«Si no escuchamos historias, perdemos la posibilidad de contar la nuestra»
El 'cuentero' colombiano se ha incorporado a las últimas jornadas del festival internacional de la oralidad Ahoz Aho, que durante el mes de marzo ha llenado Gipuzkoa de historias
Ahoz Aho, el festival internacional de la oralidad organizado por Intujai Teatro que durante el mes de marzo está llenando Gipuzkoa de palabras e historias, llega a su fin con la Gran Gala de la Oralidad que tiene lugar hoy a las 22:00 horas en el Palacio Barrena de Ordizia, y la entrega de los premios Calabaza de Oro, que rematará la presente edición mañana en Tolosa, donde tendrá también lugar el Encuentro de Narrador@s Vasc@os. El festival, que rema contra la corriente defendiendo un género a menudo no suficientemente valorado, cuenta en su último tramo con la participación de Nicolás Buenaventura, cuentero –esa es la denominación con la que se siente más identificado– colombiano afincado en Francia, miembro de una estirpe de cuenteros, intelectuales, artistas y activistas que han dejado huella en la historia de Colombia. Él recorre el mundo buscando y ofreciendo historias.
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–¿De pequeño le contaron muchos cuentos?
– Crecí escuchando y contando cuentos. Aunque murió cuando yo era muy pequeño, cada día, a las cinco de la tarde, venía a contarme un cuento mi abuelo, Don Cornelio Buenaventura. Era un viejo loco maravilloso, y al mismo tiempo peligroso, que tenía una imaginación desbordante. Con el tiempo me he dado cuenta de que cuando uno crece con cuentos cree que el débil tendrá una posibilidad, que el destino es algo que se puede construir... Creo que hay diferencia entre los niños que han escuchado cuentos y los que no.
– Cuando llegó el momento, se integró en la tradición cuentera de los Buenaventura. Llegó a África buscando el final de un cuento que nunca le terminó de contar su tío Nicolás.
– Viajé a Mali, a Senegal, a Madagascar, a Burkina Faso... Cuando llegué a la puerta del antiguo vestíbulo sagrado de los griots, les dije que quería continuar mi iniciación, que quería seguir escuchando historias. Les dije de dónde venía, quienes eran mis padres, mis ancestros, a partir de los dos sicilianos que llegaron a Colombia por el puerto de Buenaventura en el siglo XVII. Ellos me rebautizaron, me dieron otro nombre. Me llamaron Kunandi Kuyate. Kunandi quiere decir buenaventura y Kuyate no puedo decir lo que significa pero, es un nombre de los que no se dicen, pero es muy importante. Iba con la impresión de que iba a encontrar historias, versiones de la historia que nunca terminó de contarme mi tío, 'La muchacha que perdió su dondoro', pero me dieron algo que para mí es muy importante. Aprendí que eres dueño de lo que cuentas; que cuando cuentas estás dando un alimento, y que eres responsable de que ese alimento nutra, o sea solo una golosina, puro azúcar. Esa es una responsabilidad que tienes que asumir en el momento en el que eliges cada historia, cada palabra que compone esa historia.
«Creo en las mezclas y, por lo tanto, no creo que haya historias que tengan un origen preciso»
«La tradición está llena de está traiciones, y de lo que se trata es justamente de reinventarla»
– Colombia, África, Europa... ¿Es fácil ir transitando entre tradiciones, ir combinándolas?
– Para mí lo que existe es un trabajo de apropiación. No puedo contar una historia sin hacerla mía, sin que corra por mis venas. Me tomo muchísimo tiempo armando una historia. La camino. Me marco una distancia y me la voy contando mientras voy caminando. Así veo cómo está hecha, qué palabras, qué sonidos, que silencios la habitan... Qué dice, qué calla, que es lo más delicado de encontrar. No es importante de donde venga la historia porque, como me dijeron una vez, todos los pueblos del mundo nos hacemos las mismas preguntas, son las respuestas las que son originales. Creo que el cuento está a medio camino entre la pregunta y la respuesta, no es ni una ni otra, pero va cargando con ambas. En ese sentido, no creo en la pureza de las historias, como no creo en la pureza de las lenguas o de los seres humanos. Creo en las mezclas y, por lo tanto, no creo que haya historias que tengan un origen preciso.
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- ¿Cree que se ha sobrevalorado el peso de la tradición en la oralidad?
- Con la tradición, a veces, lo que hay que hacer es pelear de una manera brutal. Las historias de los pueblos amerindios, por ejemplo, nos llegaron a través de los curas, que las utilizaron para enseñar la Biblia, para adoctrinar a la población autóctona, a veces con crímenes terribles. En muchos casos, hay que hacer un gran esfuerzo para llegar al sentido originario de la historia porque hablamos de tradición, pero la tradición está llena de está traiciones, y de lo que se trata es justamente de reinventarla. Yo creo que la tradición es como la materia, que ni se crea ni se destruye, si no que hay que estar transformándola constantemente. Uno se tiene que comprometer con una historia no por el peso de la tradición, sino porque cree que tiene algo que decir hoy en día. No obstante, no siempre lo consigues. Me ha pasado que he escuchado una historia en un pueblo del Amazonas y me ha fascinado. Me la han traducido a mi lengua, y he sido incapaz de contarla. Son historias que me habitan, pero que no puedo contar porque son como las piedras en el río. Allí uno las ve brillantes, pero apenas las lleva a casa pierden el brillo y el color. Hay historias que fuera de su lugar se vuelven banales, se vuelven simples.
– A la hora de crear una historia, ¿cómo combina lo que ha recibido y lo que usted aporta?
– (Responde con un cuento hipnótico de resonancias mitológicas). La historia que acabo de contar nace de una frase que leo en un libro de Margaret Mead sobre los dakota. A partir de esa frase comienzo a tejer, a caminar, y hago esta historia. La encuentro, la descubro, la creo, la invento... El origen no importa, la historia se va nutriendo a medida que la voy contando, y va reflejando lo que realmente me importa, que es la tensión entre la razón y la verdad. Todo eso hace que me pueda apropiar de ese motivo y construir esa historia. Yo puedo contar una historia que venga del Paleolítico Superior, pero para mí lo importante no es de dónde viene, sino que cuente algo de nuestro tiempo. No quiero rescatar la tradición ni mantener la mitología antigua. Contar cuentos es para mí producir sentido. Los cuentos son un instrumento, un medio de pensamiento. Los cuento porque no los entiendo, porque me superan, porque son parte de mi camino hacia lo otro, hacia el otro, y me obligan a entender distinto, a ver de otra manera.
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– En ese acercamiento al otro, el receptor también juega un papel importante. ¿Todos los públicos responden del mismo modo?
– Es difícil responder a esa pregunta, porque me obliga a ser espectador de mí mismo... A la hora de establecer relación con el público, la lengua es muy importante. Cuando regreso a Cali y empiezo a contar cuentos en caleño se produce casi una telepatía con los oyentes. Cada palabra es un mundo, y allí la gente percibe la dimensión de cada una de ellas, por lo que se logran cosas muy singulares. Pero, en todos los casos y en todos los lugares, el espectador, el oyente, está construyendo la historia al menos en la misma proporción en la que yo la estoy construyendo. A mí lo que me interesa es la historia que está armando cada uno en su cabeza, cómo cada oyente la está reinventando.
«El mundo reducido a una pantalla es demasiado estrecho, es demasiado restringido para nuestra condición humana»
– ¿Ese mecanismo funciona en cualquier contexto, tiempo y lugar?
– Todos necesitamos historias. El mundo reducido a una pantalla es demasiado estrecho, es demasiado restringido para nuestra condición humana. Las historias, tal como yo las concibo, no llenan sino que, al contrario, construyen vacíos. Y aunque cada vez haya más aparatos que colmen nuestras vidas, es muy importante que ese vacío exista, porque en ese silencio tal vez se pueda deslizar un pensamiento. Y el pensamiento es importante porque si tú dejas de pensar, alguien pensará por ti. A fuerza de dejar que los demás piensen por nosotros, estamos llegando a un lugar en el que solo consumimos y nos vamos recluyendo en la pequeña jaula de nuestro gusto. Si no escuchamos historias, perdemos la posibilidad de contar la nuestra, porque cuando yo cuento una historia estoy contando mi historia, y todas las que he recibido. También se cuentan historias en las pantallas, claro, pero no están hechas de la misma materia.
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– Si perdemos la capacidad de escuchar y contar historias, si gana el ruido, ¿qué perdemos como comunidad y como individuos?
– Una vez le preguntaron a Oliver Sacks, que escribió libros tan extraordinarios como 'El hombre que confundió a su mujer con un sombrero', qué era para el una persona normal. Y semejante señor contestó de manera genial diciendo que una persona normal es aquella que es capaz de contar su historia. Yo creo que lo que nos podemos perder es, precisamente, eso, la capacidad de contar nuestra historia, lo que me parece muy grave. Otro aspecto de la pérdida está relacionado con la identidad. Muchas veces la identidad se identifica con lo que está detrás, con lo heredado, pero yo me empeño en pensar que la identidad está en el mañana, en lo que vamos construyendo. No es solo de dónde vengo, es también un camino, un punto hacia el que vamos, y para construir esa identidad necesitamos contar de dónde venimos, hacia dónde vamos. Si no escuchamos historias, perdemos la posibilidad de contar la nuestra, porque cuando yo cuento una historia estoy contando mi historia, y todas las que he recibido. También se cuentan historias en las pantallas, pero no están hechas de la misma materia.
–¿Sobrevivirá el cuento a esas formas de narrar? ¿En qué ámbito cree que lo hará?
– Siempre he reivindicado que contar cuentos es una forma teatral. Personalmente, disfruto mucho viviéndolo así, y la vida me ha enseñado a contar con los que están allí. Si son 100, genial; si son 2.000, genial; si son 20, también. Si se mira desde el punto de vista del impacto o de la programación, quien programa cuentos sabe que es un trabajo de resistencia. Hay que resistir, defendiendo espacios con uñas y dientes, porque allí ocurren cosas muy especiales. Contar cuentos fue una de las primeras actividades de los humanos, somos la única especie que cuenta y, aunque vayan cambiando los espacios y las formas, el arte de contar historias sigue teniendo una fuerza muy importante. Hay nuevos espacios, hay festivales, hay muchos cuenteros jóvenes, se están redescubriendo lenguas porque se están contando historias en esas lenguas...
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