El arte es algo que no tiene por qué entenderse. Su función, si la hay, es quizá más sensitiva: remover, sorprender, producir placer o rechazo... ... Por eso no hay que buscar comprensión en el espectáculo que ofreció el lunes Bachcelona Consort junto a las personales proyecciones de Bruno Delgado. Fue una propuesta que, con intención o sin ella, pudo entusiasmar, dejar indiferencia o recibirse como algo inconexo, pero eso sí, contó con una notable calidad musical.
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Con la iglesia del museo San Telmo llena y a oscuras, el público encontró dos pantallas situadas a distintas alturas tras las que se situaron los cuatro cantantes de la Salvat Beca Bach y los cinco instrumentistas de Bachcelona Consort: dos violines, viola, violonchelo y clave. En una especie de teatro de sombras, siempre en color rojo, se pudieron adivinar los movimientos de los músicos al tocar, a veces superpuestos en las dos pantallas. Fue una constante mientras sonaba la música. En los cambios de solistas, entre piezas e incluso en algún momento del concierto, se proyectaron imágenes curiosas, desde manos acariciando un jabón, manejando una moneda o algún artilugio, hasta nubes, paisajes, letreros o libros con las letras del revés.
Mención aparte merecen los intérpretes. Las partes instrumentales, como el 'Adagio BWV 593' de Bach/Vivaldi permitieron disfrutar de un conjunto sólido que mostró articulaciones marcadas y claras. Los cantantes también brillaron, tanto en sus intervenciones a solo como en los dúos -el de la soprano Maëlys Robinne y la mezzo Eulàlia Fantova en 'Nimm mich mir und gib mich dir' o el del tenor Matthew Thomson y el bajo Noé Chapolard en 'Jesus soll mein alles sein'-, así como en los coros interpretados solo por los cuatro.
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