Ana María Ruiz de Gilarte
«Mucha gente se imagina un exilio dorado pero no fue así»Nació en México tras el exilio de su familia y con 15 años regresó a Tolosa
A Ana María de Izaskun Ruiz de Gilarte le brillan los ojos al recordarlo. «El día que Franco falleció muchos de nuestros exiliados ya habían muerto hacía años. Los más mayores incluso con la maleta preparada debajo de la cama para cumplir el sueño de regresar a casa. Pero, pese a las continuas crisis de salud que sufrió, el dictador aguantó con vida más tiempo que ellos. Por eso el 20 de noviembre de 1975 lo recuerdo con tristeza; ese día nos acordamos de los que no pudieron hacer realidad su anhelo de volver a Euskadi. Mi madre lloró muchísimo. Lloró durante días». Ruiz de Gilarte es una de las hijas del exilio vasco de la postguerra. Nació en México DF en 1947, pero vivió las horas de la muerte de Franco ya en Tolosa, la tierra que un día vio partir a su familia para emprender una nueva vida a miles de kilómetros en un lugar desconocido.
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Hoy, Ana María vive con una imagen en la cabeza; la de su madre, la escritora y periodista Cecilia G. de Guilarte, la única mujer que trabajó de corresponsal de guerra en el frente norte, y a la que define como alguien «valiente, inteligente, guapa, trabajadora y siempre delante de la máquina de escribir». Ana María nació en el exilio y a su vuelta vivió el desgarro que este produce. «Es que mucha gente imagina un exilio dorado, pero no es así. Mi madre nunca quiso marcharse de casa», confiesa con su peculiar acento mitad mexicano, mitad tolosarra en su casa de Ibarra, rodeada de cientos de fotos familiares en México y de cuadros de colores vivos pintados por ella.
Habla de sus primeros años y reconoce que a pesar de haber nacido allí, siempre fue 'la española', y muchas niñas le bailaban sevillanas al verle pasar. «Yo veía y sentía que éramos diferentes: Hablábamos distinto, vestíamos con colores oscuros, mientras allí era una explosión de color. ¡Y la comida! Hacíamos una vez a la semana recetas mexicanas, pero el resto eran españolas», rememora con una sonrisa. Pero a ella nunca le importó «ser distinta». Porque aquí también lo fue. Y no le quedó más que remedio que acostumbrarse.
Cuando a los 15 años, en 1961, pudo regresar a Tolosa - dos años antes que el resto de su familia-, y se instaló en casa de sus aitonas, vivió lo mismo. Para ella era un mundo nuevo, que nada tenía que ver con la tierra de la que venía. Entonces era la 'mexicana'. «¡Fui la primera extranjera en Tolosa!», afirma. Pero no todo fue coser y cantar. «Vivía contenta con mi abuela, pero todo era muy diferente...». Pasé de un país 'moderno' a otro mucho más atrasado y eso se notaba en todo, «estábamos a años luz. Allí hacía calor y todo era luz, y aquí no me quitaba el frío y la vida era gris, en blanco y negro». Ana Mari ya se maquillaba y vestía algo más atrevida, por lo que la madre de alguna amiga no le dejaba pasear con ella. «No me dolían tanto esas cosas porque en el fondo las entendía. Eran modos de vida que no tenían nada que ver».
Con apenas 18 años, la madre de Ana María llegó a Madrid y trabajó para la revista Estampa. Lo que Cecilia no sabía es que a los pocos meses ya estaría escribiendo crónicas de guerra desde el frente norte. Crónicas contra el régimen de Franco, «pero elegantes y respetuosas. Nunca se sintió infravalorada por ser mujer», apostilla. Corría el año 1935, en vísperas de la Guerra Civil.
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Antes de que Ana María naciera, su familia era ya experta en hacer maletas... a Perpiñán, a Biarritz, a Narbona, pero llegó un momento en que tuvieron que poner tierra de por medio. Eran republicanos. Rojos y vascos. Les ofrecieron un barco para salir de España, iban a entrar los alemanes y nadie se hacía cargo de la gente. «Casi les mandaron, porque mi madre nunca se quiso ir», lamenta. Zarparon rumbo a Centroamérica en el barco 'Cuba', pero terminaron en Veracruz y al poco se instalaron en un rancho del desierto de Altar, próximo al de Arizona.
Su madre llegó a México con 25 años, casada y con una hija, Marina. Allí nacieron las otras dos, Esther -que también vive en Tolosa- y ella. Su padre llegó algo más tarde. «Mis aitas se conocieron en el frontón de Tolosa, y desde entonces estuvieron juntos, aunque por su trabajo mi padre pasaba temporadas fuera», señala. Fue su madre la que, en principio, sacó a la familia adelante. «Se dedicó a la actividad cultural desde el primer día y nunca tuvo que pedir trabajo, venían a buscarle. Fue profesora de la Universidad de Sonora, e impartió Historia del Arte», relata Ana María, que cuando nació su familia ya vivía en México DF. Y allí fue feliz.
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-¿Hablaban en casa de la situación política de España?
-Yo era pequeña pero sí recuerdo a los mayores comentando lo mal que estaba España. Por eso, mi madre mandaba medias para vender, café, azúcar... No éramos ricos, ni mucho menos, pero tampoco pasamos estrecheces.
Dos años después de que Ana María llegara a Euskadi, un accidente de coche que dejó a su madre muy grave, precipitó el viaje de vuelta. La familia se encontró en España, en Ibarra, con una realidad muy dura. Peor de lo que esperaban. Pero volvieron a estar todos juntos. Era el verano de 1963.
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