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Isabel Azkarate, la pionera del fotoperiodismo que se ocultaba tras un disparo de flash
La sala Artegunea de Tabakalera acoge la primera exposición antológica sobre la fotógrafa donostiarra con más de 300 imágenes donadas a Kutxateka
Roman Polanski cogió la cámara y tomó una imagen: la marabunta de fotógrafos se arremolina abriéndose hueco con sus cámaras y, en el centro, una ... mujer de melena rubia sonríe al espectador. Curiosamente esa, la que da la bienvenida a la exposición, sea la única fotografía en la que Isabel Azkarate (San Sebastián, 1950) no se encuentra detrás del objetivo, de entre las más de 300 que se exhiben ahora y hasta el 25 de febrero en la sala Artegunea de Tabakalera. Una antológica en retrospectiva sobre quien fue «la primera mujer fotoperiodista vasca», aquella que retrató más de cuatro décadas en un disparo de flash.
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La Nueva York de John Lennon, los convulsos 80 del más cruel terrorismo, el brillo de las 'estrellas' del cine y de los focos de los grandes rockeros; pero también la Euskadi rural que trabaja y que celebra sus fiestas, y la de cientos de personajes desconocidos que posaron durante unos instantes frente a su Nikon. Ese aparato que hoy se expone tras una vitrina y que protagonizó muchas de las 175.000 copias de instantáneas de su archivo que la fotógrafa ha donado a Kutxateka.
«Exponemos 300 fotografías que han sido copiadas analógicamente en papel, hechas en gelatina de plata tal y como hacía ella misma en sus revelados durante los 80», explica la comisaria de la muestra Silvia Omedes. Imágenes que reflejan la personalidad de una mujer «intrépida y valiente» y que ponen «en el lugar que merece a Isabel dentro de la fotografía española, más allá de ser la última fotógrafa de Bette Davis».
Documento de las calles
Su historia —y la de este recorrido expositivo— comienza en 1979 en Barcelona, a donde se trasladó durante sus primeros años de formación y en cuyas calles descubrió la semilla de la fotografía documental. Los retratos de vendedores del mercado de Els Encants y una curiosa imagen de Javier Gurruchaga y Popotxo en la ciudad condal acompañan los primeros gateos de Azkarate antes de dar el salto a EE UU.
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La 'experiencia americana', primero en Rochester y luego en Nueva York, fueron el escenario perfecto para su desarrollo como 'street photographer' o, como describe Omedes, «su descubrimiento como fotógrafa al 100% y 4x4». Pobreza y sofistificación, escaparates, bodegones surrealistas, antifaces y clubes de ambiente, muchos perros y el minuto de silencio celebrado en Central Park días después del asesinato de Lennon cuelgan en monocromo.
Un cubículo central en la planta baja recoge su regreso al País Vasco como fotoperiodista del extinto diario La Voz de Euskadi. «La única mujer en una plantilla de hombres». Se trata de encargos solicitados por el periódico entre los que se encuentran reportajes en la cárcel de Martutene y en el psiquiátrico de Santa Águeda, retratos de personas de un centro de toxicómanos, la noticia de un atraco con rehenes en Herrera y, por supuesto, el dolor del terrorismo.
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El dolor del terrorismo
«En ese momento Isabel fotografiaba todo lo que hiciera falta»: entierros, funerales, atentados, autobuses incendiados, manifestaciones, huelgas... «Había imágenes muy explícitas y directas que hemos considerado no enseñar. No hacía falta», dice la comisaria. Entre ellas sí aparecen, por ejemplo, las imágenes de portada tras el asesinato del senador socialista Enrique Casas, a tres días de las elecciones autonómicas de 1984.
Pero también se muestra una Euskadi bella, esa de la que Azkarate se enamoró mientras trabajaba como fotógrafa para la Diputación Foral de Gipuzkoa. Los paisajes de su tierra, los oficios y las celebraciones en comunidad se retratan en los rostros de los caseros, de las pescateras, de los protagonistas del carnaval de Ituren, de los tenderos de La Bretxa, de los veraneantes de La Concha y del popular Txantxillo, quien posa con un folleto de Herri Batasuna junto a una conocida.
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La exposición se completa con la publicación de un libro coeditado por Kutxa Fundazioa, Blume y la Photographic Social Vision
Antes de subir a la planta superior, «la más gamberra», una proyección sobre la pared llama la atención. «Isabel aprovechaba los últimos negativos de los carretes para fotografiarse. Tiene más de 1.500 autorretratos, lo que hoy llamaríamos un selfie, aunque hemos acordado con ella no exhibir los desnudos», bromea Omedes. Su rostro frente al espejo cambia y envejece con cada toma, mientras a su espalda permanece inalterable una vieja bicicleta, «pero siemper con su cámara. Esa prótesis de vida».
Por su objetivo han pasado algunos de las grandes nombres del arte, como así recoge la sección 'Arte y aparte' de la segunda planta y que tendrá una extensión próximamente en el Museo San Telmo. John Travolta en el Festival de cine, Bibi Andersen en el foyer del Victoria Eugenia y la última imagen de Bette Davis, fumando en el hotel María Cristina en 1989, días antes de morir.
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«Siempre en primer fila» para inmortalizar a los Judas Priest en Anoeta en 1984, a Iggy Pop o a Lou Reed en el Velódromo. A Miles Davis, a Laboa y a Tina Turner. A Vicente Ameztoy, José Antonio Sistiaga, Juan Luis Goenaga, Chillida, Zumeta, a Rosa Valverde... Testimonios de una artista entre artistas que asimismo recoge un libro coeditado por la propia Kutxa Fundazioa, Blume y la Photographic Social Vision.
«Me cuesta muchísimo volver a ver las fotos de un atentado»
Isabel Azkarate fue durante los años de plomo los ojos de la barbarie. «Ella casi siempre llegaba la primera al lugar de los hechos», cuenta Silvia Omedes, comisaria de la muestra. Desde su regreso a San Sebastián en 1981, Azkarate trabajó para medios de comunicación en un momento de máxima tensión en el País Vasco. Los crímenes de ETA y del GAL quedaron inmortalizados por su cámara en portadas que hoy en día, por traumáticas, resultarían impublicables. «Tengo fotos muy 'heavies' de muertos por disparos que hemos evitado exponer ahora», explica la fotógrafa. «Me ha costado muchísimo volver a ver las fotos de un atentado. Me destroza haber visto morir a gente tan joven de uno y otro lado».
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