«Un título de la Universidad de Oñati abría muchas puertas en la Corte»
José Antonio Azpiazu analiza en su última obra la repercusión social de la única institución de enseñanza superior que hubo en el País Vasco hasta el siglo XIX
La Universidad Sancti Spiritus de Oñati, que durante más de tres siglos fue la única institución de enseñanza superior que existió en el País Vasco, ... moldeó a lo largo de su existencia a miles de estudiantes que ocuparon luego algunos de los puestos más destacados en el escalafón de la administración española. El historiador legazpiarra José Antonio Azpiazu ha dedicado su última obra a un centro académico que permaneció activo entre los siglos XVI y XX y que es a su juicio una de las instituciones menos conocidas si se tiene en cuenta el importante papel que desempeñó a lo largo de ese tiempo. «Un título de la Universidad de Oñati abría muchas puertas en la Corte», afirma el autor.
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La aproximación de Azpiazu a la Universidad de Oñati tiene un enfoque más social que estrictamente académico. «Me interesaba sobre todo estudiar la repercusión que tuvo el centro tanto en la localidad de Oñati como en su entorno geográfico más cercano», dice el historiador, que recuerda que otros colegas suyos como Rosa Ayerbe o Iñaki Zumalde han realizado trabajos que han puesto el foco en la vertiente más académica de la institución. «Lo que he intentado es acercarme a lo que supuso para una población como Oñati tener una población estudiantil estable durante más de tres siglos», acota.
La creación de la universidad fue un empeño personal del obispo Rodrigo Mercado de Zuazola, natural de Oñati y uno de los hombres más poderosos de la Corte de Carlos V. «Su afán fue que Oñati contase con una universidad y a ello dedicó todos los recursos económicos que había reunido en su exitosa carrera profesional». Azpiazu calcula que el eclesiástico invirtió en el centro la totalidad de su fortuna personal, unos 50.000 ducados. «Era una enorme cantidad de dinero para la época, el equivalente a varios millones de euros de hoy en día, y eso permitió contratar a los mejores artistas y artesanos de aquel tiempo para la realización del edificio».
Las claves
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Empeño. El obispo oñatiarra que la fundó en 1540 invirtió toda su fortuna, 50.000 ducados, en la universidad
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Competitiva. Oñati era más barata que otras universidades y los estudiantes estaban sujetos a un mayor control
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Prosperidad. La localidad se benefició durante más de tres siglos de los ingresos que dejaban los universitarios
Mercado de Zuazola fue un visionario que consiguió dotar a Oñati del rango de ciudad universitaria que tenían poblaciones de mucho mayor tamaño como Salamanca, Valladolid o Zaragoza. «Desde su fundación en 1540 fue no solo la única universidad del País Vasco y Navarra, sino también del norte de España». Oñati tenía por entonces una población de unos 5.000 habitantes. Era una localidad de tamaño medio si se comparaba con las de su entorno -San Sebastián apenas sumaba 6.000 vecinos en el siglo XVI-, pero muy alejada de las cifras de otras ciudades universitarias. «Su tamaño -apunta Azpiazu- fue precisamente lo que hizo que la Universidad de Oñati resultase competitiva: no solo los estudios resultaban más baratos que en el resto de las universidades, sino que además controlar el comportamiento de los estudiantes era mucho más sencillo».
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Rondas nocturnas
En la vida de los universitarios, al fin y al cabo una minoría privilegiada vinculada a las familias más poderosas, solían ser frecuentes los excesos. En la literatura del Siglo de Oro español abundan las referencias a las muchas licencias que se tomaban los estudiantes de enseñanzas superiores en las ciudades con tradición universitaria. «Oñati competía también con ventaja en este terreno porque al ser una población pequeña las posibilidades de rebasar determinados límites estaban más acotadas. El rector vigilaba las posadas donde se alojaban los estudiantes y realizaba rondas nocturnas para obligarles a que se retirasen a sus aposentos».
Ese factor, añade el historiador, hizo que no pocas familias optasen por enviar a sus retoños a Oñati en lugar de a otras universidades españolas. «He encontrado muchas referencias de familias de apellidos vascos que tenían puestos de relevancia en América que mandaban a sus descendientes a Oñati buscando esa seguridad que no se daba en otras ciudades universitarias».
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La obra
Historia social de la Universidad Sancti Spiritus de Oñati
Autor: José Antonio Azpiazu
Editorial: Kutxa
Precio: 19 euros
Durante sus dos primeros siglos de actividad, la Universidad de Oñati no llegó a competir con otro centros universitarios en lo que a volumen de alumnos se refiere. Sin embargo, durante el siglo XVIII y las primeras décadas del XIX llegó a sumar hasta 600 alumnos y se equiparó en tamaño con otras universidades de la península. «Estamos hablando de 600 universitarios en una población de 5.000 vecinos, la Universidad de Oñati era una especie de república dentro del pueblo». El centro académico se convirtió de hecho en una de las principales fuentes de recursos de la población. «Era una fábrica sin humos que trajo prosperidad a Oñati y contribuyó a su desarrollo económico durante muchas décadas. El hospedaje, la manutención de los alumnos o la venta de libros y de ropa representaban una oportunidad de negocio que benefició de una u otra forma a todas las familias».
Azpiazu ha encontrado en su trabajo de investigación incluso referencias a la alimentación de la población estudiantil. «El vino venía de Navarra y La Rioja, y el pescado de las poblaciones de la costa. La matanza del cerdo era una fecha señalada, lo mismo que el cacao que se traía de las Indias, que llegó a tener mucho protagonismo en Oñati». La presencia de los universitarios generó así una industria que benefició a la población durante más de tres siglos. «Cuando la Universidad se cierra definitivamente en 1901 Oñati sufrió una auténtica deba-cle económica de la que tardó en recuperarse», apunta el historiador.
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Oñati no tuvo nada que envidiar a otras universidades en lo que a prestigio académico se refiere. «De sus aulas salieron personajes que luego ocuparon destacados cargos en la administración de los Austrias», indica Azpiazu, que cita el caso de Esteban de Garibay, hombre de confianza y cronista de Felipe II, que se reivindicó como alumno de Oñati a pesar de que su nombre no ha sido hallado en los archivos de la universidad. «Oñati fue uno de los principales viveros de las élites de los reinados de los Austrias. Las familias vascas con más recursos no dudaban en sacrificarse para que sus hijos estudiasen allí porque eran conscientes de que la hidalguía de los nacidos en el País Vasco y la titulación en la universidad eran credenciales que les abrirían todas las puertas tanto en la Corte como en las Américas».
El dominio del latín, la 'selectividad' de la época
En un sociedad con tasas de alfabetización residuales -la mayoría de la población europea fue analfabeta hasta bien entrado el siglo XIX-, quienes tenían acceso a la universidad representaban una exigua minoría. «Los estudios superiores estaban reservados a los descendientes de las familias más acaudaladas», confirma el historiador José Antonio Azpiazu. Costear la educación universitaria de un hijo, que en ocasiones podía prolongarse hasta una década, representaba una fortuna que solo estaba al alcance de los más pudientes. Durante sus primeros años de actividad la Universidad de Oñati recibió sobre todo estudiantes procedentes del resto de la península. «Hay constancia de alumnos que vinieron incluso de Canarias, por no hablar de los que enviaban algunas familias asentadas en América». Con el paso del tiempo la mayoría de los universitarios procedían del País Vasco, Navarra y el resto del norte de España, sobre todo Burgos y Santander. Los alumnos debían acreditar para su admisión el conocimiento del latín en una prueba que podría ser el equivalente a la selectividad que conocemos hoy.
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