Han pasado nada más y nada menos que casi 100 años desde aquella poética descripción de George Mallory a su regreso de la expedición de ... reconocimiento al Everest en 1921 –«Es como un prodigioso diente blanco emergiendo de la mandíbula del mundo»–, a la declaración de Juanito Oiarzabal de hace unos días acerca de la gran cantidad de gente que va al techo del mundo –«Ha perdido su identidad y es un negocio masificado»–. Como se puede comprobar, no tienen nada en común. Porque las cosas cambian.
Como tampoco tiene nada que ver la ascensión de la expedición vasca de 1980 al Everest con la masificación en el techo del mundo desde hace una docena de años. Por ello ha perdido todo el encanto, toda connotación aventurera. La han despojado de su interés alpinístico, así como de su interés deportivo. Obviamente, la gente sigue yendo al techo del mundo, pero es exclusivamente un reto personal, para nada deportivo.
Desde la primera ascensión en 1953 protagonizada por el sherpa Tensing Norgay y Edmund Hillary, a la de 1980 a cargo de Martin Zabaleta y Pasang Temba, 107 hombres subieron a la cima del Everest, Martin fue el número 108… Y desde 1980 a 2020, a día de hoy, cuarenta años después hay registradas 5.780 ascensiones de diferentes personas.
Aquellos tiempos, hace 40 años, cuando todavía se creía en el romanticismo del alpinismo, no tienen nada que ver con los de ahora. Las cosas cambian. Por ello, hace 40 años Felipe Uriarte hizo una poética y romántica descripción del Everest, del que acaba de regresar con la cima titulando el libro que habla de esta histórica ascensión: «Oscura cabeza humeante».
No cabe duda de que desde entonces las cosas han cambiado. Pero también es cierto que, aunque las cosas cambien por completo, el Everest seguirá siendo siempre el Everest.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión