Ya fueron los mejores, ahora son los únicos: Loquillo regresa al Kursaal
El cantante barcelonés afincado en Donostia cierra este viernes la gira de presentación de su último disco, 'Diario de una tregua'
Algo más de un lustro después de reventar las costuras del Kursaal, con una pandemia mundial y un aplazamiento de fechas entremedio, Loquillo ... regresa el viernes al recinto donostiarra para cerrar la gira de presentación de 'Diario de una tregua'. Y aunque todo apunta a que esta vez no llenará el aforo, el dato habrá que consignarlo más a los cambios de hábitos del público que al propio cantante, del que se le podrán decir muchas cosas, excepto que en medio de los cambios ha conservado una fidelidad a sí mismo. Lo cual ya no se sabe si es una virtud o una limitación, ni si da ya un poco igual.
Publicidad
Si ya de normal cuatro décadas de carrera dan para mucho, cuando uno ha ido a calzón quitado, la cosa se desborda. La historia de este hombre se puede contar de tantas maneras que cada cuál podrá montarse la que más encaje con sus juicios y prejuicios. Y probablemente, todas tendrán su parte de verdad, pero es casi seguro que resultarán falsas por incompletas.
Deconstruir en 2022 a Loquillo se antoja ya una tarea ociosa y no obstante, allá vamos: un personaje excesivo, con una discografía tan enorme como irregular, y tendencia a las declaraciones sentenciosas. Provocador, contradictorio, con frecuencia bocazas y siempre beligerante, es probable que todo eso haya sido la máscara de un gran tímido lleno de inseguridades.
Espíritu estajanovista
No especialmente dotado ni como cantante, ni como compositor, ni en el innoble arte de las relaciones públicas, estamos ante un animal de la interpretación –fuera y dentro del escenario–. A martillazos y también a base de estajanovismo laboral, se ha construido un personaje y si de ahí nunca se apeó. ahora ya sería incluso demasiado tarde. Dicho lo cual y con todas las apuestas en contra, sigue en pie allí donde el resto cayeron.
Publicidad
Ha atravesado los últimos cuarenta años de la escena musical española, tiempo suficiente para disfrutar de lo más alto y de padecer los rigores del subsuelo de la industria, pero allí donde la inmensa mayoría de sus coetáneos sucumbió en algún momento, José María Sanz ha porfiado. Un superviviente a costa de lo que sea, vaya.
Original del barrio barcelonés del Clot, en algunas erráticas fases de su carrera pudo transmitir la sensación de que no sabía hacia dónde tirar, pero lo que siempre estuvo fuera de toda discusión es que iba a seguir tirando. Como dijo alguien, del barrio obrero aprendió que por nada del mundo quería regresar. Hace treinta años dedicó 'La vida por delante' a «todos aquéllos que se pasan la vida escapando» y si eso no es la declaración de intenciones más sincera de su carrera, que baje Elvis y lo vea.
Publicidad
Loquillo ha combinado una doble especialidad. Por un lado, meterse en callejones sin salida y, a la vez, encontrar siempre la forma de escapar por la avenida principal. Por otro, rodearse de gente talentosa. Lo cual nos lleva a la siguiente paradoja: frente a su cultivada imagen de hombre del negocio de vuelta de todo y resabiado, pasma la de veces que representantes, promotores y todo tipo de impostores de la industria se la jugaron. Hasta cierto punto resulta normal en alguien empeñado en sacar adelante su carrera como si viviera dentro de una película de Jean-Pierre Melville al que le ha costado asumir que no todo el mundo se maneja dentro de sus mismos códigos.
Musicalmente, se puede contar la historia reciente de este país a través de la del propio 'Loco'. Contra toda probabilidad, estuvo en el epicentro de 'La movida' madrileña aún viniendo de Barcelona, se ha aliado primero y peleado después con media industria musical española, se mostró sorprendentemente voluble a las absurdas críticas que de repente suscitó 'La mataré', fue 'cancelado' cuando reinaba la omertá sobre lo cancelado –el episodio de 'Los ojos vendados', tema sobre las torturas policiales que escribió al poco de instalarse en Euskadi–.
Publicidad
Por su cara han pasado el punk, el pop, los modernos, La movida, el indie y lo que sea que esté sonando ahora, bajo el petulante nombre de 'músicas urbanas'. No es que haya sobrevivido a todas esas, es que cuando lo ha considerado oportuno ha succionado lo que ha considerado oportuno, antes de dejarlas pasar.
Sus permanentes ganas de camorra han trascendido más que otros rasgos de su personalidad: ahí está su infatigable generosidad a la hora de reivindicar a los pioneros del rock and roll en español –de Los Sírex a los Burning– y eso también lo distingue de todos los demás. Y no sólo respecto a los pioneros, también a sus contemporáneos, como certificó en su 'Hermanos de sangre'.
Publicidad
En tiempos de pregrabados
El viernes regresa al Kursaal con su no especialmente memorable 'Diario de una tregua' que, con todo, atesora algunas estupendas canciones. Ahí está esa 'Historia de dos ciudades'. Viene acompañado de una banda que funciona como una apisonadora sónica, este vez, en tiempos en los que triunfan los pregrabados, quién lo iba a decir no hace tanto tiempo. Quizás ya no sean los mejores, pero se han convertido en los únicos, tras un combate ganado por abandono de los rivales. El inmortal 'Cadillac solitario' de su repertorio ha acabo convertido en autorretrato: un modelo antiguo de línea clásica estacionado en una carretera poco transitada.
En cualquier caso, el chico del Clot ya está en otras cosas. Su siguiente disco, si las cosas no se tuercen, ya está grabado. Se trata de la musicalización del poemario 'Europa' de Julio Martínez Mesanza, una aproximación épica a la historia del continente que ya levantó ampollas y recogió lectores incondicionales. Lo que ni se vislumbra, si la salud respeta, es el final de esta escapada.
Suscríbete los 2 primeros meses gratis
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión