Tindaya, la utopía que se quedó allí

Eduardo Chillida tuvo el sueño de crear una obra en la que el hombre «sintiera en su plenitud la pequeñez humana» y creyó haber encontrado el enclave perfecto en una montaña de Fuerteventura. El proyecto para excavar un gran espacio dentro de Tindaya chocó con la oposición de los ecologistas y acabó por convertirse en una pesadilla que perturbó los últimos años de la vida del artista.

Alberto Moyano

San Sebastián

Miércoles, 3 de enero 2024

N

o hay en la trayectoria artística de Eduardo Chillida un proyecto más envenenado que el que ideó para Tindaya, que no sólo no prosperó finalmente, sino que tardó lustros en revelarse inviable. Al menos, en las condiciones en las que las distintas administraciones canarias lo acometieron. Y enfrente, la presión de los grupos ecologistas, que consideraban que el proyecto de excavar la montaña para crear dentro un gran espacio alteraría las condiciones medioambientales del enclave. Pocas veces antes colisionaron con tal virulencia un proyecto artístico y una oposición ecologista. En lo que a Eduardo respecta, la herida nunca se cerró.

Ya desde los años ochenta el artista donostiarra coqueteaba con la idea de vaciar una montaña para crear en su interior un espacio vacío «que sea para todos los hombres (...) un espacio útil para toda la humanidad, que cuando un ser humano entre en ese cubo vacío sienta en su plenitud la pequeñez humana», dijo años más tarde Chillida. Aquello, que en un principio se movía en el terreno de las utopías irrealizables, empezó a tener consistencia a comienzos de los noventa, cuando el ingeniero y colaborador del artista, José Antonio Fernández Ordóñez, le habló de una montaña que había visto en La Oliva, Fuerteventura.

Chillida, que ya había tanteado en otros países varias montañas para llevar adelante su idea, encontró en Tindaya lo que buscaba para lo que calificó como «uno de los proyectos más importantes de mi vida»: un espacio cúbico de cincuenta metros de lado con dos orificios superiores por donde entraría la luz del sol y también la de la luna. El germen de la idea era el verso de Jorge Guillén «Lo profundo es el aire». El problema, el primero de una larga lista, era que Tindaya albergaba cerca de su cima unos grabados podomorfos que la convertían en bien de interés cultural y punto de interés geológico. Por otro lado, estaba por confirmar que un techo plano de cincuenta metros cuadrados pudiera soportar el peso de la zona superior de la montaña.

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Al Gobierno canario le faltó tiempo en 1995 para aprobar un proyecto que situaría a Fuerteventura en el mapa mundial de los itinerarios artísticos para el turismo. La adjudicación de la obra a FCC y Entrecanales por 8.450 millones de pesetas se demoró tres años, entre otras razones, porque empezaron a ejecutarse estudios de impacto medioambiental y geotécnicos que siempre concluían con resultados positivos.

Mientras tanto, crecía el enfrentamiento entre Chillida y los grupos opositores al proyecto, que incluían ya a geólogos, arqueólogos y profesores de universidad. Tras el fallecimiento del artista, Pilar Belzunce aún se enervaba ante la sola mención de un proyecto a cuyo fracasó atribuía el inicio del deterioro de la salud de Eduardo. A partir de ahí el proyecto se empantanó para siempre, en una sucesión de episodios extravagantes, además de en la apertura de una comisión de investigación en el Parlamento de Canarias. Manifestaba por aquel entonces el Ejecutivo autonómico que «puede ser utilizado como arma política porque a nadie se les escapa que hubo problemas de tipo contractual y de gestión del proyecto, pero estamos seguros de que los ciudadanos no nos perdonarían a ninguno que no aprovecháramos un legado así de un artista universal».

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La primera opción era que el proyecto se autofinanciara mediante el cobro de una entrada para asistir a la evolución de las obras de construcción de la monumental escultura, presupuestadas en unos 75 millones de euros allá por 2007, en vísperas del estallido de la crisis económica. En opinión del Gobierno canario, buena parte de sus catorce millones de turistas estarían dispuestos a pagar por ver la obra. La segunda opción era una fórmula mixta público-privada mediante una concesión de explotación del monumento. La tercera, que las administraciones públicas corrieran con el 10% de la financiación. Para 2011 el Gobierno canario ya sólo contemplaba la primera opción y descartaba cualquier otra, en plenas apreturas presupuestarias. A su juicio, los 75 millones de euros del presupuesto se amortizarían en diez años si la mitad de los 1.700.000 turistas que visitaban cada año Fuerteventura se animaran a pagar una entrada que rondaría los nueve euros. El ticket daría además derecho a recorrer el futuro Parque Nacional, con un centro de interpretación del hábitat desértico que rodea la montaña, y la propia obra de ejecución del proyecto, cuya duración se calculaba en unos cuatro años.

Los años transcurrieron, la obra no prosperó en ninguna de sus versiones. Las discrepancias en torno a la financiación y la protección de la montaña como Bien de Interés Cultural acabaron por dar carpetazo al proyecto. El nombre de Tindaya permanece vinculado al territorio de los proyectos utópicos que no lograron convertirse en realidad

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Créditos

  • Texto Alberto Moyano

  • Narrativa visual y diseño Izania Ollo, Beatriz Campuzano y Maider Calvo

  • Edición de vídeo Ainhoa Múgica y Dani Soriazu

  • Desarrollo Gorka Sánchez

  • Edición Jesús Falcón

  • Material audiovisual Chillida Leku, archivo Eduardo Chillida, Fundación Maeght y Susana Chillida

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