El primer acto de reconocimiento que Eduardo Chillida recibió de sus conciudadanos tuvo lugar en 1965. El encuentro se celebró en el espacio denominado 'Espelunca', ubicado en los bajos de la librería Ramos de Donostia. Milagros y María Teresa, las dos hermanas propietarias de esta librería, auténtico foco de irradiación de literatura y pensamiento libre en pleno franquismo, organizaron un homenaje al escultor, que ya había protagonizado una impresionante carrera internacional. Gran Premio de la Bienal de Venecia y de la Graham Foundation en 1958; Premio Kandinsky en 1960, Premio Carnegie en 1964; este cúmulo de reconocimientos internacionales había situado a Chillida en la cúspide del arte de la época.
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Jorge Oteiza fue el encargado de introducir en Espelunca la trayectoria de Chillida, calificándole como «el mejor escultor del mundo» y enfatizando la «hazaña extraordinaria» de haber recibido todos estos galardones a una edad ciertamente precoz. En aquella sesión se anunció informalmente que Chillida había merecido también el Premio Lehmbruck, otro prestigioso galardón que recibió un año más tarde.
Esta noticia suscitó la autoproclamada envidia de Oteiza, quien rápidamente matizó sus palabras. «Yo no puedo tener envidia: Eduardo ha ganado este premio también para mí, lo ha ganado nuestro País, lo hemos ganado todos los artistas vascos con él», manifestó. Pero su felicitación incluyó también una llamada de atención a la autoridades y la sociedad de su tiempo, para que fueran conscientes de la necesidad de compartir y reconocer el valor y las aportaciones de una generación de artistas que estaba renovando la historia del arte y la cultura y que, ejemplarizada en el caso de Chillida, suscitaba el asombro internacional. Aquel temprano homenaje reunió entonces apenas a unas decenas de ciudadanos.
Este año, la celebración del centenario de Eduardo Chillida está promovida por grandes instituciones, su figura representa un legado público irrenunciable y en las actividades previstas participarán miles de personas. El arte y la cultura ocupan hoy un lugar preeminente en nuestra realidad individual y colectiva, conformando un patrimonio que nos identifica y enriquece como sociedad. Esta realidad resulta hoy incontestable, pero para su consecución fue también necesario que alguien la imaginara, acaso la soñara, en los bajos de una librería, hace casi 60 años.
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