Jazz sin límites en dos tríos legendarios
Brad Mehldau y Dave Holland confirman la frescura y profundidad de dos maestros en plena evolución
Hay noches en las que una se pregunta si la economía de medios no será, en realidad, la mejor de las abundancias. Este sábado, en ... la plaza de la Trinidad, bastaron dos tríos —seis músicos en total— para construir una de las veladas más intensas e interesantes de este Jazzaldia.
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Dos maneras muy distintas de abordar el jazz contemporáneo, con décadas a cuestas, todavía en evolución, y sin perder ni un ápice de frescura. Primero, el lirismo sofisticado de Brad Mehldau Trio, con el piano llevando el peso del relato. Luego, el proyecto Kismet, liderado por Dave Holland, con el saxo al mando en un paisaje sin armonía tradicional, y, por tanto, libre de todo lo previsible. Y para rematar, estuvieron arropados por nombres propios que no hicieron sino elevar aún más el cartel.
El pianista de Florida, que conoce bien esta ciudad, llegó flanqueado esta vez por Jorge Rossy en la batería, recuperando la formación original de su trío de los 90 y principios de los 2000, y del contrabajista danés Felix Moseholm. El reencuentro funcionó. El concierto se sostuvo en esa modestia brillante que se les intuye: una química que fluye con naturalidad y sin aspavientos.
Mehldau, con los ojos casi siempre cerrados, ceño fruncido y cabizbajo, parece perderse en cada nota. Mientras tanto, el trío suena limpio, ágil, preciso. El equilibrio y la ligereza del grupo fueron destacables; escucharles con atención se convertía en algo casi instintivo. La autonomía rítmica que Mehldau logra con sus dos manos es tan clara y precisa que el trío se siente, a ratos, como un cuarteto.
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Armaron el repertorio improvisando la selección en el momento, con pasajes de solos incluidos que fueron aumentando hacia el final. Entre composiciones originales del propio Mehldau como 'Embers', 'Resignation', 'Almost Like Being in Love' o 'Secret Love', estrenaron la nueva 'Blues Impulse' y se escucharon las versiones 'O Silêncio de Iara', del guitarrista y compositor brasileño Guinga, y 'Marcie', de Joni Mitchell como cierre del set.
La complicidad entre ellos es evidente en las conversaciones; Rossy no se limitó a marcar el ritmo, sino que dibujaba texturas, generando una gama de timbres cuyo color armoniza a la perfección con las exploraciones delicadas del piano y el bajo. Y Moseholm, una joven promesa de apenas treinta años, aporta al contrabajo, una energía ágil y expresiva, mezclando líneas que suenan a la vez terrenales y etéreas. Lo que más sorprende es la convicción con la que marca el «uno» y permite que la música vuele.
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El trío de Dave Holland no dejó nada al azar en la segunda parte. Libre de armonías tradicionales, se movieron como si el destino mismo (kismet) les guiara en cada giro musical. El contrabajo de Holland y el saxo de Chris Potter fusionaron décadas de experiencia con una exactitud casi mística, y Marcus Gilmore incorporó una estética rítmica contemporánea que parece predestinada a encajar. El repertorio estuvo formado por composiciones propias que esperan registrar en un álbum tras la gira de verano, pero que este sábado ya sonaban rodadas, maduras y urgentes.
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