Manden al carajo a quienes les digan que es el retrato de una mujer que padece depresión postparto. Mejor aún, crúcenles la cara. Por simplones. ... Por reduccionistas.
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Está basada en una novela salvaje, desquiciada, desbocada, incluso casi más peligrosa que la película, hermosamente paranoica, que ha originado. El libro es 'Matate amor' de Ariana Harwicz, otra de las reinas más acuciantes y provocadoras de la literatura argentina. Por supuesto, no busquen ninguna explicación psicoanalítica a lo que está sucediendo.
Es lo que hay. Vale, Grace ha parido recién y no parece que eso le entusiasme pero ya estaba antes al borde o en el centro de todos los abismos. Dislocada. Probablemente (mejor aún, sin duda) con razón. Y por muchas otras razones más allá de que el bebé se la traiga al pairo. Más le sugestiona ese motorista que recuerda a aquel Pepe el Romano de Lorca.
Reduccionista es decir que esta indomable, irrefrenable película en la que nos reencontramos ,¡oh gracias! con Sissy Spacek 50 años después de 'Carrie', va del malestar que tan desoladoramente describiese Rachel Cusk en 'Un trabajo para toda la vida', título, que la arrastró, como a Ariana por el suyo, a juicios de Dios incoados por gente que de tan bienpensante ha mucho que ha dejado de pensar.
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El desquiciamiento de Grace viene de atrás y va hacia delante. Es primario e infinito. Ariana, Jennifer, la directora, su coguionista lo saben y le sueltan las riendas.
Vital, literaria y cinematográficamente desbordada, acosada por todo, el deseo incluido, habita una película feroz (dios, qué diseño sonoro más excelsamente desquiciante...), acelerada más allá de los límites, sin retorno posible, que no tiene nada que ver con haber parido sino con haber nacido y estar viva.
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