La maja desnuda de Goia: Donostia y sus alcaldes
Soy un Tribulete veterano: les he visto aterrizar, y cambiar, en esa escuela de tolerancia que es la alcaldía. Jon Insausti llega a una ciudad saturada de sí misma / Yo fui figurante en Maspalomas (y un elogio de Rebor)
Llegó como el alcalde del sentido común, con 'seny 'guipuzcoano, y deja una ciudad que parece saturada de sí misma, a punto de 'morir de ... éxito': sus habitantes seguimos pensando que «como esto, no hay», pero se expande un cansancio por las viviendas caras, el exceso de turismo, un tráfico no explicado, psicosis de inseguridad. Son problemas comunes a todas las ciudades, pero la que importa es la nuestra. ¿Qué piensan de la gestión de Eneko Goia? ¿Su Donostia queda como una maja desnuda o luce como una maja vestida?
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Soy un Tribulete veterano y he tratado a todos los alcaldes donostiarras de la democracia, incluido aquel Ramón Jaúregui que presidió con apenas 30 años la Gestora municipal que lideró con entusiasmo la transición de los ayuntamientos franquistas a la democracia. Jesús Mari Alkain fue el hombre entrañable que se encontró un Ayuntamiento sin medios, con todo por hacer, en durísimos años de plomo. Ramón Labayen se movió entre sus sus sueños monegascos y una ciudad aún en guerra: a los periodistas municipales nos regalaba cada mediodía en su despacho ratos divertidos de los que siempre salían titulares. Con Xabier Albistur llegó la modernización del Ayuntamiento por dentro y las bases del cambio de la ciudad. Después vendría la larga era del odonismo: el Odón Elorza de las primeras legislaturas trajo aire fresco y valiente que se salía de los corsés del partidismo. Le sobró al menos un mandato: en contra de lo que decía Baudelaire, nadie puede ser sublime todo el tiempo sin interrupción.
Juan Karlos Izagirre aterrizó en la alcaldía para sorpresa de todos, incluido él mismo. El líder que defendía la independencia de Igeldo asumía el mando de la ciudad de la que quería separarse, como si Puigdemont tomara un día las riendas de La Moncloa. El problema no es que hiciera de Donostia una república socialista, que hubiese sido al menos sociológicamente interesante: es que costó arrancar. Sí hubo un cambio del Izagirre del principio al del final, como el de todos los alcaldes: la alcaldía es una escuela de tolerancia que obliga a abrir miradas e ideas, porque gestiona la vida de verdad, que es plural y diversa.
Ocurrió con Goia: llegó como un hombre de partido y termina más 'transversal'. A su gestión le ha faltado más 'discurso' que vistiera y explicara mejor su acción. Introdujo cambios duros en el tráfico que podían haber esperado a la puesta en marcha del Metro-Topo, la obra interminable; sufrió un 'boom' del turismo, como tantos otros sitios, que merecía algún gesto de complicidad con los vecinos invadidos, lo mismo que en la crisis de la vivienda, donde al menos sí se han puesto en marcha operaciones importantes. También han faltado guiños hacia la protección de espacios o edificios históricos.
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Pero no vengo a criticar: ser veterano también te hace tolerante, como la alcaldía. Yo quería elogiar a la persona, que es la queda. En su talante Goia ha sido un hombre cordial y buen encajador de críticas, y en su vida privada, de foma discreta y sin focos, es un tipo implicado y solidario. Le sucede Jon Insausti: aún parece más joven que sus 36 años. Cuando llegó a edil, en pantalón corto, alguien le confundió con el hijo de Goia. Pronto veremos si es también hijo político o se emancipa. La batalla de Donostia de las próximas municipales se intuye apasionante.
Leer el periódico en Maspalomas
Dice la psicóloga Ana Merlino que ser amable es una forma de hacer hoy la revolución. Los directores de Moriarti, Jose Mari Goenaga, Aitor Arregi y Jon Garaño, tienen talento para el cine, como queda demostrado, pero también un talante que les lleva a caer bien a todo el mundo. Generan buen clima en la vida y en los rodajes, y eso se nota luego en la pantalla.
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Desde hace años soy uno de sus amigos con 'cameo' en sus películas. A veces fue muy divertido, como en 'Handia' o 'Balenciaga', donde debías vertirte de época. En 'Marco' tuve el privilegio de ver mientras se rodaba el enorme trabajo de Eduard Fernández que luego e daría el Goya.
Una mañana del pasado diciembre fui convocado en Gros para mi 'papel' en el rodaje de 'Maspalomas'. Los directores Goenaga y Arregi, con Telmo Esnal como eficaz organizador, me ordenaron que me sentara en un banco a leer el periódico mientras Jose Ramon Soroiz paseaba detrás de un perro. «¿Sabrás leer el periódico y no hacer nada más?», me preguntaron. «Leer periódicos, y escribirlos, es casi lo único que he hecho en mi vida», respondí. El resultado es un plano de apenas un par de segundos (para el próximo proyecto pido papel con frase). Lo importante es 'Maspalomas', ese filme valiente con un Soroiz en estado de gracia: el gran tímido y querido de la escena vasca se viene arriba.
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Es la resaca del Zinemaldia, el penúltimo con José Luis Rebordinos. Ya pueden activar las instituciones el proceso para una transición tranquila. Encontrar un sucesor para la gestión quizás sea sencillo; lo complicado será un director con su talante. El secreto de Rebor es su empatía y la capacidad de caer bien a izquierdas y derechas, creadores y multinacionales, locales y japoneses.
mezquiaga@diariovasco.com
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