Paul San Martín ofreció un recital extraordinario. LUSA

América en sus manos

MUSEO SAN TELMO ·

Sábado, 25 de julio 2020, 08:24

En esta edición que ha tenido a bien otorgar el muy merecido premio Donostiako Jazzaldia a Iñaki Salvador no es menos destacable que otros dos ... extraordinarios pianistas (y organistas) donostiarras, Mikel Azpiroz y Paul San Martín, ofrecen conciertos en solitario, en lo que viene a ser una terna casi histórica de actuaciones. Porque, aunque no se lleven entre ellos tanto como una generación, representan tres cumbres de talento pianístico, sabiduría e intución musical fuera de lo común, con raíces en el jazz y el blues pero con una apertura mental y vital enorme. Destacados y singulares doquiera que vayan.

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Y el concierto del más joven de ellos, Paul San Martín, 40 años, fue extraordinario. Sí es capaz de hacer eso a las 11 de la mañana en un claustro (el del Museo San Telmo, con el público dispuesto de original forma en dos pasillos con el piano como vértice y bajo la bóveda), qué no será capaz de hacer en un garito de Nueva Orleans donde parece haber nacido el donostiarra. Al menos en algunos tramos de un concierto que fue en variación constante, pero igual de intenso, preciso, ágil y elegante en los pasajes más líricos y románticos que en los más rítmicos y excitantes, cuando resultaba imposible mantener quietos los pies en el suelo y las caderas en la silla, y las mascarillas ni se sentían.

Empezó casi espiritual, cual Keith Jarrett de los años 70, antes de virar a la emotiva canción sudamericana ('A la orilla de un palmar') y desembocar en una majestuosa versión de 'Edelweiss' cargada de preciosas evoluciones. Y se vino arriba con su nervio ragtime ('Just For You'), o abajo, porque con las dos manos en las notas más graves hizo temblar el suelo con el ritmazo del primer boogie de cosecha propia de la mañana.

La delicadeza y seguridad de los dedos de Paul sobre el teclado al dejarse llevar por la intuición y la pasión es asombrosa mucho más allá de la técnica: el blues, el ragtime (excitante resultó el precioso 'Maple Leaf Rag'), el boogie (vertiginoso el 'vuelo del moscardón' de 'Bumble Boogie') o el jazz primitivo parecen estar en su sangre, pero también el romanticismo clásico o la música de salón de los años 50.

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Da nueva vida a temas clásicos como 'Georgia On My Mind', riega las raíces del blues más sentido para que florezcan en un instante y como quien no quiere la cosa y con la sencillez de su sonrisa al acabar alguno de sus logros que desembocan en la ovación del público, va dibujando un recorrido geográfico y musical apasionante: un siglo de toda América pasa por sus manos en una hora.

Decía Miguel Martín antes del festival que el donostiarra siente orgullo de su patrimonio cultural. Y más que debe sentirlo, también por sus pianistas, después de lo logrado por San Martín en San Telmo.

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