Un viaje por los cuadros de Sorolla

El célebre pintor valenciano retrató paisajes de San Sebastián, Zarautz y Biarritz

Paula Dalla Fontana

San Sebastián

Domingo, 10 de agosto 2025, 07:37

«Aquí, para darse a conocer y ganar medallas, hay que hacer muertos», le dijo un joven Joaquín Sorolla a un colega, luego de obtener su primer reconocimiento por una obra histórica que ilustraba el levantamiento del Dos de Mayo en Madrid. Esa pintura fue el punto de partida para un artista que luego se aferró al costumbrismo y a los paisajes marinos.

Aunque es conocido como el «maestro de la luz» mediterránea, a Sorolla también lo cautivó el Cantábrico. El artista veraneó muchas veces en el País Vasco, tiñendo sus lienzos con los paisajes guipuzcoanos, como el paseo marítimo de San Sebastián y las playas de Zarautz y Biarritz. Es un exponente del Luminismo y una figura clave en la historia del arte español. Hoy viajaremos de la mano de un pincel virtuoso y expresivo por los lugares que lo inspiraron

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Si bien es conocido por el Luminismo, su obra madura también fue catalogada como impresionista. Ambas corrientes artísticas, aunque diferentes entre sí, comparten una obsesión: capturar los efectos de la luz y su incidencia sobre objetos, personas y lugares.

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Ese verano, la familia Sorolla veraneó en Jávea, y el pintor capturó con naturalidad un momento de juego entre rocas y mar. En primer plano aparece su hija menor, Elena, caminando hacia su madre y su hermana mayor, quienes chapotean entre el resplandor del agua, desdibujadas por la luz. El mar se muestra juguetón, protagonista por el movimiento y los matices. Además, refleja el sol con un blanco luminoso. Sorolla empleó pinceladas sueltas y una paleta cálida, lo que refuerza el carácter jovial y estival de la escena. Los brillos, los contrastes cromáticos y la humedad visible sobre cuerpos y superficies confirman el virtuosismo del pintor.

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Una mujer —para algunos, su esposa; para otros, su hija María— sentada en la arena y sosteniendo una cámara Kodak es la escena que Sorolla capturó en esta obra. La pincelada rápida se corresponde con el título de la pintura y con su encuadre íntimo y espontáneo, lo que genera un universo conceptual armonioso. El artista retrató una playa de Biarritz de forma abierta y luminosa, con pocas figuras y apenas movimiento en una atmósfera tranquila y natural.

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Un verano en la costa vasca fue la inspiración de esta obra donde, una vez más, su esposa e hijos se convirtieron en sus musas. La luz, en esta ocasión, se ve tamizada por un toldo playero que permanece invisible al espectador.

La familia Sorolla aparece con trajes elegantes, reflejo del fenómeno burgués que popularizó el turismo en las costas del norte español durante el principio del XX. El artista demuestra, como es habitual en su obra, un dominio magistral del color blanco en los vestidos familiares y en los juegos lumínicos, contrastándolo con los ocres de la arena y las tonalidades doradas del entorno.

Sus pinceladas, despreocupadas pero cargadas de intención, otorgan mayor definición a las figuras del primer plano mientras difuminan a los niños que juguetean al fondo. La temática es social y costumbrista, común en su producción, pero con un toque refinado.

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En esta ocasión, Sorolla trabajó bajo una luz distinta a la de su Valencia natal: la nubosidad de la costa vasca filtra y transforma su característico tratamiento del blanco. Sin embargo, este color mantiene protagonismo, desplegándose en las nubes plomizas y en la espuma de las olas que, alborotadas por el oleaje, deslumbran a las figuras del primer plano.

Esta pintura forma parte de una seguidilla en la que el artista inmortalizó el paseo marítimo de San Sebastián. La paleta de colores se modifica para evocar la atmósfera tormentosa del norte, tiñendo las aguas de grises verdosos que contrastan con la luminosidad mediterránea de sus obras anteriores.

La pintura también difiere en la actitud de los personajes: mientras que en sus escenas valencianas la gente se integra en el mar formando parte casi natural del mismo, en las composiciones vascas los protagonistas adoptan el papel de espectadores, contemplando el océano como si fuese un espectáculo.

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Durante los veranos de 1916 y 1917, el artista se instaló con su familia en la «Villa Sorolla», una casa situada en la falda del Monte Igueldo, donde no dejó de pintar la costa vasca. Esta obra es parte de una serie de pinturas de formato pequeño, casi todas retratando la playa de San Sebastián.

Sorolla recurre otra vez a una paleta grisácea para el cielo nuboso y verdosa para un mar al que no atraviesa la luz directa. En primer plano aparecen unas figuras con vestidos elegantes que observan el mar y, al fondo, el monte y un cielo levemente ennegrecido. El paisaje se siente monumental frente a las figuras humanas, vagas y pequeñas. Además, Sorolla captó la modernidad donostiarra que hoy sigue definiendo la ciudad.

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