, sin más orden que el alfabético. Un código que solo ha cobrado todo su significado tras despedirse en Zumarraga de Maixabel Arakama, que «de pequeña repartía la leche en mano».
Gipuzkoa se mueve
Al cerrar el círculo -figura geométrica mitológica por excelencia- ha quedado dibujado un nuevo bosquejo del territorio, mil años después de aquellas primeras palabras sobre Ipuscoa escritas en Altzo. Un mapa provisional porque Gipuzkoa se mueve, está viva. Si DV diera otra vuelta al territorio a partir de mañana, la foto sería distinta. Por fortuna.
Gipuzkoa se resiste a ser categorizada. La silla se abrió en Arrasate para escuchar a Jesusi Etxebarria: «Me aficioné al punk y al rock a los 50 años». Todos los acentos y las músicas del euskera también se escucharon a lo largo de las 88 últimas páginas. «Ttikitatik -Bidasoako hizkeraren moduan esana- ikasi nuen gizon eta andere pareko garela», dijo María Jesús Berrotaran desde lo alto de la calle Mayor de Hondarribia, donde desplegó su activismo feminista y popular desde tiempos en que esa palabra, activismo, ni siquiera existía.
No es igual la vida que se ve desde Hondarribia que la que se aprecia desde Lasarte-Oria, donde Jesús Mari Eguizabal rescata una palabra antigua: «Somos un pueblo voluntarioso». Así se va definiendo Gipuzkoa, que no es lo que uno piensa porque eso es quedarse corto.
Quién podría imaginar al entrar a Leintz-Gatzaga, que además de la Virgen de Dorleta, patrona de los ciclistas, uno podría encontrarse con esta frase de Marisa Bolinaga, en el puerto de Arlaban: «Qué hombre más majo es Julio Iglesias».
Patxi Zayas vino a aclarar que «Irun es una ciudad muy singular», por si había dudas. Desde la plaza Unzaga, Carmen Apellaniz, mujer adelantada a su tiempo, defendió las virtudes de otra ciudad única: «Eibar siempre ha sido tierra de acogida». La capital -pero solo desde 1854 porque antes lo fue Tolosa-, perdida en su laberinto, parece tener futuro, según Ane Eskisabel: «Donostia es cada vez más sus barrios».
La silla se plegó después de 88 semanas en Zumarraga. Y Maixabel Arakama cerraba la serie con una frase sobre su pueblo que es un diagnóstico colectivo. «Claro que ha cambiado. Antes era más tranquilo». Tiene razón, todo va mucho más rápido ahora. Un ordenador cuántico ya funciona en Donostia. Habrá que ir allí con la silla 89 y preguntarle a ver qué tal.
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