«Ahora resulta necesario protestar y, si es posible, resistir ante la nueva política en Estados Unidos»
Marc Ribot es uno de los tres artistas galardonados con el Premio Jazzaldia; actuará con sus tres formaciones en tres días y presenta Ceramic Dog, su propuesta más gamberra
Marc Ribot llegó a la guitarra casi por accidente, pero desde entonces no ha dejado de retarla con una forma de entender el instrumento tan ... personal como indomesticable. En sus primeros años, se pasaba horas trasteando con una guitarra prestada, buscando sonidos que nadie más parecía oír. Más que aprender notas, se dedicaba a escuchar el ruido que podía sacar de ella. Esa curiosidad insaciable lo llevó a cruzar géneros, mezclando lo más salvaje del punk con la libertad del jazz y la sutileza de la música cubana, sin perder nunca ese carácter irreverente y personal que lo ha convertido en una leyenda underground. Un tipo que prefiere el ruido incómodo, ese que obliga a escuchar de nuevo.
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Ribot no toca la guitarra, la desafía, y le arranca sonidos ásperos, rasga silencios tensos y, cuando quiere, la suaviza con melodías que funcionan como pequeñas treguas. Inclasificable y feroz, para algunos es uno de los mejores guitarristas del mundo. Para otros, un francotirador del sonido.
Lo cierto es que nadie suena como él, y eso explica por qué Tom Waits, Elvis Costello, Robert Plant o John Zorn lo reclutan cuando buscan algo más que un buen músico: buscan a Ribot. Con Ceramic Dog —su trío más salvaje y personal— escupe un repertorio feroz donde el rock, el free jazz, el son cubano y el post-punk conviven en un mismo campo de batalla. Esa versatilidad lo ha convertido en un referente imprescindible para artistas que buscan salir de los caminos trillados.
En la 60ª edición del Festival de Jazz de San Sebastián, Ribot será reconocido con el Premio Donostiako Jazzaldia, que compartirá con Dee Dee Bridgewater y Bill Bruford. Aprovecha la ocasión para repasar su trayectoria de casi cinco décadas con la mordacidad que lo caracteriza, bromeando con que su último disco con Ceramic Dog —su trío más salvaje y libre—demuestra que todavía se pueden enseñar «trucos nuevos a perros viejos de cerámica».
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Se presentará en sus tres vertientes actuales durante tres citas: el viernes con Hurry Red Telephone en la Plaza de la Trinidad; el sábado en solitario en el claustro de San Telmo; y el domingo con su proyecto más rodado, Ceramic Dog, en el Teatro Victoria Eugenia.
El de Nueva Jersey se encuentra inmerso en la gira de presentación de los tres proyectos. Con Hurry Red Telephone, su cuarteto, ya ha pasado por ciudades europeas como Londres, Rotterdam, Hamburgo y Lublin, mientras que su gira en solitario continúa con la promoción de 'Map of a Blue City', su álbum editado a finales de mayo y con más fechas previstas a partir de septiembre tras su parada en San Sebastián. Además, está girando con Ceramic Dog como parte de la promoción de 'Connection', publicado en julio de hace dos años. La banda recorre festivales y salas en Norteamérica y Europa dentro de la llamada Connection Tour.
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Ceramic Dog no es sino una extensión natural de esa inquietud: un espacio donde Ribot y sus compañeros exploran sin límites, mezclando géneros y construyendo un lenguaje propio donde la urgencia política y la experimentación sonora van de la mano.
Aunque el centro de gravedad de su carrera actual es Ceramic Dog, Ribot mantiene vivos otros dos frentes igual de exigentes. En solitario, continúa explorando los márgenes del silencio, donde su guitarra suena frágil, desnuda y melancólica. No hay efectos, apenas estructura, solo una voz instrumental que busca el temblor en lo más pequeño. Su proyecto más íntimo y menos domesticable.
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Con Hurry Red Telephone, en cambio, Ribot vuelve al terreno de la banda, pero desde otra perspectiva. Aquí hay más espacio para la melodía, más respiros, pero la tensión sigue latente, la misma que, llevada al extremo, define el sonido de Ceramic Dog.
El último trabajo del trío, 'Connection', no solo se titula como una provocación en tiempos de trincheras: es también un ejercicio de tensión eléctrica, política cruda y emoción sin filtros. Esa carga parece nacer del propio estado de agitación de sus músicos. «Ches, Shahzad y yo hemos tocado mucha música con mucha gente durante mucho tiempo... Somos personas nerviosas y de poca capacidad de atención, así que aprendimos muchas maneras diferentes de tocar. Y las tocamos», recalca Ribot.
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En una época marcada por la polarización, Ribot eligió ese nombre con intención. En este álbum, la política no se limita a las letras, sino que también se manifiesta en la tensión sonora y la honestidad sin adornos que atraviesan cada nota. Como buena parte de su obra, descompone estilos y expectativas para dar paso a una experiencia que resulta tan incómoda como necesaria.
«No intento trabajar dentro o fuera de géneros musicales a propósito. Esto es música neoyorquina»
La política racial y social –estadounidense–, por su parte, está muy presente en un álbum que no rehúye los conflictos ni las tensiones del momento actual. Preguntado por el contexto político y social del país y su influencia en la música, Ribot responde con una mezcla de escepticismo y compromiso, dejando claro que su postura crítica no es un recurso superficial ni una estrategia para ganar visibilidad. «Soy un poco escéptico con el aspecto performativo de la música y la política: el posicionamiento político puede ser una forma de marca para quienes desean promocionar su música como 'radical'. Lo cual es bastante desagradable. Pero identificar los temas que no se discuten también forma parte de nuestro trabajo. Arrasamos con todo a nuestro alcance», puntualiza.
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Esta vez, ha decidido ser más directo, pero reduciendo su dosis de ironía. No obstante, añade con cierta gravedad: «No sé si alguna vez he hecho sátira (mostrar distancia ante algo que te parece ridículo), pero la ironía (burlarse de algo que te encanta) parece haber sido un síntoma ineludible de nuestra condición. Pero en cualquier caso, lamentablemente ahora es necesario protestar y, en la medida de lo posible, resistir la actual toma de control fascista del gobierno estadounidense».
El lenguaje del ruido
Formada en 2008, Ceramic Dog reúne a Marc Ribot con el bajista Shahzad Ismaily y el baterista Ches Smith. Más que una banda al uso, nació como un laboratorio sonoro para canalizar las pulsiones más salvajes del guitarrista. En sus discos, el trío combina la furia del rock con la libertad del jazz y la mordacidad del spoken word, como si Frank Zappa o el propio Tom Waits se hubieran encerrado en un estudio con Radiohead en su etapa más inquieta.
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Ribot y los suyos operan al filo del instinto, disolviendo la estructura para que solo importe la experiencia inmediata. En sus directos, el ruido se convierte en lenguaje, y rehúyen etiquetas y esquemas con la naturalidad de quien prefiere la intuición cruda a cualquier manual de estilo. La puesta en escena es tan austera como el sonido, pero no por ello menos contundente: Marc Ribot suele colocarse sentado, en paralelo al público, como si quisiera compartir con él ese espacio de tensión y electricidad sin jerarquías. Nada de artificios ni poses: la energía proviene de la fricción entre ellos y del riesgo de estar siempre al borde del colapso.
¿Cómo evitar, entonces, que la mezcla de géneros derive en un caos absoluto? Ribot no busca una fórmula estilística, sino una lógica interna más intuitiva. «No intento trabajar dentro o fuera de géneros musicales a propósito… confío en que una combinación de mis deseos y limitaciones dará cierta unidad a mis proyectos. Pero lo que también une a Ceramic Dog Records, creo, es el sentido de pertenencia. Todos vivimos en Brooklyn. Esto es música neoyorquina», añade.
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«La ironía parece haber sido un síntoma ineludible de nuestra condición. Arrasamos con todo a nuestro alcance»
El propio Ribot ha calificado su quinto disco de estudio como el más logrado de la banda hasta la fecha: un punto de madurez y de crudeza a partes iguales, que condensa tanto su evolución sonora como su urgencia política.
El álbum arranca con la canción que da nombre al disco, una toma de postura que se vuelve un golpe seco: riffs cortantes y una energía sucia que marcan el tono de lo que vendrá. En 'Soldiers in the Army of Love', lanzan una proclama afilada y sarcástica contra la brutalidad de lo cotidiano. Es un tema que funciona como eslogan y manifiesto: un llamamiento a resistir desde el afecto, a no ceder ante la indiferencia, la violencia o el cinismo.
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'Swan', en cambio, abre una rendija a la introspección, con una armonía más compleja y contenida, como si el trío respirara antes de volver al combate. Y entre medias, brilla —o mejor dicho, se retuerce— su reinterpretación de 'That's Entertainment', el clásico de Arthur Schwartz y Howard Dietz, que aquí aparece irreconocible pero fascinante: lo desmontan, lo empujan al abismo del free jazz y el noise, y lo devuelven convertido en una pieza áspera, tensa, sin una gota del brillo ni del glamour original.
La sátira alcanza su punto más corrosivo en 'Subsidiary'. Con una base rítmica marcial y una guitarra que parece burlarse del propio discurso, Ribot pone voz —y dientes— a un personaje que representa al eslabón obediente del sistema: el que acata órdenes y no pregunta. La canción navega entre lo grotesco y lo lúcido. En ese terreno incómodo es donde mejor se mueve el trío.
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